Tuesday, July 11, 2006

Los Miserables

Me van quedando pocas adicciones. Dr. House, la serie, es una de ellas. No puedo con la inteligencia del guión, con la rapidez de los diálogos, el humor malvado, amargo y retorcido de House, las conversaciones entre él y su amigo el oncólogo. Cada vez que veo cómo las mujeres no pueden dejan de impresionarse con él, o caer rendidas, pienso en Crazy, esa canción de Icehouse en que Davies dice “Tienes que estar loca nena, para querer a un tipo como yo”.

En algún período de la vida me atrajeron los miserables. Probablemente por eso todavía me gusta tanto Crazy. Aunque ese era más bien un looser. Aquí no. Mientras más sensible y atormentado, pero brillante el sujeto, más objeto de mi afecto se hacía. Si era un ermitaño o alma solitaria dedicada al arte, tanto mejor. Si además era dueño de una buena colección de libros y discos, entonces para allá iba la cosa. No es ningún secreto que ese tipo de personaje tiene un atractivo especial para algunas mujeres. Instinto maternal, desafío personal, ego, obsesión; el sueño de que podrán cambiarlos. Y salvarlos. El problema es que al final, lo mismo que las enamora las lleva al odio más tarde o más temprano. Porque en la mayoría de los casos el miserable es un ser tremendamente asimétrico. Todo lo que es de un lado no lo es del otro.

Hay un capítulo de la segunda temporada en que James, el oncólogo, le dice a House que no se gusta, pero se admira y que si rechaza la oportunidad de ser feliz en una relación no es porque no puede, sino porque eso lo haría perder lo que lo hace especial. Amar lo dejaría hecho un tipo común y corriente. Y a él le gusta ser miserable. Cuando Cameron, la linda y habilosa aprendiz logra que su maestro la invite a comer, él le dice que no puede amarla. Que es un tipo dañado. Poco después House se reencuentra con su ex mujer, casada con otro, y se va a su casa y pone You Can’t Always Get What You Want. Y sufre. Y yo creo que disfruta.

Yo aprendí que los miserables no pueden renunciar a la cara oscura de su brillante luna. No tanto por dejar de ser especiales, sino más bien por su incapacidad de arriesgar. No lo hacen por nada, por nadie. Ni siquiera por ellos mismos. Su imagen es pose. Sólo son especiales ante sí mismos. Y la miseria de sus existencias les garantiza una extraña seguridad. House es sólo un personaje que habla líneas de un buen guión. Sin embargo los miserables existen. Yo creo que todo su cuento es pan para hoy y hambre para mañana. Y al igual que a las mujeres, a las que, en el fondo, temen como al demonio, se les puede pasar el tren. A los 20 un miserable con buena pinta puede ser un exquisito blanco de cacería. A los 30, si además es profesionalmente exitoso, puede ser un excelente partido. Pero pasados los 40, un brillante y sensible ermitaño ya no parece nada divertido. Más bien da susto. Se asemeja peligrosamente a un agujero negro. Chicas, corran por sus vidas. Quieran al Doctor House.

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