Imágenes Retro
Después de varios años de negociaciones, el Feli reactivó el asunto Manquehue. Como nos dieron un permiso para entrar mientras nos aprueban la solicitud, el domingo nos fuimos a pasar el día allá e invitamos a los González. Para el Feli, como para Pablo, el Manquehue es lo que fue el Sport para mí: el lugar donde crecimos. Está lleno de caras, olores y recuerdos de toda la vida. No hay un rincón del club donde no tengamos un flashback a la época en que nos depositaban por la mañana y nos recogían en la tarde, agotados y muertos de hambre. Llenos de moretones por las guerras de toallas mojadas, a veces con una pata torcida en una pichanga o con un tajo descomunal en alguna parte del cuerpo. Sé que la voy a sufrir cuando deje a los niños solos allá, pero lo cierto es que todos sobrevivimos y con cero control.
La semana que pasó hubo un campeonato internacional de hockey. Yo me podía haber esperado que apareciera uno que otro Fantasma, de hecho así fue. Pero no había esperado que los actuales jugadores de la selección chilena fueran, como bien apuntó la Caro, los hermanos más chicos de nuestros amigos o aún peor, los hijos de nuestras amigas más grandes. En qué minuto pasó tanto tiempo. No deja de ser una experiencia surrealista circular por el Manquehue como socia, pero hay algunas cosas que me gustan. Me gusta que esté lleno de caras conocidas y de cosas tradicionales y que nada sea ni muy modernillo ni muy fashion. Me encanta que esté lleno de viejitos chuñuscos haciendo deporte, en shorts y traje de baño y que no haya ese entorno tan Balthus/Santa Martina, joven, ultradelgado, bronceado y exitoso. La gente se pasea por todos lados con sus jarros de medio litro de cerveza y nadie se espanta, pues en el Manquehue no es rasca ser un guatón cervecero. A veces pienso que pasé tanto tiempo ahí, primero con el hockey, luego con JFC y que es divertido que el Feli haya resultado ser socio. Pero hay miles de cosas así con él. Haber sido primo hermano del Ale, ir a Algarrobo toda la vida, ir a la misma iglesia, haber salido con dos de mis amigas sin haberlo yo sabido jamás, haber elegido el mismo postítulo. Nos gusta pensar que estábamos destinados a rondarnos hasta que fuera el tiempo de encontrarnos.
Pero en realidad, lo que más me gusta de todo esto es que mis niños tengan la experiencia de crecer como se crecía antes, con más sol y menos videojuegos. Como crecimos el Feli y yo, entre piscina, deporte y amigos de la vida, obligados a cuidarnos solos y a convivir con personas diferentes, de distintas edades, de distintos orígenes, de diferentes estilos. Ahora todo tiende a una odiosa homogeneidad que sólo genera intolerancia, arribismo y cerradura de mollera. El domingo pasado me saludó un ser que estaba sentado cerca de nosotros, leyendo el diario. De pronto caigo en cuenta que era Franco, que había llevado a sus niñitas a la piscina mientras la Vero estaba galleteando –había olvidado ese verbo- como todas las Navidades. Sacando la cuenta, no lo veía hacía unos 7 años, porque la última vez todavía tenía su melena vikinga hasta la cintura y dice que se lo cortó hace más o menos ese tiempo. Se veía bien, bañándose con sus niñitas, embetunándolas con bloqueador, cambiándoles traje de baño y haciendo todas esas cosas lateras que los papás tenemos que hacer. Pensando que hoy día todos los Atarvanes están separados y algunos dando jugo en una segunda adolescencia (como si la primera no hubiera sido, digamos, intensa), me acordé de cuando íbamos a ver tocar a Franco con su banda en el subterráneo del Eve y de cuando tocaba con Viena. Pensé que no se dedicó a la música y que trabaja en otra cosa nada que ver. Y pensé que algunos dimos vuelta la página y nos pasamos al otro lado. Que tenemos harta pega y poco descanso, más responsabilidades; más demandas, más años, más kilos, menos pelos, pero pensé también que todavía no encuentro a ningún arrepentido, lo cual no puede ser casualidad.
La semana que pasó hubo un campeonato internacional de hockey. Yo me podía haber esperado que apareciera uno que otro Fantasma, de hecho así fue. Pero no había esperado que los actuales jugadores de la selección chilena fueran, como bien apuntó la Caro, los hermanos más chicos de nuestros amigos o aún peor, los hijos de nuestras amigas más grandes. En qué minuto pasó tanto tiempo. No deja de ser una experiencia surrealista circular por el Manquehue como socia, pero hay algunas cosas que me gustan. Me gusta que esté lleno de caras conocidas y de cosas tradicionales y que nada sea ni muy modernillo ni muy fashion. Me encanta que esté lleno de viejitos chuñuscos haciendo deporte, en shorts y traje de baño y que no haya ese entorno tan Balthus/Santa Martina, joven, ultradelgado, bronceado y exitoso. La gente se pasea por todos lados con sus jarros de medio litro de cerveza y nadie se espanta, pues en el Manquehue no es rasca ser un guatón cervecero. A veces pienso que pasé tanto tiempo ahí, primero con el hockey, luego con JFC y que es divertido que el Feli haya resultado ser socio. Pero hay miles de cosas así con él. Haber sido primo hermano del Ale, ir a Algarrobo toda la vida, ir a la misma iglesia, haber salido con dos de mis amigas sin haberlo yo sabido jamás, haber elegido el mismo postítulo. Nos gusta pensar que estábamos destinados a rondarnos hasta que fuera el tiempo de encontrarnos.
Pero en realidad, lo que más me gusta de todo esto es que mis niños tengan la experiencia de crecer como se crecía antes, con más sol y menos videojuegos. Como crecimos el Feli y yo, entre piscina, deporte y amigos de la vida, obligados a cuidarnos solos y a convivir con personas diferentes, de distintas edades, de distintos orígenes, de diferentes estilos. Ahora todo tiende a una odiosa homogeneidad que sólo genera intolerancia, arribismo y cerradura de mollera. El domingo pasado me saludó un ser que estaba sentado cerca de nosotros, leyendo el diario. De pronto caigo en cuenta que era Franco, que había llevado a sus niñitas a la piscina mientras la Vero estaba galleteando –había olvidado ese verbo- como todas las Navidades. Sacando la cuenta, no lo veía hacía unos 7 años, porque la última vez todavía tenía su melena vikinga hasta la cintura y dice que se lo cortó hace más o menos ese tiempo. Se veía bien, bañándose con sus niñitas, embetunándolas con bloqueador, cambiándoles traje de baño y haciendo todas esas cosas lateras que los papás tenemos que hacer. Pensando que hoy día todos los Atarvanes están separados y algunos dando jugo en una segunda adolescencia (como si la primera no hubiera sido, digamos, intensa), me acordé de cuando íbamos a ver tocar a Franco con su banda en el subterráneo del Eve y de cuando tocaba con Viena. Pensé que no se dedicó a la música y que trabaja en otra cosa nada que ver. Y pensé que algunos dimos vuelta la página y nos pasamos al otro lado. Que tenemos harta pega y poco descanso, más responsabilidades; más demandas, más años, más kilos, menos pelos, pero pensé también que todavía no encuentro a ningún arrepentido, lo cual no puede ser casualidad.
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