El Duende Melodía
Era otoño. Casi no quedaban árboles verdes en el bosque. Todas las hojas estaban rojas o amarillas y caían, una a una como grandes manos viejas... El hongo donde vivía el Duende Melodía estaba cubierto por una manta de hojas crujidoras. Los insectos iban y venían entre ellas, apurados en hacer sus casas para el invierno. el Duende Melodía, con su experiencia de cien años, trabajaba también. ¿Saben ustedes en qué consistía el trabajo del viejo Duende? Era algo muy divertido: juntaba sol para el invierno. Y ¿saben de qué manera lo hacía? Pues se tendía al sol sobre una hoja seca, hasta que se le llenaban los bolsillos; entonces corría a su callampa y vaciaba el sol en sus frascos y retortas de cristal, tapándolos con un poco de barro. Los frascos brillaban en las obscuras alacenas con fantásticas luces doradas. Luego, el Duende volvía a tenderse sobre la hoja seca, y con el dulce calor del otoño le daban ganas de dormir.
La Hormiguita Cantora andaba por esos lados, muy atareada, juntando provisiones para el invierno. De pronto vio a su amigo, el Duende Melodía, tendido al sol, durmiendo. Esto la escandalizó un poco y le dijo:
-Pero tú, ¿qué haces,
acostado al sol,
flojeando, flojeando,
como un caracol?
El Duende, herido en su amor propio, contestó:
- Yo no estoy flojeando, Hormiguita, estoy juntando sol para el invierno. Primero me lleno un bolsillo y luego el otro, y voy corriendo a guardarlo en mis frascos de cristal. Así tendré con qué calentarme cuando haga frío.
La Hormiguita Cantora y el Duende Melodía, Alicia Morel, 1973.
Durante los primeros días del verano pasado, mi vida fue perfecta. Esperábamos a la Laura, la nueva integrante de la Manada y por las tardes, después del trabajo, nos íbamos a la piscina con el Feli, la Magda y el Pedro. Cuando ya no quedaba nadie, los niños se ponían a jugar en la arena y el Feli y yo leíamos. El La Bodega, yo La Brújula Dorada. Los cipreses, los mismos de cuando los dos éramos chicos, se mecían con el viento de la tarde de verano y poco a poco iban cambiando de color. Lo mismo, todos los días. Fueron varias las veces que pensé que serían esos los momentos que me iluminarían durante el invierno, cuando hiciera mucho frío y el bajón hormonal me tuviera hecha un trapo. Y no me equivoqué.
Mis amigas Jime y Deni me regalaron lindos mails para Navidad. Cada una me habló con su particular estilo y sabiduría. Mientras la Deni me decía "Pérez, permítete decir puta el año duro", la Jime me recordaba que las relaciones con los padres son complejas y duras y que algunas veces simplemente no hay encuentro. "No se puede cerrar un círculo que nunca empezó". La Caro también hizo lo suyo, haciéndome entender algunas cosas que yo no supe ver en su momento y comprender que, si bien ya nada se puede hacer, uno puede seguir adelante con una mirada diferente y más feliz.
Hace muchos años, la Jime y yo hicimos un ritual. Escribimos lo que queríamos desterrar de nuestras vidas en papeles que tiraríamos al río la noche del 31 de diciembre, escuchando alguna canción mágica. Suponemos que nunca tiramos nada a ningún río, porque no nos acordamos. Y seguimos lidiando con cosas que odiamos. Ahora que va a empezar otro año y que uno forzosamente hace listas, balances y propósitos, ahora que ya logré atravesar la Navidad y navegar por las turbulencias de los sentimientos encontrados que ella siempre termina desenterrando, le haré caso a mi amiga y diré que sí, que fue un año duro. "No hay nada más lindo y duro que el nacimiento de un hijo", me escribió ella. Pero tuvimos una hija sana, perfecta y hermosa. Mi Manada me llenó de alegría y jamás tendré como retribuir lo que hizo el Feli el día que mi Papá se murió. Es curiosa la vida. Al final, a pesar de todo, fue él quien lo acompañó hasta el último instante. Y sí, puede sonar a un espantoso cliché, pero sé que ahora todo va a ser mejor. Además, es verano y el sol se pone tarde y sigue bañando los cipreses y los cedros del Manquehue hasta desaparecer. Así que, como el Duende Melodía, comenzaré a juntar sol para el año que viene. Siempre sirve.
