Candy, Baby

Geez, it's been 20 years. La lluvia golpea en mi ventana y las gotas resbalan por los vidrios dejando líneas entrecortadas. Eddie Vedder canta I'm a lucky man to count in both hands the ones I love, perfecta para caminar bajo la lluvia. Las personas van por la calle con paraguas rotos que me hacen reir. Sin embargo les sirven. Quizás no todo lo que se rompe se vuelve inútil, pienso. Afuera las hojas vuelan a velocidades imposibles y los vidrios de las ventanas se estremecen. Huele a cigarro. Todavía me gusta ese olor, a veces. Rodeo con mis manos una taza de café y luego me como la espuma manchada de caramelo con un tenedor. Se siente dulce, tan dulce. Sin embargo ha oscurecido demasiado pronto. Nada que pueda hacer. Es una tarde de lluvia, 2010. Candy, Candy, Candy, I can't let you go.
You were so fine, Candy. Es la noche de un día bueno. Manejo de vuelta a casa. Bajo los vidrios, mientras comienza Hurts So Good y me pongo a cantar. Chills so good, pienso. Siento lo helado en la cara y las manos solamente, porque llevo puesto el abrigo. En el espejo retrovisor puedo ver la cuidad iluminada, extendiéndose sin fin allá abajo. Pienso en imágenes y palabras del libro que estoy leyendo, "ojos con ciudades enteras adentro" e "iluminación nocturna", cuando me encuentro de frente con la cordillera nevada en la noche. Entonces sucede algo. Una ventana pequeña con forma de arco se abre sobre la cabecera de una cama. Por ella irrumpe un cerro entero, blanco, brillando en la noche. Por ella se escapa un haz de luz amarillento, débil como promesa veinteañera. De un cigarro se desprende un largo cilindro de ceniza. De una boca, un par de argollas de humo. De pronto siento frío. Es hora de cerrar las ventanas.
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