Eslabones Perdidos
Alfonso me pidió que le imprimiera posts de mi blog. No le gusta leerlos de la pantalla. Así que me puse a buscar entre mis escritos sobre familia, sobre pareja, sobre maternidad, sobre trabajo, sobre amistades, afectos y no-afectos y en general, sobre el mundo más allá de mis evidentes obsesiones musicales. Me sirvió para darme cuenta que ya llevo cinco años escribiendo. Que ya tengo mis posts favoritos. Y que había uno que faltaba. Y hubiera podido seguirlo postergando, si no fuera porque “las coincidencias no existen”.
Hace un par de semanas me tocó reunirme con Vergara, un gerente de finanzas cuyo papá acababa de morirse. Con Vergara partimos distantes y en bandos supuestamente opuestos, pero en la trinchera terminamos armando un buen equipo de trabajo, solucionando problemas con ingenio, poniéndole nombres divertidos a las situaciones y conversando de la vida. Por eso pude preguntarle si tuvo la oportunidad de despedirse de su papá. Me dijo que sí, que sucedió en una semana y que fue poco tiempo. Sin querer sonar a sermón de la montaña ni a supuesta voz de la experiencia le dije que eso era mucho mejor que nada. A los dos días me llega un mail diciendo que se murió el papá del Leo Battaglia. El Leo, mi yunta de estudio de la U, a quien ya no veo más que en la fila del Jumbo a veces, y que ahora es un penalista conocido y mediático como siempre supimos que iba a ser. Y como son las cosas, no pude ir a la misa, pero esa misma noche me encontré con su señora en el Jumbo. Me cuenta que don Carlo murió de cáncer y que el último año toda la familia giró en torno a las últimas cosas que harían con él. Me despido de la Marula. El supermercado está casi vacío, es tarde y hay buena música sonando. Y me quedo deambulando un rato por el pasillo de los cereales y colados que no necesito, pensando que yo no tuve la oportunidad de saber que mi papá se iba a morir. Que no pude verlo venir, como he visto y veo venir tantas cosas en la vida. Que sucedió cuando mi guagua tenía quince días y tenía que amamantarla cada dos horas, día y noche. Que de no haber sido así, tal vez podría haber estado ahí y hasta haber hecho unas paces in articulo mortis. O quizás no. What do we know.
Durante la terapia de Pedro salió a la luz la muerte de mi papá como un suceso familiar significativo, ocurrido en medio de un momento igualmente significativo, la llegada de la Laura a la familia. Por primera vez alguien autorizado y no sólo la gente que me quería, cuyas motivaciones, yo sentía, eran hacerme sentir menos miserable, me dijo "fue demasiado, no podías actuar de otra manera". Por primera vez me dejé caer. Yo odié a mi papá por enfermarse cuando lo hizo. Yo sólo quería disfrutar el nacimiento y los primeros meses de mi última guagua y él lo echó todo a perder. Sé que suena horrible, pero fue lo que sentí. La vida es misteriosa y es frágil. Y no es tan fácil andar por ella con cara de emoticon sonriente. La rabia me duró harto. Recuerdo una noche que me desperté porque en mi sueño estaba sonando Don't Look Back In Anger. Pero yo no podía perdonar. Tampoco podía llorar.
Para mi cumpleaños treinta y nueve sucedió que mientras me lavaba el pelo para la noche me acordé que se me había acabado la crema domadora de rulos y tuve que ir a comprar un frasco corriendo a la peluquería. Era viernes, estaba empezando a ponerse el sol y yo manejaba cerro abajo por General Blanche con las ventanas abiertas. De pronto caí en cuenta que mi papá no estaría para abrazarme. Y sí, el 20 de marzo siempre fue una fecha ambivalente para nosotros, una vez simplemente no me quiso decir Feliz Cumpleaños, porque estaba muy enojado conmigo. Pero aún así, uno echa de menos el abrazo de su papá muerto. Recuerdo que en ese momento miré los árboles con las últimas hojas verdes todavía colgando, los cerros morados, la luz de la Hora Naranja y sentí el viento fresco en la piel y los pelos de mis brazos. Y pensé que mirar y sentir así era un regalo. Que tal vez fuera momento para comenzar a dejar ir. Entonces sí que lloré.
Cuando vi Big Fish se me ocurrió fantasear con un momento así para mí y mi papá. Pero de algún modo siempre lo supe improbable. Ahora siempre rezo para que antes de morirme tenga el tiempo de despedirme y hacer las paces con todos los que deba hacerlas y que todos los que hoy existen puedan hacer lo mismo conmigo. Y para que mi funeral sea como el de ese viejo, con mis canciones, con flores y lleno de mis personas favoritas, ojalá todas bien ancianas y bien cagadas, pero de puro haber vivido. Pienso en el funeral de mi papá. Recuerdo a la Cecilia cantando en la misa y la cantidad enorme de caras que ví y de gente que me abrazó. Amigos míos, de mis hermanos, compañeros de trabajo, amigos de mis papás, parientes perdidos, gente que yo había olvidado que existía. Es curioso. Mi papá fue un tipo solitario, cascarrabias y burro, que siempre se equivocó mucho con las personas, especialmente con las que tenía más cerca, y que creía tener enemigos por todos lados. Sin embargo cuando se murió pude ver que también había ido dejando afectos vivos en hartas partes. Dos años después, esa imagen de la iglesia repleta de caras familiares en la línea de tiempo de mi papá me dejó con sentimientos de contornos borrosos. No es que se me haya olvidado nada. Pero todo pasó como pasó no más. Me tocó ir por la vida con un papá con el que jamás me entendí y que nunca llegó realmente a verme. Yo tengo hijos ahora. Sé de lo que hablo. Tuvimos sí una tregua, cuando nació la Magda. Fueron buenos años. Tanto ella como el Pelo tienen los mejores recuerdos suyos. Pero luego algo que nunca he logrado identificar sucedió y todo volvió a ser tan difícil como había sido siempre. Nuestra última conversación fue una amarga discusión por teléfono. Eso en la mañana. En la noche se había ido. La gente dice que las cosas suceden por algo, y creo que es cierto, muchas veces. Pero creo que otras, las cosas no siguen plan alguno. Simplemente suceden, y nos toca acomodarnos a ellas como mejor podemos. El tiempo no cura nada. El tiempo no es cirujano ni enfermero. Tampoco es un mago. Lo que sucede es que el blanco y el negro van cediendo el paso a una extensa escala de grises, porque los humanos reescribimos la historia y reciclamos recuerdos. Tenemos que hacerlo para seguir vivos. Vamos sumando años, canas, arrugas y cicatrices. Y luego un día despertamos y algo nos dice que ya no necesitamos seguir buscando algunas respuestas. Que es mejor así.
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