Changes
Changes are taking the pace I’m going through, dijo mi querido Bowie hace mucho tiempo. Y yo hoy digo que odio los cambios. Y sí. Puede sonar a Oscar The Grouch, pero verán que no es él quien habla.
Nunca me cambié de colegio, nunca me cambié de carrera. Ni de país, ni de ciudad. Casi lloro al dejar mi oficina chica y luminosa por una gigante y oscura. Nunca he cambiado de trabajo. Me siento bien en el ritual de lo habitual. Necesito mis costumbres y repeticiones. Igual que los niños, igual que los viejos. No me gusta la rutina, pero sí el repetir una y otra vez todo lo que me gusta. Que no es lo mismo. Adoro que todo lo que me gusta siempre se esté repitiendo, día tras día ante mis ojos. O mis oidos.
Mi querido Rito duró más o menos tres años. Acabo de asistir al último. Justo cuando me preparaba para pasar las tardes de este invierno mirando llover por la ventana, tomando té y escuchando buenas canciones. Se sentía igual que encerrarse a revisar discos, en el colegio, en la universidad, con esa amiga o amigo de la vida, o con el amor de la vida. Fueron tantas las canciones que volvieron a aparecer, trayendo una avalancha de recuerdos, a veces buenos, a veces malos, jamás indiferentes. Esas que me iluminaron días, las que me hicieron reirme, las me rompieron el corazón otra vez; las que me lo aceleraron y las que trajeron las mariposas de vuelta. Y están todas las nuevas, las que crearon los recuerdos para el futuro. Y están los conciertos. Están los conciertos. Todo ese universo que volvió, desparramándose para siempre.
Desde chica odié los cambios y es porque me siento sola y perdida sin mis ritos. Voy a extrañar tanto mis dos horas de viaje en la máquina del tiempo. Porque nunca será lo mismo poner uno las canciones. La mayor gracia, el encanto, la magia, era el no saber lo que seguía. Y que eso ocurriera día tras día. De esto se trataba el dominio del oído sobre todos los sentidos: colgar el alma en lo alto de un asta y dejarla flamear al viento que viniera. Reclamar de vuelta la magia de la vida. Ver el sol una vez más antes de morir. Y volar. Y aunque estrictamente hablando no es el final, no puedo dejar de sentir que un pulso acaba de detenerse. En … síntesis, Magic and Loss. Pero no. Tal vez no haya vida en Marte, pero aquí sí. La vida se abre camino, nosotros estamos vivos.
Nunca me cambié de colegio, nunca me cambié de carrera. Ni de país, ni de ciudad. Casi lloro al dejar mi oficina chica y luminosa por una gigante y oscura. Nunca he cambiado de trabajo. Me siento bien en el ritual de lo habitual. Necesito mis costumbres y repeticiones. Igual que los niños, igual que los viejos. No me gusta la rutina, pero sí el repetir una y otra vez todo lo que me gusta. Que no es lo mismo. Adoro que todo lo que me gusta siempre se esté repitiendo, día tras día ante mis ojos. O mis oidos.
Mi querido Rito duró más o menos tres años. Acabo de asistir al último. Justo cuando me preparaba para pasar las tardes de este invierno mirando llover por la ventana, tomando té y escuchando buenas canciones. Se sentía igual que encerrarse a revisar discos, en el colegio, en la universidad, con esa amiga o amigo de la vida, o con el amor de la vida. Fueron tantas las canciones que volvieron a aparecer, trayendo una avalancha de recuerdos, a veces buenos, a veces malos, jamás indiferentes. Esas que me iluminaron días, las que me hicieron reirme, las me rompieron el corazón otra vez; las que me lo aceleraron y las que trajeron las mariposas de vuelta. Y están todas las nuevas, las que crearon los recuerdos para el futuro. Y están los conciertos. Están los conciertos. Todo ese universo que volvió, desparramándose para siempre.
Desde chica odié los cambios y es porque me siento sola y perdida sin mis ritos. Voy a extrañar tanto mis dos horas de viaje en la máquina del tiempo. Porque nunca será lo mismo poner uno las canciones. La mayor gracia, el encanto, la magia, era el no saber lo que seguía. Y que eso ocurriera día tras día. De esto se trataba el dominio del oído sobre todos los sentidos: colgar el alma en lo alto de un asta y dejarla flamear al viento que viniera. Reclamar de vuelta la magia de la vida. Ver el sol una vez más antes de morir. Y volar. Y aunque estrictamente hablando no es el final, no puedo dejar de sentir que un pulso acaba de detenerse. En … síntesis, Magic and Loss. Pero no. Tal vez no haya vida en Marte, pero aquí sí. La vida se abre camino, nosotros estamos vivos.
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