La Hormiguita Cantora andaba por esos lados, muy atareada, juntando provisiones para el invierno. De pronto vio a su amigo, el Duende Melodía, tendido al sol, durmiendo. Esto la escandalizó un poco y le dijo:
-Pero tú, ¿qué haces,
acostado al sol,
flojeando, flojeando,
como un caracol?
El Duende, herido en su amor propio, contestó:
- Yo no estoy flojeando, Hormiguita, estoy juntando sol para el invierno. Primero me lleno un bolsillo y luego el otro, y voy corriendo a guardarlo en mis frascos de cristal. Así tendré con qué calentarme cuando haga frío.
La Hormiguita Cantora y el Duende Melodía, Alicia Morel, 1973.
Durante los primeros días del verano pasado, mi vida fue perfecta. Esperábamos a la Laura, la nueva integrante de la Manada y por las tardes, después del trabajo, nos íbamos a la piscina con el Feli, la Magda y el Pedro. Cuando ya no quedaba nadie, los niños se ponían a jugar en la arena y el Feli y yo leíamos. El La Bodega, yo La Brújula Dorada. Los cipreses, los mismos de cuando los dos éramos chicos, se mecían con el viento de la tarde de verano y poco a poco iban cambiando de color. Lo mismo, todos los días. Fueron varias las veces que pensé que serían esos los momentos que me iluminarían durante el invierno, cuando hiciera mucho frío y el bajón hormonal me tuviera hecha un trapo. Y no me equivoqué.
Mis amigas Jime y Deni me regalaron lindos mails para Navidad. Cada una me habló con su particular estilo y sabiduría. Mientras la Deni me decía "Pérez, permítete decir puta el año duro", la Jime me recordaba que las relaciones con los padres son complejas y duras y que algunas veces simplemente no hay encuentro. "No se puede cerrar un círculo que nunca empezó". La Caro también hizo lo suyo, haciéndome entender algunas cosas que yo no supe ver en su momento y comprender que, si bien ya nada se puede hacer, uno puede seguir adelante con una mirada diferente y más feliz.
Hace muchos años, la Jime y yo hicimos un ritual. Escribimos lo que queríamos desterrar de nuestras vidas en papeles que tiraríamos al río la noche del 31 de diciembre, escuchando alguna canción mágica. Suponemos que nunca tiramos nada a ningún río, porque no nos acordamos. Y seguimos lidiando con cosas que odiamos. Ahora que va a empezar otro año y que uno forzosamente hace listas, balances y propósitos, ahora que ya logré atravesar la Navidad y navegar por las turbulencias de los sentimientos encontrados que ella siempre termina desenterrando, le haré caso a mi amiga y diré que sí, que fue un año duro. "No hay nada más lindo y duro que el nacimiento de un hijo", me escribió ella. Pero tuvimos una hija sana, perfecta y hermosa. Mi Manada me llenó de alegría y jamás tendré como retribuir lo que hizo el Feli el día que mi Papá se murió. Es curiosa la vida. Al final, a pesar de todo, fue él quien lo acompañó hasta el último instante. Y sí, puede sonar a un espantoso cliché, pero sé que ahora todo va a ser mejor. Además, es verano y el sol se pone tarde y sigue bañando los cipreses y los cedros del Manquehue hasta desaparecer. Así que, como el Duende Melodía, comenzaré a juntar sol para el año que viene. Siempre sirve.
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