Monday, February 02, 2009

Now I'm Here: It's A Kind Of Magic

A algunas personas les gusta ir todos los años de vacaciones a un lugar diferente. A mí me gusta lo contrario. Algarrobo es dato de la causa, venía con el marido. Y qué le hace el agua al pescado, unos días de playa, casi gratis, no están nada mal. Pero otra cosa pasa con Las Trancas. Mis vacaciones no comienzan sino hasta que el camino se empieza a elevar y aparecen los primeros coigües, el Nevado de Chillán con sus nieves eternas y finalmente los cráteres del Volcán Chillán. Adoro entrar a nuestra cabaña, que ya es como si fuera nuestra luego de cuatro veranos y una rodada escalera abajo del Feli. Como siempre llegamos en la tarde, a mi pieza entra la luz exquisita de la Hora Naranja. Adoro dejar los libros que leeré en la repisa de la ventana y poner mi almohada en la cama. Me encanta cuando ya está todo en su lugar y pareciera que hay un siglo por delante.

Me gusta venir siempre aquí porque puedo ver cómo va creciendo mi manada. Cada año han cambiado y yo puedo observarlos y comparar. Percibir lo que están necesitando, responderles lo que se están preguntando, evaluar dar más libertad a los grandes y asignarles pequeñas responsabilidades. Los miro jugar, los escucho hablar, gritar, pelear y así puedo hacer la pega de las vacaciones. Sí, señores, por si no lo sabíamos, las vacaciones no se hicieron para que los padres nos echemos a descansar. Después de todo, se trata del único momento del año en que podemos dedicarnos en cuerpo y alma a transformar a esa a veces odiosa tribu en la familia con que soñamos. Todos los años me llevo de vuelta una lista de tareas, propósitos y conversaciones pendientes con los niños, con el Feli y con la Nana. Pero no es terrible. Al contrario, me gusta.
En El Arbol del Conocimiento aprendí que los seres humanos nos estamos haciendo constantemente, que estamos en eterna producción de nosotros mismos, tanto en lo corporal como en lo emocional. Por eso ser padres es difícil y requiere un esfuerzo y dedicación que muchas veces exceden nuestras fuerzas y capacidades. Pensar que hay gente que no se hace cargo de esto y que luego uno termina lidiando con sus odiosos retoños. Una de las cosas que más disfruto aquí es conversar con los niños, especialmente por separado. Entrar en sus mundos es fascinante. Escuchar a la Magda mientras paseamos a caballo o al Pedro antes de dormir es mágico.
Cada año me cuesta más dejar Las Trancas. Siempre me voy prometiendo que vamos a volver antes del próximo verano, pero la verdad es que todavía nunca hemos visto el Otoño rojo-amarillo ni hemos venido en Invierno. También me voy jurando que intentaré mantener el espíritu durante el año, pero llego a Santiago rabiando y gruñendo. Seguro este año haré lo de siempre: me bajaré del auto, entraré al living, veré el caos en que quedó convertida la casa al irnos y miraré el árbol de Navidad todavía armado. Pasaré directo de la descarga al desarme: harto que hacer para poco pensar. Me dormiré tan cansada que por la mañana no quedará más que aceptar que estoy de vuelta. Pero ahora estoy aquí y sé que cuando abra los ojos en la mañana y corra la cortina voy a ver el cielo celeste entre las hojas verdes de mi bosque y que olerá a café recién hecho y fuego encendido.

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