Friday, December 15, 2006

Las Canciones de Navidad Que No Necesitamos

Discutíamos el otro día con mi papá sobre canciones de Navidad. Estábamos armando el árbol, o más bien, los niños colgaban adornos por cualquier parte mientras mi papá se volvía un poco loco con la técnica caótica de armado, desprovista de su tradicional lógica de ubicación de luces y pelotas. Yo tenía puesto un CD quemado por el Tan y que parte con Jingle Bells Rock. La Magda y el Pedro saltaban con esa y otras canciones clásicas en versiones swing y todo era muy alegre. Cuando sonó la versión de White Christmas de Bing Crosby, mi papá dijo que a él le gustaba esa versión más que ninguna otra porque “caracteriza el espíritu navideño”. Vaya vaya, dije yo, cómo que ése es el espíritu Navideño. “Claro que sí, piensa sólo en Noche de Paz”, me dijo, “la canción símbolo de la Navidad, es una canción melancólica, con una historia triste.” Si le damos crédito a una leyenda, agregué en mi cabeza, para no aportillarle su argumentación; que ya no estamos para esas cosas. Y pensé en el disco de canciones de Navidad de la Aimee Mann y lo que había pensado yo cuando lo vi: que con todo lo que me gusta ella, escucharla cantando White Christmas o algo del estilo es justamente lo que no necesito.

Mi papá decía que le gustaba la Navidad. Mi mamá siempre dijo que la odiaba. A mí me gusta. Por si acaso no hablo de la Navidad en el fondo, lo cual es harina de otro costal y pelo de otra cabeza. Yo me refiero al lado, digamos, “pagano” de la Navidad, la decoración, el pino, la comida, la celebración. Soy la que orquesta el ritual de armar el árbol y decorar la casa, y soy, obviamente, la que pone la música. Me gustan las películas y los capítulos de series gringas de Navidad y me gustan las decoraciones en el mall y las lucecitas en los árboles. Me gusta caminar por la calle en esta época. Adoro Providencia, especialmente, porque me recuerda las mañanas de diciembre cuando salíamos con la Olguita en su Fiat 600 rojo a comprar regalos y las tiendas sacaban mesas a la vereda y yo quería ser grande y trabajar empaquetando regalos con un dispensador de scotch gigante para mí sola. Y estaban esos tipos que vendían guirnaldas de papel y bolas de vidrio que se reventaban de nada y en que uno se miraba y parecía un pez globo.

Conozco harta gente que se pone triste para la Navidad y hay como un culto a la Navidad trágica. Canciones, libros, películas desgarradoras y cuentos asesinos de la siquis infantil. Yo veo que algunos lloran por puras pajas, que los tiempos de disfrutarla ya pasaron, que la Navidad es de los niños etc. y se revuelcan en una nostalgia ciega, sorda y muda. Y ciertamente amnésica. En cambio, he visto gente con verdaderas razones para tener pena en Navidad y animarse y disfrutar. Pienso siempre en las fiestas en casa del tío Pity, llenas de gente y música y comida preparada por la Paola, una mujer absolutamente extraordinaria, capaz de dar, de acoger; de reírse y bailar y preparar el árbol de pascua más lindo del mundo (después del mío) pese a que le secuestraron y asesinaron a su primer hijo. Quizás sea justamente que como la Navidad nos hace aflorar demasiado la sensibilidad y nos evoca involuntaria e indiscriminadamente toda clase de imágenes y recuerdos, mientras unos optan por llorar, otros necesitamos refugiarnos en una madriguera feliz, en compañía de la familia, los amigos, los colores, los sabores y las canciones alegres.

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