El Acto De Escribir
Leo, luego escribo. Respectivamente, desde que mi Mamá, estando yo con peste cristal a los 6, me regaló Papelucho y desde que descubrí sus poderes mágicos. De tanto leer, uno aprende a escribir bien. O al menos sin aberraciones sintácticas y ortográficas flagrantes. Y se pone algo exigente en cuanto a las destrezas comunicativas de la gente. Especialmente por escrito, donde ningún error pasa piola.
La primera vez que Sweet Bastard apareció con una carta me puse a tiritar. Ya estaba demasiado involucrada en el asunto como para querer verificar sus aptitudes. Algo así como hacerle el test sicológico a un buen empleado cuando ya está dentro. Hay cosas que es mejor no saber. El tipo nunca antes me había escrito nada y en ese momento estábamos terminados. Pero ahí lo tenía, con su mejor sonrisa y una carta en la mano. Pues resultó que Sweet Bastard no sólo tenía excelente ortografía sino que escribía bien. Se robaba letras de canciones, pero eso para mí era más que perdonable. También decía cosas algo chulas, pero justamente de eso se tratan las cartas de amor. Las canciones de amor también. Incluso las power ballads. Especialmente las power ballads, de hecho. ¿Y quién se resiste a ellas?
Esas cartas las perdí. Quedaron en casa de mi papá al irme. Pero hace unos meses, ordenando casettes encontré Big Ones. Cuando abrí la caja, reconocí inmediatamente la letra. Sí, señores, Sweet Bastard grababa casettes para sus chicas y se los dedicaba. Pero no me pareció chistoso ni ridículo. Lo que sentí fue pena. Me dio nostalgia. No una nostalgia de ex pololos ni de otros tiempos. Más bien una pequeña pataleta ante el hecho que el tiempo de escribir y recibir cartas como esas ya pasó. No porque hoy tecleamos en lugar de arrastrar el lápiz ni porque ya no compramos tinta para recargar nuestras lapiceras. Simplemente porque las cosas que nos escribió alguien a los 20 no las volveremos a leer. Porque lo que escribimos a los 20 ya no lo escribiremos. Y porque sabemos que así no más es.
Por cosas de la vida, varios de mis seres favoritos están en otra parte y me comunico con ellos por mail. Así que, en el fondo, sigo siendo un ser profundamente epistolar. Y lo disfruto increíblemente. A veces creo que hay algo de deformación profesional, por eso de que lo que no está por escrito no existe, pero en verdad no. Al final, creo que tomarse el tiempo de escribirle a otro es siempre un acto de amor en el sentido más amplio de la palabra. A lo C.S. Lewis, por decirlo de alguna manera. Al escribirle a otro siempre expresaremos sentimientos. De simpatía, de amistad, de compañía, de cariño, de admiración. Lo que uno escribe queda para siempre. Lo que uno lee queda para siempre. La otra noche pensé en todo esto. Pensé en las cartas que le escribí a JP y en las miles de líneas que he escrito en mi vida, merecidas o no por sus destinatarios. Me acordé de esa postal que Andrés me mandó desde Holanda. Y de la historia de Hipatia La Sabia en El Incendio de Alejandría.
Pero hoy casi nadie escribe cartas en papel. No desconozco que un mail cumple su objetivo en forma más que eficiente. Puede iluminar un día, puede ayudar a solucionar problemas, puede reconfortar, puede hacer reír y puede expresar atención, cariño o amor. Pero incluso al imprimirlo, si queremos tener una evidencia tangible de lo recibido, hay algo que falta. Siento que hay algo adicional en el “de puño y letra”. Es como si en cada carta quedara un pedacito de quien escribe. Ahora que lo pienso, creo que nunca más vi, o peor, no conozco la letra de mucha gente a mi alrededor. Y había un placer especial en reconocer la letra de quien escribía algo para uno. Por eso me parece que en estos tiempos de instantaneidad y "escasez de tiempo", deberíamos apreciar en toda su magnitud un mensaje escrito y no considerarlo una ridiculez o una muestra de incapacidad para ponerse al día con la tecnología. La Caro escribe cartas y francamente no sé en qué minuto lo hace. Eso es lo que me sorprende y me emociona y me hace sentir algo culpable. Tal vez, uno de estos días podría comprar tinta. Papel hay en la impresora.
