Tuesday, May 02, 2006

Tuberculosis

Una vez leí en una revista de viajes sobre un parque holandés que abría un par de meses al año y donde se exponían las más exquisitas variedades de tulipanes y flores de bulbo del mundo. Nunca salió de mi cabeza la posibilidad de visitarlo. Así que cuando tuve que decidir por dónde empezaba la vuelta a Europa, no dudé en partir por Holanda, para llegar a Keukenhof cuando las flores estuvieran en el más escandaloso de los apogeos.

En el siglo XIV, las 32 hectáreas del actual parque eran parte de una estancia de propiedad de un castillo regido por la Condesa de Holanda, Jacoba Van Bieren. Ella la utilizó como un jardín dedicado al cultivo de hierbas y vegetales. Y se dice que la Condesa, en forma diaria y personalmente recogía los ingredientes frescos para su cocina. De ahí el nombre del parque, porque Keukenhof se traduce como “Jardín de Cocina”.

En 1840 los paisajistas Zocher & Son, que habían diseñado el Vondelpark de Ámsterdam, fueron comisionados para diseñar los jardines de Keukenhof en la estancia de Lisse, zona cercana a la actual ciudad universitaria de Leiden. Un siglo después, el entonces alcalde de Lisse junto a los diez más prominentes productores de bulbos, concibieron la idea de crear una exposición anual de flores al aire libre. Sus ojos se posaron inmediatamente en el parque Keukenhof. Actualmente son más de 90 los expositores y cada año se exhiben las mejores y más hermosas flores holandesas. Keukenhof es hoy una de las principales atracciones del país y uno de los lugares más fotografiados del mundo.

Lo terrible es que por más fotos que uno saque, no hay posibilidad alguna de que una cámara logre captar lo que el ojo está viendo. No hay cómo llevarse la realidad de lo que es ese parque, donde los tulipanes son de todos los colores y son gigantes. Pero no sólo hay tulipanes, sino también narcisos, jacintos y cientos de otras especies que terminan por hiperventilarle a uno la retina y saturar la capacidad de asombro.

Y el celo con que se cuida el parque es tan excepcional que cada día cientos de jardineros lo recorren entero, quitando toda flor que tenga el más mínimo asomo de decadencia. Las amontonan en una carretilla y las hacen desaparecer rápidamente. Obviamente yo me acerqué a una de estas carretillas para tomar un narciso y guardarlo de recuerdo. Y el jardinero casi me mató. No hay ninguna posibilidad de llevarse nada de Keukenhof. Ni una maldita florecita.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home