Thestrals
En La Orden del Fénix, de pronto Harry se da cuenta que los carruajes que hacen el traslado desde el tren a Hogwarts son tirados por unos animales mezcla de caballo esquelético con dragón. Luna Lovegood le explica que los carruajes siempre han sido tirados por ellos, pero que antes no podía verlos, porque sólo pueden verlos quienes han visto la muerte. Cuando le preguntaron a J.K. Rowling por qué Harry no vio a los thestrals antes, tras la muerte de sus padres o de Cedric Diggory, ella explicó que no sólo había que haber presenciado la muerte, sino también haber asimilado sus consecuencias, especialmente que no volveremos a ver a quien muere.
Mi familia fue siempre una de pocas muertes. Al menos así me parecía a mi cuando era chica. Siempre se moría la gente de otras familias. Abuelos, tíos, incluso papás y mamás. A mí el primer abuelo se me murió en cuarto medio y no me dieron ganas de verlo. Tampoco fui al entierro, porque me daba terror entrar a un cementerio. La primera vez que pisé uno fue el General, cuando murió el papá de un compañero. Creo que fue en tercer año, pero sé que era Marzo y que había llovido. Tan poco era mi contacto con la muerte, que en quinto decidí tomar Medicina Legal como electivo e ir a la clase de autopsia en el Instituto Médico Legal. Esa fue la primera vez que vi un cuerpo sin vida. Nunca me ha gustado la palabra cadáver. Un par de años después murió mi abuelo regalón. A él prácticamente lo vimos hacer el tránsito: nos reunimos todos para despedirnos, corrimos con el Tan por conseguirle un cura (hasta la gente de vida más pelusona se toma en serio lo de morirse sin perdón de Dios), que nos preguntaba si acaso estábamos seguros que nuestro abuelo se estaba muriendo, pues tenía una reunión; y escuchamos sus palabras... "si, ya voy, ya voy". Mi abuelo tuvo un paro cardiorespiratorio en su casa y fue reanimado camino a la clínica. Siempre he pensado que volvió para despedirse de nosotros, como el patriarca preocupado que era y para que pudiéramos dejarlo ir con tranquilidad.
Mis hermanos viajaron a Chile apenas murió mi papá, pero perdieron el vuelo de conexión y no alcanzaron a llegar al funeral. Y aunque lo vivieron juntos, de la mano, en un hotel de Dallas o quizás Atlanta, recibiendo fotos y videos de los amigos, prácticamente en tiempo real, no lo vieron, ni lo enterraron. Recuerdo el momento en que vi, por la rendija de la puerta semiabierta, la cama en que lo habían puesto. Caminé sola hasta la habitación y entré. Estaba acostado de espaldas, tapado hasta el pecho, dentro de la cama. Era como si durmiera. Recuerdo haberme acercado y haberle puesto la mano en la frente. La sensación de tocar un cuerpo sin vida se queda grabada en la piel para siempre. Ese frío. Después de eso ya puedes ver thestrals. Estás, definitivamente, en otra parte.
Lo que sucedió en Juan Fernández es re triste. El contexto, las personas, las circunstancias. Se dice que las almas que se ven obligadas a abandonar el cuerpo en forma repentina o violenta a veces tienen dificultades para aceptar su nuevo estado y continuar con su tránsito. Por otra parte, los seres queridos, con su natural dolor y negación, pueden retener a esas almas que deben necesariamente llegar al otro estado. Por eso es lamentable que no se encuentren cuerpos. O lo que sea que permita materializar de alguna forma a quien se fue, para poder honrarlo, despedirlo y tener un lugar donde recordarlo. No sería la primera vez que se entregan bolsas cerradas a los familiares. Siempre recuerdo el funeral del papá y hermano de una compañera de curso, que cayeron desde una lancha y nunca fueron encontrados. Yo siento que haber visto y tocado a mi papá, haberle dado un beso en la frente y una bendición antes que se lo llevaran los de la funeraria hizo mucho más fácil que me despertara al día siguiente con la certeza de que esa mañana era un después. Haber compartido la misa con la familia y los amigos y haber vuelto a casa con mi mamá del cementerio hizo mucho más fácil comenzar a conjugar verbos en pasado con respecto a mi papá. De todas las cosas que uno puede hacer desde esta otra vereda, yo creo que lo que más ayuda es sentir, acompañar y enviar luz a los muertos y a los vivos que dejaron. Los orientales dicen que el alma elige el cómo y el cuándo nacer, así como el cómo y cuándo morir. Todo está planeado desde el principio, pero no lo recordamos. Para los orientales, la muerte es luminosa y sólo una especie de graduación de esta vida, que precede a un descanso que es, a su vez, previo al inicio de otra vida en que aprenderemos todavía más, y así hasta que seamos pura luminosidad. Quizás tendríamos que nacer de nuevo para entenderlo. O para creerlo. A los 25 me daba lo mismo morirme, en cambio ahora, mi apego a la vida y a la gente que quiero es tan brutal que tirito de sólo pensarlo. A veces pienso que incorporar un poco de esa visión de los orientales podría ayudarnos a no ver la muerte propia y la de los que queremos como una amenaza, como un castigo, o como una desgracia. Pero la verdad es que otra cosa es con guitarra.
