Friday, December 19, 2008

The Closest Thing To Heaven Is To Rock And Roll

Hace unos días tuvimos la comida de fin de año de la oficina. Todo muy exquisito, en el jardín de la casa de un socio, la comida rica, el vino bueno y la música muy correcta. Nos sentamos en una mesa en que casi todos los comensales resultaron ser melómanos. Uno de ellos, un Chapman en potencia. De pavor. Demás está decir que resultó ser la mesa más entretenida y obviamente, la más ruidosa de todas. Mientras casi todos hablaban de la crisis financiera o de pega, nosotros nos peleábamos por contar las mejores historias de discos y conciertos.

El Feli los hacía reir contándoles de cuando lo arrastré al concierto de Megadeth y yo me acordé del concierto de Aerosmith, cuando llevamos unos sandwiches de carne con palta increíbles y los comimos sentados en el suelo del velódromo, con la Caro, Cabezón y JFC y luego nos subieron en sus hombros para que pudiéramos ver a Steven Tyler. También me acordé del concierto de AC/DC, que fui con Conde y su amigo al que un chascón le cayó encima y le rompió los anteojos. Es re pavo que a uno se le olvide cada cierto tiempo escuchar algunos discos esenciales. Aunque es verdad también que ya no hay tanto espacio en la vida para la pesadez musical. Una de mis amigas se burla de su marido que todavía pone Guns n' Roses y Kiss en sus cumpleaños y mucha gente como que arrisca la nariz si uno confiesa gusto por el heavy metal pasados los 30. Lo encuentran como entre rasca y patético. Pero no siempre fue así. En una época teníamos el tiempo y los lugares para esa música. Siempre me acuerdo de una noche que me quedé dormida escuchando el "Black Album" de Metallica, en Zapallar, en la casa de Chola. Fue como la graduación de mi oreja. Todas las imágenes de ese tiempo están asociadas a la música que escuchábamos. Los asados de lomo vetado donde Sampa, con White Zombie, Ozzy y Faith No More. Las noches en su depto en Viña, con The Phone Call de Satriani y Mr. Bungle. Las juntas en el living de Chola con Van Halen y Whitesnake, cuando se aburría y se iba a dormir y nos pedía que dejáramos todo cerrado cuando nos fuéramos. La casa de Zapallar de JFC, con Back In Black y el Razor's Edge y Cabezón con sus discos de Yngwie.

Y como la vida tiene muchas vueltas, entre Van Halen en el gimnasio, la pegada de Thunderstruck con Enter Sandman en la radio y el hallazgo de la Caro, terminé escarbando entre mis discos en busca de todas esas canciones y transportada a la dimensión desconocida, u olvidada o congelada, quién sabe. Hace unas semanas, estábamos hablando por MSN con la Caro, mientras ella miraba unos videos en su cámara. De pronto, extrañada, me describe una escena que a mí me parece familiar, y caigo en cuenta que se trataba del famoso video perdido de la despedida de Cabezón, en la casa de la Vero. Como el casette había desaparecido, no nos quedaba más que acordarnos de imágenes como Sampa cantando Don't Answer Me y jugando con las salchichas, el Jan y la Chantal haciendo muppets por la ventanita, Cabezón tropezándose y yéndose al suelo con Sad But True y las caras de todos cuando el papá de la Vero se asoma y nos hace señas por la ventana. 15 años después, todo es exactamente como lo recordábamos: borroso, desordenado y muy ruidoso.

Hace ya mucho rato que la Caro y yo dejamos de vernos con los Atarvanes. Yo siempre sé de ellos, por la Vero o porque me los encuentro en la piscina. Todos sabemos que ya no tenemos absolutamente nada en común y nunca nos prometemos vernos, ni hablar ni nada. Sin embargo, cuando nos encontramos hay un sentimiento de cariño, de haber compartido una época única en la vida. Una época en que nos creíamos grandes y sentíamos que podíamos comportarnos como unos irresponsables sin que le pasara nada a nadie. Y digo creíamos, porque la verdad es que sí pudieron pasar muchas cosas. Ahora que soy mamá pienso en los riesgos que tomábamos y en cómo habrá rezado la nuestra cuando salíamos. Sé que voy a pasar mucho susto con mis hijos, especialmente si me salen con eso de que son super sanos porque son deportistas. Y sería fácil mirar ese video con ojos de ahora y escandalizarse. Pero sería muy injusto. Es verdad que no todos salieron bien parados de ese tiempo y que algunos van a cargar con las consecuencias para toda la vida. Pero nada de eso es culpa ni del carrete ni del heavy metal. Para mí, mucho más pesaron los padres ausentes o excesivamente permisivos y las mesadas demasiado generosas.

Me pasa que a veces, los viernes o sábados en la noche, me encuentro en el supermercado con grupos como el que teníamos, comprando poca carne y mucho pisco y coca cola. Otras veces los veo poniendo bencina o cargando autos en vísperas de un fin de semana largo o echados en la playa, haciendo nada. Y siempre me acuerdo de como éramos nosotros a esa edad, de lo bien que lo pasábamos y de la poca conciencia que teníamos de nada que no fuéramos nosotros mismos, en ese momento. Y me pasa que a veces los miro con una mezcla de envidia y nostalgia. Pero también con alivio. Sin gusto a poco. Lo cual es importante cuando uno ya hizo algunas elecciones en la vida. Quizás sean esas las cosas que a uno le permiten permanecer en el lugar en que está y sentir que ahí es donde uno pertenece. Por muchos años, siempre quería estar donde no estaba. O no estar donde estaba. Después de tanto correr, un día descubrí que para mí ser feliz es simplemente sentir que uno quiere estar donde está y quedarse y no estar en ninguna otra parte. Exit Night, Enter Light.

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