Monday, April 11, 2011

A Riffless Life

A veces cuando me pongo a jugar con mi guitarra, enchufada y con los fonos, pienso en esa canción de Radiohead: And if the world turns down and if London burns I'll be standing on the beach with my guitar. I wanna be in a band when I get to heaven. Anyone can play guitar and they won't be a nothing anymore. Cuando tengo un tiempo más o menos largo me pongo a buscar sonidos y a tocar, sin pensar. A Merced. Los acordes van saliendo solos, las manos se mueven y los oídos escuchan como separados del cuerpo. Como si no fuera yo quien toca. Es loco lo que el sonido puede hacerle al cuerpo. Vibrar. Sentir. Volar. Sobre todo, volar. Mientras escribo se me viene a la mente la imagen de Cerati tocando A Merced en vivo, con ese final atmosférico - hipnótico que construye y que combina a la perfección con su propia línea: podrías sonreir de verme flotar.

Una mañana tiempo atrás, mientras manejaba a la oficina, pensé en el secreto de un buen riff: hay que sentirlo en la guata. Como si las cuerdas de la guitarra fueran nuestras propias tripas. Hasta una canción mediocre puede volverse inolvidable con el riff adecuado. Me acordé de esto mientras leía la nublosa reseña de Cancino para Roxette. No, no porque sus canciones fueran mediocres, sino porque parte del encanto estuvo siempre en los riffs de clase inmortal. Uno podría incluso preguntarse qué hubiera sido de Roxette sin el riff inicial de The Look. Mis canciones favoritas de Roxette, todas, tienen un buen riff en alguna parte. Incluso It Must Have Been Love lo tiene. Cada canción perfecta de Soda Stereo se construyó sobre un riff (propio o sampleado) que Cerati metió en nuestras cabezas como los brainworms que describe Oliver Sacks en su libro. Final Caja Negra, Persiana Americana, Luna Roja, De Música Ligera, Primavera Cero, La Secuencia Inicial. Bandas como The Smiths, The House Of Love o The Church dominaron el arte del riff.

Este verano me dio por trotar con Foo Fighters. Se me volvió una adicción y ahora, aún trotando por el cemento entre cerros desnudos, mi cabeza siente que va por esa carretera larga, flanqueada por árboles bailarines y montañas rocosas, de viento fresco, de trumao impertinente y sol perpendicular. El día de la maratón, cuando comenzó la bajada, justo sonó Overdrive. Y de pronto me encontré corriendo cada vez más rápido y sé que no fue sólo la pendiente. Estoy segura que los riffs vienen del Lado Oscuro. Prestan fuerzas.

Quizás sea por todo esto que escucho The King of Limbs y no me pasa nada. Hoy día Radiohead me llega tanto como las instrucciones de las auxiliares de vuelo antes del despegue. Porque puedo aguantarle a Keane su etiqueta de banda sin guitarras, pero no a Radiohead. En cambio me preparo para escuchar Wasting Light y tras las primeras canciones hasta parece que ha salido el sol. Y ya sabíamos que Dave Grohl tiene el Korben Dallas Multipass y que no quiere estar en Glee (por suerte) y todo lo demás, pero es que ahora sí que se pasó. Sólo él puede hacer un álbum con once canciones buenas. Sólo él puede hacer canciones con tres coros y llenas de montañas rusas de riffs. Tal vez uno de estos días nuestros corazones se detengan y suelten su último latido. Pero, hasta entonces, yo doy gracias porque todavía puedo comenzar un lunes gris y frio, sin haber visto a Roxette ni a Maiden, pero con mariposas en las tripas y esa vieja y largamente extrañada sensación de no poder elegir mi canción favorita del disco. Porque como dije una vez, a riffless life is not a life.

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