Mori
Me acuerdo bien de mi primera visita al Museo de Bellas Artes. Me llevó mi mamá para hacer una tarea, como siempre a última hora, sobre el Mulato Gil de Castro. Pero tenía que ver otras pinturas emblemáticas también, como la Lavandera de Rugendas, el árbol de Monvoisin, el Turquito de Valenzuela Puelma y los paisajes de Valenzuela Llanos y Juan Francisco González. Yo era chica y en esa época me impresionó mucho Onofre Jarpa y su pintura realista. Pero años después, en otra visita, me volví loca con las pinturas de Camilo Mori y con un solitario bodegón de un señor llamado Luis Vargas Rosas, de quien yo no sabía nada, pero que resultó ser cuñado de Mori y figura influyente en la pintura chilena. Entonces yo ya había rayado con Picasso, Braque y Cezanne y había visto el Juan Gris que había en la casa de Montes, a la subida de la escalera.
Hace dos veranos llevé a la Magda al Bellas Artes, para que viera por primera vez la colección permanente y las pinturas de Mori. Pero aparte de La Viajera, no estaban por ningún lado. Entonces partí a alegar, que cómo era posible que no estuvieran expuestas. Pero me respondieron que no había espacio para toda la colección, por lo que, o bien estaban en bodega o expuestos en algún mall en los extramuros de Santiago. En ambos casos serían vistas por la misma cantidad de gente, pensé. Me pareció una injusticia mayúscula, sobre todo cuando vi una sala enorme destinada a una original “instalación”, en que una mano de yeso, como de maniquí, pegada a una manivela, daba vueltas a una cuerda de saltar.
Camilo Mori es mi pintor chileno favorito. Mucho más que Matta, más que Zañartu incluso. Es un ídolo, se fue a París en los años 20 y fue parte del grupo de artistas chilenos que de vuelta las emprendieron contra los convencionalismos y límites de la academia y la tradición conservadora. Los que lograron que el gobierno cerrara la Academia de Bellas Artes y mandara a todos los alumnos a Paris, a aprender sobre la modernidad, aún cuando el resultado no haya sido el que se esperaba. Mori y sus amiguetes se dedicaron a experimentar con los ismos del momento y a buscar por sí mismos hasta encontrar su propia forma de pintar la realidad, desde una mirada subjetiva y sobre todo, propia. Ya nadie les dijo cómo había que pintar. Mi papá me enseñó a dibujar cuando era chica. Pero no me dejaba pintar nada diferente a la realidad; yo quería pintar las flores verdes, porque era mi color favorito, pero él decía que no se podía, como tampoco se podía dibujar sin perspectiva. Fue tanto que cuando una vez participé en un concurso de dibujo me descalificaron, dijeron que mi dibujo había sido hecho con ayuda. Por supuesto jamás volví a participar en una competencia. Siempre discutíamos de arte con mi papá, a veces a muerte, cuando yo era más joven. A él le gustaba que la pintura fuera como una foto, a mí eso me parecía una aberración. Aunque Mori era tierra común. Supongo que porque había trabajado con el tío Pedro en Un Grito en el Mar.
Siempre me gustaron los artistas que se rebelaron contra la academia y la tradición, porque son los responsables de los giros de tuerca en el arte. Tan necesarios como emocionantes. Me acuerdo de esa maravilla de curso llamado Apreciación de las Artes, con Radoslav, el Grillo, el hermano del señor Ivelic, ese mismo que destina una sala de su museo a la mano de yeso a expensas de mis pinturas favoritas de la vida. El Grillo era bacán y se volaba enseñándonos sobre pintura, escultura, cine y música y cuando terminaba una frase nos miraba un rato, emocionado y luego se reía y nos decía “Qué chori, no?”. Así que casi me pongo a llorar este sábado, cuando llevamos a Pedro a la fiesta de clausura del Mes del Libro de su jardín, en el Instituto Cultural de Las Condes y veo que había una exposición de Mori llamada “Los Años Modernos”. Ahí están muchas de las pinturas que tanto necesitaba ver y que me volvieron a emocionar, además de una colección de dibujos, bocetos y apuntes, más una serie de afiches publicitarios cuya existencia, estoy segura que tanto como yo, muchos ignoraban.
Siempre me gustaron los artistas que se rebelaron contra la academia y la tradición, porque son los responsables de los giros de tuerca en el arte. Tan necesarios como emocionantes. Me acuerdo de esa maravilla de curso llamado Apreciación de las Artes, con Radoslav, el Grillo, el hermano del señor Ivelic, ese mismo que destina una sala de su museo a la mano de yeso a expensas de mis pinturas favoritas de la vida. El Grillo era bacán y se volaba enseñándonos sobre pintura, escultura, cine y música y cuando terminaba una frase nos miraba un rato, emocionado y luego se reía y nos decía “Qué chori, no?”. Así que casi me pongo a llorar este sábado, cuando llevamos a Pedro a la fiesta de clausura del Mes del Libro de su jardín, en el Instituto Cultural de Las Condes y veo que había una exposición de Mori llamada “Los Años Modernos”. Ahí están muchas de las pinturas que tanto necesitaba ver y que me volvieron a emocionar, además de una colección de dibujos, bocetos y apuntes, más una serie de afiches publicitarios cuya existencia, estoy segura que tanto como yo, muchos ignoraban.
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