Mi familia fue siempre una de pocas muertes. Al menos así me parecía a mi cuando era chica. Siempre se moría la gente de otras familias. Abuelos, tíos, incluso papás y mamás. A mí el primer abuelo se me murió en cuarto medio y no me dieron ganas de verlo. Tampoco fui al entierro, porque me daba terror entrar a un cementerio. La primera vez que pisé uno fue el General, cuando murió el papá de un compañero. Creo que fue en tercer año, pero sé que era Marzo y que había llovido. Tan poco era mi contacto con la muerte, que en quinto decidí tomar Medicina Legal como electivo e ir a la clase de autopsia en el Instituto Médico Legal. Esa fue la primera vez que vi un cuerpo sin vida. Nunca me ha gustado la palabra cadáver. Un par de años después murió mi abuelo regalón. A él prácticamente lo vimos hacer el tránsito: nos reunimos todos para despedirnos, corrimos con el Tan por conseguirle un cura (hasta la gente de vida más pelusona se toma en serio lo de morirse sin perdón de Dios), que nos preguntaba si acaso estábamos seguros que nuestro abuelo se estaba muriendo, pues tenía una reunión; y escuchamos sus palabras... "si, ya voy, ya voy". Mi abuelo tuvo un paro cardiorespiratorio en su casa y fue reanimado camino a la clínica. Siempre he pensado que volvió para despedirse de nosotros, como el patriarca preocupado que era y para que pudiéramos dejarlo ir con tranquilidad.
Mis hermanos viajaron a Chile apenas murió mi papá, pero perdieron el vuelo de conexión y no alcanzaron a llegar al funeral. Y aunque lo vivieron juntos, de la mano, en un hotel de Dallas o quizás Atlanta, recibiendo fotos y videos de los amigos, prácticamente en tiempo real, no lo vieron, ni lo enterraron. Recuerdo el momento en que vi, por la rendija de la puerta semiabierta, la cama en que lo habían puesto. Caminé sola hasta la habitación y entré. Estaba acostado de espaldas, tapado hasta el pecho, dentro de la cama. Era como si durmiera. Recuerdo haberme acercado y haberle puesto la mano en la frente. La sensación de tocar un cuerpo sin vida se queda grabada en la piel para siempre. Ese frío. Después de eso ya puedes ver thestrals. Estás, definitivamente, en otra parte.
Lo que sucedió en Juan Fernández es re triste. El contexto, las personas, las circunstancias. Se dice que las almas que se ven obligadas a abandonar el cuerpo en forma repentina o violenta a veces tienen dificultades para aceptar su nuevo estado y continuar con su tránsito. Por otra parte, los seres queridos, con su natural dolor y negación, pueden retener a esas almas que deben necesariamente llegar al otro estado. Por eso es lamentable que no se encuentren cuerpos. O lo que sea que permita materializar de alguna forma a quien se fue, para poder honrarlo, despedirlo y tener un lugar donde recordarlo. No sería la primera vez que se entregan bolsas cerradas a los familiares. Siempre recuerdo el funeral del papá y hermano de una compañera de curso, que cayeron desde una lancha y nunca fueron encontrados. Yo siento que haber visto y tocado a mi papá, haberle dado un beso en la frente y una bendición antes que se lo llevaran los de la funeraria hizo mucho más fácil que me despertara al día siguiente con la certeza de que esa mañana era un después. Haber compartido la misa con la familia y los amigos y haber vuelto a casa con mi mamá del cementerio hizo mucho más fácil comenzar a conjugar verbos en pasado con respecto a mi papá. De todas las cosas que uno puede hacer desde esta otra vereda, yo creo que lo que más ayuda es sentir, acompañar y enviar luz a los muertos y a los vivos que dejaron. Los orientales dicen que el alma elige el cómo y el cuándo nacer, así como el cómo y cuándo morir. Todo está planeado desde el principio, pero no lo recordamos. Para los orientales, la muerte es luminosa y sólo una especie de graduación de esta vida, que precede a un descanso que es, a su vez, previo al inicio de otra vida en que aprenderemos todavía más, y así hasta que seamos pura luminosidad. Quizás tendríamos que nacer de nuevo para entenderlo. O para creerlo. A los 25 me daba lo mismo morirme, en cambio ahora, mi apego a la vida y a la gente que quiero es tan brutal que tirito de sólo pensarlo. A veces pienso que incorporar un poco de esa visión de los orientales podría ayudarnos a no ver la muerte propia y la de los que queremos como una amenaza, como un castigo, o como una desgracia. Pero la verdad es que otra cosa es con guitarra.
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