28 de Febrero
El corazón es como una sopaipilla. Una vez pasada, no se pone más dulce por más remojarla. Yo juraba que dejaría la oficina llorando. Que en mi último día apagaría mi PC, respiraría hondo y tragaría saliva, sabiendo que ya no me sentaría otra vez en ese escritorio. Numb, fue la palabra que le dije al Pelao cuando me preguntó cómo me sentía. Numb no como Pinky, sino como The Edge. Y pensé, vaya, vaya, con lo llorona que soy ¿es que realmente aquí no está pasando nada? Pero no. Entre Diciembre y Febrero pasaron cosas. Cosas grandes y lindas; cosas grandes y feas. All too much.
Primero decidí irme, algo que resultó emocionalmente sencillo, aunque hubo toda una pataleta racional de la cual mi cólon dio cuenta. Hicieron falta muchas caminatas por Pedro De Valdivia, esperando una señal, que llegó en forma de un sueño increíble. Me di permiso para creerme el cuento y reconocer que cada vez me costaba más sentarme ahí, que todo era cada vez más incompatible con lo que yo había llegado a ser y que ahí ya no podría crecer hacia donde yo quería. Y por ahí va el asunto. Porque lo que lo cambió todo fue saber que esperaba mi tercer hijo. Vi mucho más claro que yo quería ser una mamá que trabaja y no una trabajadora que tiene hijos. Que lo que había despertado en los últimos dos años quería quedarse en mi vida. Que había hecho la mejor elección para mí. Por eso cuando conversamos con Pelao, con gargantas apretadas y ojos empañados, le dije que estaba asustada, pero que todavía quería irme. Pelao y yo teníamos una particular forma de relacionarnos. Dos cabezas tremendamente compartimentalizadas, con una inclinación quizás desmesurada hacia la lógica y demasiado respeto por las reglas y las jerarquías, pero con una necesidad terrible de conectar con las personas. Odiábamos tener que jugar el juego, pero de alguna manera acordamos no morder la mano.... Con el tiempo fuimos una excelente dupla profesional y llegamos a ser algo muy parecido a amigos. Le aguanté hartas cosas, peleamos y nos gritamos varias veces, pero también es uno de los dos tipos rectos y honestos con que trabajé. Tener un jefe así es un lujo en un negocio como éste. She needs to spread her own wings, le dijo a un cliente que preguntó por mí. Y no era política. Al final, me dijo el último día, esto es como cuando los hijos crecen. Supongo que tiene razón, pienso yo. Uno siempre quiere que vuelen alto. Aunque luego duela.
Entonces yo ya sabía que mi guagua no iba a nacer y esa pena era absolutamente excluyente de cualquier otro sentimiento. No había lugar para nada más. Quizás el único momento fue cuando le preparé un borrador a Pelao y caí en cuenta que era la última vez, pero pasó rápido. Yo ya no estaba ahí. En estos días en casa he hecho hartas cosas. Me emocioné hasta el cansancio con Farewell To The World. Escuché Yellow y The Scientist en vivo, con mi Feli. He llorado harto y me da un poco de envidia ver mujeres con coches. Me da pena ver guaguas. Pero tengo que agradecer que me han acompañado todos mis seres favoritos. He leído libros sobre las cosas que me gustan, he tocado mis canciones favoritas y he pintado. Terminé mi cuadro “del retorno”, escuchando Crowded House mientras llovía, con el corazón apretado, pero con mi Magdi al lado, haciéndome reir y llenándome la vida. Pedro seguirá siendo mi guagua por un rato más y Tulio dice que vamos a ser papás otra vez. Yo comencé un nuevo cuadro ayer y mañana empiezo en la nueva pega y sé que todo va a estar bien. Estoy contenta, como dice mi Pedrito cuando lo abrazo antes de dormir. Diferente, pero tranquila. Y ya no me siento como The Edge, sino más bien como la mujer del comercial de Nescafé, que vi hace unos días en You Tube.
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