Bailar, Llorar, Crecer
Siempre nos acordamos con la Loreto y la Denise de esas últimas vacaciones juntas en La Serena, el verano que salimos de la universidad. Yo me acordé de nuevo este domingo, mientras hacía la cama viendo Me Verás Volver. Es que fue el verano de Dynamo y de Colores Santos. Es, sobre todo, que nada volverá a ser como fue. Nada. Mis Levi's 505, los tops que nos habíamos hecho a mano con la Caro, con telas compradas en Bandera, mis botas y el cinturón de La Ley, ese que se parecía al de Beto Cuevas. Bailar todas las noches, toda la noche. Salir cuando amanecía a vérselas con ese frío mojado de la orilla de la playa, con el pelo empapado y apestando a humo, sin voz y con un zumbido espantoso en las orejas. Bailar. Bailar era importante. Bailar era terapia, era rito y era prueba. Bailar siempre fue el trailer de las mejores historias.
Estoy haciendo hora muerta de frío en un restaurant chiquitito, como un mini Huerto, muy cerca de la casa que fue de mi abuela. Rufus Wainwright canta nothing's gonna change my world y a mí me suena a un mal chiste. Me pongo a pensar. "Me da pena todos los dias, Fran", dice mi amiga, cuando por culpa de la música del bar en que estamos espantando fantasmas y calamidades de todas las formas y tamaños, nos ponemos a hablar de cosas que no van a volver. A Flock Of Seagulls, The Outfield, Survivor, Cutting Crew, todos juntos... hay algo de crueldad en la combinación. Y sin embargo a veces un recorrido por el tiempo no es un mal antídoto para el veneno que tenemos dentro. Nos ponemos a hablar de canciones que nos podrían hacer llorar. Hablamos de sensaciones. De intensidad. De apego. De sorpresa. De pasión. De inconsciencia. De cuando nuestra piel estaba hecha de esos adjetivos que uno debe arrancarse por lo de la madurez. Pero que los andamos trayendo en la cartera. Yo me acuerdo de Restless Kind, esa canción de Night Ranger que todavía me hace llorar, igual que Still They Ride. Hablamos de cartas, de declaraciones, de dedicatorias y de promesas. De Amor Amarillo. De recuerdos de futuros. Convenimos en que al menos es bueno saber que todo lo que recordamos nos ocurrió en realidad, que lo vivimos y que lo sentimos. Que hubo un alguien al otro lado, en la misma frecuencia. Y que mientras tengamos orejas, tendremos recuerdos. Nunca deja de sorprenderme mi querida amiga y yo doy gracias por eso.
Estoy haciendo hora muerta de frío en un restaurant chiquitito, como un mini Huerto, muy cerca de la casa que fue de mi abuela. Rufus Wainwright canta nothing's gonna change my world y a mí me suena a un mal chiste. Me pongo a pensar. "Me da pena todos los dias, Fran", dice mi amiga, cuando por culpa de la música del bar en que estamos espantando fantasmas y calamidades de todas las formas y tamaños, nos ponemos a hablar de cosas que no van a volver. A Flock Of Seagulls, The Outfield, Survivor, Cutting Crew, todos juntos... hay algo de crueldad en la combinación. Y sin embargo a veces un recorrido por el tiempo no es un mal antídoto para el veneno que tenemos dentro. Nos ponemos a hablar de canciones que nos podrían hacer llorar. Hablamos de sensaciones. De intensidad. De apego. De sorpresa. De pasión. De inconsciencia. De cuando nuestra piel estaba hecha de esos adjetivos que uno debe arrancarse por lo de la madurez. Pero que los andamos trayendo en la cartera. Yo me acuerdo de Restless Kind, esa canción de Night Ranger que todavía me hace llorar, igual que Still They Ride. Hablamos de cartas, de declaraciones, de dedicatorias y de promesas. De Amor Amarillo. De recuerdos de futuros. Convenimos en que al menos es bueno saber que todo lo que recordamos nos ocurrió en realidad, que lo vivimos y que lo sentimos. Que hubo un alguien al otro lado, en la misma frecuencia. Y que mientras tengamos orejas, tendremos recuerdos. Nunca deja de sorprenderme mi querida amiga y yo doy gracias por eso.
Night Work. Es el nuevo disco de Scissor Sisters, que tenía olvidado en el PC de la oficina. Lo pongo y me empiezo a mover sin darme cuenta y a reir. Mi secretaria se rie de mi cara de gusto, según ella. Pero me quedo con una cosa medio amarga al final. Lo he sentido antes, es eso de que en la vida hay canciones que nos llegan tarde. Discos enteros que nos llegan tarde. Porque ya no podemos disfrutarlos como nos más nos gustaba. Porque nos llevan a lugares donde ya no podemos ir. Fire With Fire me puso instantáneamente en otra parte, con otra ropa, con otra piel. Sin reloj, sin calendario. Con otros colores, bajo otra luz. Quizás La Hora Naranja en una playa muy larga en el norte, tal vez el verde de una tarde de verano, o la oscuridad de una noche en algún lugar mágico. Humo, bolas de espejos, el Kamanga, El Cocodrilo, La Playa. El Scratch. Uno ya no baila como antes. Ya No Eres El Rítmico de Antes, dice Cancino que dice Narea. Y yo no lo sabía. Pero yo no creo que sea cuestión de ritmo. Uno ya no baila como antes simplemente porque ya no se puede.
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