Friday, July 01, 2011

Aquí Vamos

El almuerzo de ayer fue un exorcismo de los grandes. Siempre es tan iluminador conversar con mi amiga de Lasa. Incluso aunque exploremos las cavernas más oscuras de nuestras almas. De vuelta del almuerzo me vine caminando. Sin música. Pensando. Pensando que una vez más, estamos juntas en la misma pelea con nuestros puntos ciegos. De pronto recordé que hoy saldría la nota en Capital y apareció una imagen en mi cabeza: yo en la estación de alguna ciudad de Italia, Florencia, creo, buscando un teléfono público para llamar a AC en Santiago y felicitarlo por su nombramiento como socio la noche anterior. Me da pena que cosas épicas como llamar larga distancia desde otro país ya no parecen ser apreciadas por las personas. Ya no parecen necesarias. Ahora existe el muro de Facebook. El asunto es que me doy cuenta que quince años después, estoy yo en el mismo lugar. Y sí, recibí un mail de AC por Facebook, pero ya habíamos celebrado antes, en persona y con abrazos. "Pérez, habrías sido igual de exitosa, es sólo que tu camino se cruzó con el mío", me dijo, cuando le agradecí por hartas cosas que aprendí trabajando con él, incluso con su estilo que a veces era tan odiosamente House. Pienso luego que harta gente apareció por mi oficina al día siguiente del anuncio, varios impresionados por lo que dije en ese mini discurso que olvidé preparar. Yo prácticamente no recuerdo nada de lo que dije, porque me dio la típica amnesia de escenario, como cuando daba pruebas orales o como cuando canto. Sé, eso sí, que agradecí a mis Padawanes y al Feli, porque los logros nunca son de uno solo y por eso hay que compartirlos. Pero algo inusual para el discurso de un abogado que llega a socio de un estudio grande debo haber dicho, como para que Iggy Pop me dijera dos veces "grandes palabras" y otro personaje "le pegaste el palo a varios". Como sea. Lo de Capital es parte del juego y es también un cariño al ego y lo disfruto y me gusta. Pero más me importa, más me preocupa por estos días, el encontrar el para qué de lo que sucedió y el cómo usar bien la posición que ahora tengo. Porque yo ya no creo en una voluntad divina que nos lleva en brazos hasta un lugar que ella ha decido previamente. Ni que nos de las instrucciones para llegar al lugar al que decidimos ir. Dios no puede ser un GPS. Yo creo que somos nosotros los únicos responsables de llegar donde elegimos ir y los únicos encargados de encontrar o, si es necesario, de hacermos el camino. Si fallamos, no es Dios quien nos castiga, somos nosotros mismos. Eso es aún peor. Porque siempre, siempre sabemos.

No me olvidado de las muchas veces que dije que no me interesaba estar en la mesa en que me senté el Martes. ¿Por qué acepté, entonces? Nunca fue una mentira, ni falsa humildad. Es bastante simple. Cuando en el verano llegó sorpresivamente Iggy Pop a mi oficina y a pito de nada me planteó la posibilidad de ser socia, hubo una frase que me quedó dando vuelta: "mira, al final, aquí cada uno puede hacerlo a su pinta, y por último, si no te gusta, no pasa nada, te vai no más. Dále una vuelta en tus vacaciones". Lo de que cada uno puede hacerlo a su pinta, no es una mentira tan grande. A veces es incluso verdad. Lo de que si no me gusta me puedo ir, ya lo había descubierto en una de mis epifanías musicales automovilísticas. Creo que en mis conversaciones con el Feli me di cuenta que al no aceptar podía cerrarme a la posibilidad de seguir avanzando en muchas cosas, no sólo de pega. Sentí que no aceptar era una cobardía. Porque aunque en realidad no se me ha quitado la intuición, que ya es casi una convicción, de que hay mucho más para mí que lo que hago en la oficina, siento que este es el tiempo de la siembra. Luego vendrá el de ver crecer lo sembramos, hasta que llegue el momento de cosechar.

Al final, pareciera que todo, absolutamente todo, tiene que ver con la misión y con el uso de nuestros talentos. Con el hacer lo que vinimos a hacer en la vida, para nosotros y para las personas que nos rodean y son nuestras compañeras de ruta. Y esa misión hay que descubrirla a tiempo, para poder cumplirla a tiempo. Los budistas piensan mucho en la muerte. No porque sean lúgubres. Todo lo contrario, el budismo es sumamente luminoso y propicia la alegría por todos lados. Lo que sucede es que creen en la reencarnación y en que cada vida que vivimos la elegimos para aprender lecciones que nos hagan ser mejor gente. Y como si no aprendemos lo que teníamos que aprender o no hacemos lo que teníamos planeado hacer, repetimos de curso, se esfuerzan en descubrir y cumplir esa misión antes de morirse. No es que me haya vuelto budista. Aunque tampoco soy lo que solía ser cuando cumplir reglas a ciegas era mucho más fácil, simplemente porque había menos transgresiones que cometer y muy poco que perder. En el fondo, nadie tiene la verdad sobre estas cosas. Lo dice el propio Aidalai. Pero ayer con de Lasa sentimos al mismo tiempo que nuestros miedos no vienen de nuestra freakería, ni del ser minas enrolladas, ni de ser ultra responsables por culpa del colegio y de nuestras mamás. El vértigo y el miedo que sentimos nos vienen del no poder saber a ciencia cierta si estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Porque no hay aciertos ni errores objetivos en la vida. Sólo podemos ver los resultados de nuestras acciones y omisiones. Todo lo que hagamos o no hagamos va a tener un efecto. No hay bolas de cristal. Unicamente nuestra intuición y días que van pasando de a uno en uno, hasta que lleguemos al último.

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