Monday, April 03, 2006

Celebrosas y Tontitas

El Sábado, camino al mall, la Magda me pidió que le pusiera el Favorites 2. El Favorites 2 es un disco que hice para llevar en el auto el verano del 2005, con las canciones que más nos gustan a todos. Cuando lo puse, me dijo “Pero Mamá, este disco es para escuchar en vacaciones”. Yo le expliqué que podíamos escucharlo igual en Santiago y acordarnos de las vacaciones. Entonces ella me dijo “Ahh, claro, es una máquina acordadora. No toda la gente tiene una máquina acordadora. Sólo las celebrosas y tontitas”. Cuando le pregunté lo que quería decir me respondió, “celebrosa y tontita es la gente que tiene mucho celebro y lo tiene lleno de tonteras, como nosotras”.

Más allá de globos y ositos rosados y en mi cruzada permanente por derribar ese políticamente correcto modelo de mujer abnegada y transfigurada por la maternidad, a mí me parece que los hijos pueden ser una fuente inagotable de terror, incertidumbre y dolor. Qué feo. Pero está bueno de mitos y novelitas. Admiro a la mujer que escribió ese libro llamado “Quién Dijo Que A Los Hijos Había Que Quererlos”. Embarazarse, parir y criar es una tarea titánica y más de alguna vez terrorífica. Recuerdo mis primeros días de madre y el pánico que sentía cuando miraba a la Magda. Sí!!! la misma que ahora me acompaña, me hace reír y saca lo mejor de mí. Pienso en mi depresión post-parto/no-depresión-sólo-un-bajoncillo-muy-normal, para los que no querían creer que me sintiera vacía, inútil e infinitamente triste. Al día siguiente de nacer la Magdi lloré toda la tarde, estuve varios días sin comer, me ahogaba de noche y me dolía la guata cuando la escuchaba llorar. Y este es el asunto: no conozco una mujer que haya experimentado esa dulce transfiguración maternal. Yo sólo escuché llantos y gruñidos. Y lo que es peor, todas lo saben, pero ninguna tiene la gentileza de decírnoslo. Nuestras mamás sufren de amnesia (o la simulan, seguro pensando en nuestro bien) y las suegras envenenan la cabeza de las nueras. Yo no tuve suegra, pero sí mis amigas. Y hay algo de eso.

A veces creo que el impacto de tener un hijo no es tanto el no dormir, el deber de proveer, o el tener que cuidarlos bien. Yo creo que el verdadero vértigo te da cuando caes en cuenta que nos toca nada menos que enseñarlos a ser felices y a hacer felices a otros. Hacer de ellos humanos que valgan la pena. Porque a veces dudamos si nosotros mismos hemos llegado a ser personas que valen la pena.

No es que uno odie a su guagua. Al menos no todo el tiempo. Lo que sí ocurre es que ella te enfrenta 24 horas al día, por el resto de tu vida, a tus peores miedos. Te saca el gusano que llevas dentro. Si hasta ahora brillaste en la vida, este es tu momento de caer. Si nadie te pidió nada todos estos años, este es tu tiempo para empezar a dar sin límites. Y dudas de tus capacidades. Otras veces, simplemente ves que el asunto te supera. Guateas. Y eso duele.

Pero a pesar de bajones, preguntas sin respuestas y chancacazos contra la realidad, el otro rincón es demasiado luminoso para no visitarlo. Están las risas, los juegos y la complicidad, la compañía, tu camino hacia la entrega y la maravillosa posibilidad de abrirles sus ojitos al mundo. Una experiencia que nadie debiera perderse. Un amor que duele y que no tiene comparable en la vida. La más dulce recompensa. Ellos nunca sabrán que un “Mamá”, un beso porque sí o una simple sonrisa lo pueden todo. Hasta hacer reír a celebrosas y tontitas. Y hacerlas querer ser mejores personas. Y tener más hijos.

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