La primera vez que Sweet Bastard apareció con una carta me puse a tiritar. Ya estaba demasiado involucrada en el asunto como para querer verificar sus aptitudes. Algo así como hacerle el test sicológico a un buen empleado cuando ya está dentro. Hay cosas que es mejor no saber. El tipo nunca antes me había escrito nada y en ese momento estábamos terminados. Pero ahí lo tenía, con su mejor sonrisa y una carta en la mano. Pues resultó que Sweet Bastard no sólo tenía excelente ortografía sino que escribía bien. Se robaba letras de canciones, pero eso para mí era más que perdonable. También decía cosas algo chulas, pero justamente de eso se tratan las cartas de amor. Las canciones de amor también. Incluso las power ballads. Especialmente las power ballads, de hecho. ¿Y quién se resiste a ellas?
Esas cartas las perdí. Quedaron en casa de mi papá al irme. Pero hace unos meses, ordenando casettes encontré Big Ones. Cuando abrí la caja, reconocí inmediatamente la letra. Sí, señores, Sweet Bastard grababa casettes para sus chicas y se los dedicaba. Pero no me pareció chistoso ni ridículo. Lo que sentí fue pena. Me dio nostalgia. No una nostalgia de ex pololos ni de otros tiempos. Más bien una pequeña pataleta ante el hecho que el tiempo de escribir y recibir cartas como esas ya pasó. No porque hoy tecleamos en lugar de arrastrar el lápiz ni porque ya no compramos tinta para recargar nuestras lapiceras. Simplemente porque las cosas que nos escribió alguien a los 20 no las volveremos a leer. Porque lo que escribimos a los 20 ya no lo escribiremos. Y porque sabemos que así no más es.
Por cosas de la vida, varios de mis seres favoritos están en otra parte y me comunico con ellos por mail. Así que, en el fondo, sigo siendo un ser profundamente epistolar. Y lo disfruto increíblemente. A veces creo que hay algo de deformación profesional, por eso de que lo que no está por escrito no existe, pero en verdad no. Al final, creo que tomarse el tiempo de escribirle a otro es siempre un acto de amor en el sentido más amplio de la palabra. A lo C.S. Lewis, por decirlo de alguna manera. Al escribirle a otro siempre expresaremos sentimientos. De simpatía, de amistad, de compañía, de cariño, de admiración. Lo que uno escribe queda para siempre. Lo que uno lee queda para siempre. La otra noche pensé en todo esto. Pensé en las cartas que le escribí a JP y en las miles de líneas que he escrito en mi vida, merecidas o no por sus destinatarios. Me acordé de esa postal que Andrés me mandó desde Holanda. Y de la historia de Hipatia La Sabia en El Incendio de Alejandría.
Pero hoy casi nadie escribe cartas en papel. No desconozco que un mail cumple su objetivo en forma más que eficiente. Puede iluminar un día, puede ayudar a solucionar problemas, puede reconfortar, puede hacer reír y puede expresar atención, cariño o amor. Pero incluso al imprimirlo, si queremos tener una evidencia tangible de lo recibido, hay algo que falta. Siento que hay algo adicional en el “de puño y letra”. Es como si en cada carta quedara un pedacito de quien escribe. Ahora que lo pienso, creo que nunca más vi, o peor, no conozco la letra de mucha gente a mi alrededor. Y había un placer especial en reconocer la letra de quien escribía algo para uno. Por eso me parece que en estos tiempos de instantaneidad y "escasez de tiempo", deberíamos apreciar en toda su magnitud un mensaje escrito y no considerarlo una ridiculez o una muestra de incapacidad para ponerse al día con la tecnología. La Caro escribe cartas y francamente no sé en qué minuto lo hace. Eso es lo que me sorprende y me emociona y me hace sentir algo culpable. Tal vez, uno de estos días podría comprar tinta. Papel hay en la impresora.
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