Wednesday, June 21, 2006

May The Ball Be With Us

La Caro dice que todo Baires estuvo paralizado hasta que terminó el partido con Serbia y Montenegro. Yo pensaba en la suerte que tienen los argentinos, de paralizar el país por un fútbol que te deja festejar. En mis amiguitos de la oficina argentina. Y me pregunté por qué había visto tan poco fútbol estando en la casa. Por qué preferí leer. Le pregunto a ella cuánto fútbol ha visto, instalada en Baires, con el marido azotándose en los estadios alemanes. Me dice que muy poco. Pienso, bueno, dos niñitas a cuestas, un ser en camino, náuseas, sueño. Pero no. “Es que ya no me engancha”, me dice, “no es como antes”. “Si, me pasa eso”, le digo yo. “No es como antes”.

Me quedé pensando. Pasé por todos los mundiales que recuerdo, desde Alemania 74 y sus pelotas rellenas; el mundial en colores el 78, la Tango y el comercial de Halls; penales que nunca fueron: Caszely el 82; Platini el 86 (¿alguien se acordará del comercial de Samsung?). Recordé que tengo peligrosos y cada día más irrecuperables vacíos en Derecho Comercial y Teoría de la Prueba, gracias a mi obsesión por Italia 90. Me acordé de los italianos llorando en esa definición a penales que los mandó a pelear por el tercer lugar. El himno, que lo cantaba la Gianna Nannini, está apareciendo en el cable por estos días. De ella, yo me quedo con Bello E Impossibile, pero definitivamente Italia 90 es mi mundial favorito. También me acordé de los partidos en casa de Sampa el 94 y del partido con Ecuador en las eliminatorias de Francia 98. De Aguinaga, Jime. Y me di cuenta que había una constante: siempre gente alrededor. Un partido de futbol era siempre una ceremonia. Y ahí está: ver fútbol a solas es una experiencia parecida a cumplir años sin familia, sin amigos y sin torta.

Hace años que no le doy con todo a una pelota. Daría lo que fuera por una de esas pichangas de los últimos días del verano, al final del día, a pata pelada. Por uno de los partidos de San Alfonso, con la Denise, la Chica y la Paula. A veces me topo en el supermercado o en un Essomarket con las chicas de las ligas femeninas. Nada muy fino, ni muy femenino. Pero no puedo dejar de mirarlas, con un poquito de envidia. Me he preguntado si habrá una liga para madres de familia de pasado pichanguero. No puedo ser la única, me digo. Quizás podría formar una algún día. Por mientras, me aprovecharé de mi hijo hermoso que aprendió a caminar persiguiendo una pelota. Me parece que acabo de encontrar el mejor de los pretextos para pichanguear en la calle. Como tiene que ser.

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