Here And Now
Johnny F. Cage, a.k.a. Sweet Bastard, solía hablar en letras de canciones y guiones de películas y era algo dado al cliché. Me gusta acordarme del principio, porque fue como la canción de Mecano. Nos vimos tres o cuatro veces por toda la ciudad y una noche se decidió a atacar. Y yo que estuve a un segundo de huir con el Flaco y el hoy respetable abogado Cox, pero la melomanía patológica de JFC y su incomparable gusto, de Yuri a Accept, fueron más poderosos.
Cuando conocí a sus papás estaban planeando construir en Ranquil. La tía se estaba recuperando de un accidente vascular, pero al poco tiempo estaba jugando hockey otra vez. Trabajaban mucho. Y les iba muy bien. Nunca fueron la imagen de la familia ideal, pero funcionaban en forma más que decente, y en todo caso mucho mejor que mi propia familia. Por lo mismo, pasé mucho tiempo con ellos.
JFC, que era naturalmente llorón, se ponía peor cuando tomaba demasiado. Aunque tenía una curiosa sabiduría de niño anciano que no terminaba de calzar con su edad, ni menos con su look de James Dean rockero fumando en la barra. Siempre estaba predicando sobre la importancia de “vivir el momento”, cosa que dado su insolente relajo frente a las obligaciones, la poca importancia que le daba al estudio y la mucha que le daba al carrete, más parecía una declaración de principios de post adolescente no asumido que una verdad fundamental de la vida. Para un cumpleaños mío, ya tarde y todos muy tomados, nos dijo que su peor terror era que sabía que su mamá tendría otro ataque y no lo resistiría. Y que por eso había que aprovechar el tiempo. Ese verano, habíamos estado en Ranquil en la casa nueva y habíamos bajado al río y yo había conocido ahí a los Opis. Ellos iban allá por las mañanas y comían manzanas sentados en un banquito de madera. Me enamoré de la posibilidad de envejecer con mi partner caminando por el campo, hasta que las piernas ya no nos dieran. La Omi siempre me decía que había que encontrar a ese compañero de la vida. Y eso que ella había perdido al primero, pero tuvo suerte y encontró a otro. Eventualmente, su nieto no fue mi partner, a la tía le dio otro ataque y aunque sí lo resistió, ya no volvió a ser ella nunca más. En verdad, nada volvió a ser igual, para nadie.
A mí lo que más me impactó fue ver lo poco que habían valido los sacrificios, el ritmo apuradísimo de cada día, todo para cuando llegara ese tiempo en que disfrutarían la casa del campo, la de la playa y la tranquilidad de lo acumulado. Pensé en los viajes que nunca pudieron hacer y las cosas que nunca volvieron a compartir. Las manzanas que nunca se comieron en el río. La pareja que dejaron de ser. Y de pronto me hizo sentido lo que JFC decía. Lo de aprovechar el ahora y no planificar tanto. Cuando un tiempo después él estuvo muy enfermo, probablemente de pura pena, lo hablamos. Y se reía, como si siempre hubiera sabido todo lo que iba a pasar. La verdad es que el tipo había exagerado un poco la nota; cuando lo echaron de la universidad, cuando vaciaba los refrigeradores y bares de todas nuestras casas, cuando quería ser el hombre más triste sobre la faz de la tierra, cuando quería morir estrellado a 300 kilómetros por hora en su auto taquillero, contra una muralla de concreto y la radio a todo volumen. Lo increíble es que lo tuvo absolutamente todo para echarse a morir, incluso la enfermedad. Pero no iba a hacerlo.
Antes yo no pensaba como ahora. Me gustaba planificar todo, me gustaba tener todo asegurado y sentía que siempre había que guardar para después. Que había tiempo, que se podía y hasta se debía sacrificar el hoy para disfrutar el mañana. Pero ahora lo veo tan diferente. Ahora que tengo a mi manada, hoy que tengo a mi partner a mi lado y a mis niños conmigo, a mis hermanos, a mis buenos amigas y amigos, siento en serio que la vida es ahora. Que es hoy cuando uno debiera irse a dormir con la sensación de haber aprovechado todo al máximo. Haber dicho todo lo que había que decir y hecho todo lo que había que hacer. Aunque no resulte, con errores, con condoros, pero lo mejor posible, porque puede que seamos afortunados y lleguemos a viejos juntos, pero puede que alguien parta antes, también. Y todo desaparezca. Esta Semana Santa se cumplen dos años desde que Pedro se cayó. Y cada vez que lo veo correr, hablar y aprender pienso en que pudo no ser así. Y recuerdo que todo puede cambiar de un instante a otro y que todos los sueños que uno tiene pueden desvanecerse en lo que toma pestañear. Lo que me da pena es cómo me di cuenta de todo esto.
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