Ruedas y Chacales
Me pasé el fin de semana mirando a mis niños. Sólo mirándolos. Cada vez que alguno me hablaba y miraba a los ojos pensaba en los nueve padres y nueve madres que ya no pueden hacerlo. Entre ellos mi compañera de colegio y el dueño del Estudio vecino. Escribí sobre esto hace unos meses y quizás no repetiría si no fuera porque ahora es distinto. Entonces no había pasado por la experiencia de una muerte inesperada en la familia y tampoco la Carola y Pablo habían estado tan cerca de perder a la Sofía en un simple examen.
No dudaría jamás de que la gente con fe sufre igual como uno lo haría. Sólo que parecen ver sentido donde nosotros no. Creo que el director del colegio decía que no es la voluntad de Dios que la gente muera y llamaba a no rebelarse en su contra. Yo me preguntaba cómo diablos podría no enfurecerme con la ira más violenta de que soy capaz si se me muriera un hijo. Falta de fe, supongo. Quizás seamos más tontos los que tenemos insuficiente fe. Barros lo dijo mejor, porque no intentó resolverlo: perder una hija es un misterio.
El Feli dice que cada vez que traemos un niño al mundo saltamos al abismo sin red y nuestra vida es el trayecto entre el salto y el chancacazo de nuestros huesos contra el suelo. Si tenemos suerte, nos azotaremos y ellos seguirán adelante. Ayer mientras él lloraba viendo los diarios y las noticias, yo pensaba. Pensaba en cómo damos tan demasiado a menudo por sentadas tantas, tantas cosas. Olvidamos, abrumados por un mar de responsabilidades, renuncias y latas que nos imponen, que no son nuestros. Lo que consideramos más propio en la vida es lo más ajeno que tenemos. Tenemos que dejarlos ir, en diferentes formas, en diferentes momentos, antes o después.
No dudaría jamás de que la gente con fe sufre igual como uno lo haría. Sólo que parecen ver sentido donde nosotros no. Creo que el director del colegio decía que no es la voluntad de Dios que la gente muera y llamaba a no rebelarse en su contra. Yo me preguntaba cómo diablos podría no enfurecerme con la ira más violenta de que soy capaz si se me muriera un hijo. Falta de fe, supongo. Quizás seamos más tontos los que tenemos insuficiente fe. Barros lo dijo mejor, porque no intentó resolverlo: perder una hija es un misterio.
El sábado la Maidi miraba Sábados Gigantes o como se llame ahora el show del Guatón Francisco, que tiene los mismos concursos de siempre. Una mujer intentaba juntar cuatro ruedas antes que le salieran los chacales para ganarse un auto. De pronto me sentí como ella, sintiendo que de alguna manera, y tal vez en forma más bien inconsciente, uno despierta cada día esperando que no salga un chacal que nos fulmine las esperanzas. Me acordé de la vez que un camión desenganchado pasó a escasos metros del Feli y la Maidi, una mañana cualquiera mientras yo estaba en la casa con Pedro de un par de meses. No es la idea vivir esperando tragedias. Mil veces dije que odio a la gente con mentalidad de terremoto y sé que creo en Dios y todo lo demás. Pero cuando pasan cosas feas y malas, cuando tengo que admitir la fragilidad y las limitaciones de la materia y aceptar que no puedo hacer nada; en otras palabras, cuando tengo que allanarme a que es otro el que manda el juego, algo dentro de mí se rebela.
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