Tuesday, March 31, 2009

No One Is To Blame

You can look at the menu but you just can't eat
You can feel the cushions but you can't have a seat
You can dip your foot in the pool but you can't have a swim
You can feel the punishment but you can't commit the sin
And you want her and she wants you, we want everyone
And you want her and she wants you
No one, no one, no one ever is to blame
You can build a mansion but you just can't live in it
Youre the fastest runner but you're not allowed to win
Some break the rules and live to count the cost
The insecurity is the thing that won't get lost
And you want her and she wants you, we want everyone
And you want her and she wants you
No one, no one, no one ever is to blame
You can see the summit but you can't reach it
It's the last piece of the puzzle but you just can't make it fit
Doctor says you're cured but you still feel the pain
Aspirations in the clouds but your hopes go down the drain
And you want her and she wants you, we want everyone
And you want her and she wants you
No one, no one, no one ever is to blame
No one ever is to blame
Me encantaba recordar nuestras conversaciones. Nunca nos faltaba tema, a veces nos atropellábamos para hablar y otras decíamos lo mismo al mismo tiempo. Cuando me acordaba de él era como escuchar canciones: podía volver a reírme y a entretenerme y a sorprenderme una y otra vez. Fue así desde la noche en que nos habíamos conocido, en un cumpleaños algo aburrido y nos quedamos sentados en el primer peldaño de la escalera, mientras el mundo nos hacía girar sin darnos cuenta. Por falta de espacio, nos hicimos amigos. Solíamos vernos entre largas pausas, pero siempre encontrábamos la forma de ponernos al día. Esa vez habíamos decidido vernos de nuevo cuando ambos tuviéramos el tiempo, pasadas mis pruebas, presentado su proyecto. Pero para agregarle una dosis de magia y suspenso, decidimos que sería el primer día que lloviera, en el Villa Real, a la hora del té. Ese año el verano duró más de la cuenta. Una noche me desperté y estaba lloviendo y algo en mí se rió, por primera vez en mucho tiempo.

Los árboles de Pedro de Valdivia se agitaban con el viento y la vereda era un colchón de hojas amarillas. Yo caminaba bajo la lluvia con mi walkman, como en una película francesa o algo así. Entré mirando las mesas, con sus eternos manteles rojos y el mural con jaulas y pájaros. El mismo que miraba cuando tomaba té con mi abuela en ese mismo lugar. Yo tiritaba, pero no sentía frío. Miraba a la puerta cada cierto rato, esperando verlo entrar. De pronto me miré en el reflejo de la ventana y recordé esa sensación de jugar a la escondida cuando era chica. Y que llevaba meses sin saber nada de él. Pensé que probablemente se le hubiera olvidado. Y al ver mi imagen en ese vidrio tuve que admitir que lo que tenía eran mariposas en la guata. Pensé que un café con leche podría calmarlas. Adormecerlas, que fuera. Comencé a escribir una historia. Esta historia, sólo que en presente. Me lo imaginaba cruzando el puente, corriendo por la Costanera bajo la lluvia. Lo veía entrando por la puerta, el pelo largo color caramelo mojado en la frente y la risa de siempre. Pero no sucedió.

Entonces, sin dejar de mirarme en la ventana, me puse el abrigo, los audífonos y apreté play. Caminé por la calle oscura y mojada, no recuerdo hacia dónde. Supongo que habré pagado. Un pedazo de mí sentía alivio; el otro pena. El resto, terror. Llegué a preguntarme si acaso habría llovido antes de ese día. Debería haber existido la canción de Travis en ese tiempo, esa en que el tipo se preguntaba si la razón de sus penurias sería el haber mentido a los diecisiete. Entonces, en medio de la gente, lo ví venir corriendo. Nos acercamos y nos quedamos mirando y mientras Howard Jones se desgarraba cantando su canción, nosotros nos abrazamos y nos reímos. Es cierto. Nunca es culpa de nadie.

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