Walk On
Anoche mi amiga Jime y yo nos juntamos por segunda vez desde que llegó. Con los años hemos aprendido que la primera junta es un vuelo de reconocimiento sobre los potreros de nuestras vidas, una mirada a lo macro, mientras que la segunda suele ser una inmersión profunda en el detalle y una aventura por las cavidades menos iluminadas de nuestros respectivos seres. Espeleología emocional pura, justa y necesaria. Es la parte en que nos sentamos frente a frente en el living de su casa, rodeadas de sus pinturas y entre canciones de la vida, con nuestros encargos de Menu Express y una cerveza. Es el momento del año en que mostramos el juego y nos hacemos las grandes preguntas, las feas, las crueles, las que asustan, las que nadie más se hace. El momento de las representaciones de mundos alternativos, universos paralelos y recreaciones de lo que nunca fue ni tampoco será. Es impresionante que todavía y a pesar de los años viviendo en diferentes hemisferios, funcionemos de manera tan parecida. Admitimos que puede ser algo más enfermo que heroico, pero es inevitable: cada cierto tiempo tenemos que echar nuestros edificios abajo, para volverlos a armar antes de irnos a dormir. ¿Pérez, qué habría sido de nosotros si no nos hubiéramos casado? me preguntó anoche. No sé, le respondo casi con la boca llena, pero siempre pienso que de no haber sido con ellos, probablemente no nos habríamos casado. Me doy cuenta que la pregunta no se relaciona con lugares comunes, ni con supuestos como el trofeo del anillo o la calamidad de la soltería pasados los cuarenta. En realidad la pregunta tiene mucho más que ver con el por qué en algún instante pasamos del pánico al amarre y el compromiso para toda la vida, a querer quedarnos en un mismo lugar. Tiene que ver con el por qué uno está dispuesto a partirse la espalda armando una familia, a enfrentar los terrores de la maternidad y el futuro de los hijos y a sujetar como sea el edificio cuando la tierra se mueve bajo nuestros pies. Tiene que ver con el por qué apenas pasa el temblor y sin pensarlo nos ponemos el overol y salimos a reparar las grietas. Tiene que ver con ese misterio, que al final, no necesitamos resolver para seguir viviendo.
Con la Jime siempre nos juntamos en su casa. Es un rito antiguo. Tan antiguo, que anoche, a medida que recorría el camino escuchando New Order, tenía en la cabeza una catarata incesante de imágenes de la vida entera. La casa de Sampa, la noche que pasé frente a ella y vi lo que tenía que ver para convencerme de que debía dejar ir un pedazo de la vida como la conocía. La esquina de Juan XXIII con Carmen Fariña, una tarde de primavera a la Hora Naranja, Only The Lucky Ones de Loverboy en mi auto y esa mirada inconfundible desde el auto del lado. Joaquín Cerda, una tarde en vacaciones de verano con un nuevo disco de Soda Stereo. Es difícil de creer. Creo que nunca lo podré saber. Las calles de mi amigo-hermano adoptivo Enrique Cuadra, cantando voy cruzando el río, sabes que te quiero y I am the one and only, you can't take that away from me. Esa plaza, la imagen conmovedora de las velas encendidas por la noche y esos niños de negro, llorando por meses a los amigos muertos en un accidente en el cruce con Manquehue. Los árboles oscuros de Candelaria Goyenechea, la casa del Feña K., que escuchaba a Pere Ubu. Supongo que mi cabeza eligió esas imágenes anoche como antesala de las cosas de las que hablaríamos. It joins all, synchronicity.
Resulta, como dice el grandísimo Papelucho, que llevo un par de semanas escuchando Walk On por todas partes. En mi cabeza, para empezar. En el auto, cuando pongo la radio. En el Jumbo, cuando voy en la noche y la música se escucha más fuerte. En la Feria del Disco, comprando tickets para el concierto del Lunes. Esta mañana al entrar a comprar colaciones para la Laura en la bomba de bencina. There is no such thing as coincidence. Pienso en las cosas que han sucedido este año, en los sacudones, en los errores y en la mecánica de placas tectónicas. Love it's not the easy thing. The only baggage you can bring is all that you can't leave behind. Y ahí creo verlo. Tanto que hemos hablado este año con la Ana María sobre dejar ir. En tantos niveles. Sobre cortar los lazos con las cosas antiguas y ajenas que ya no nos sirven. Sobre despedirnos de lo que hoy es sólo peso muerto en nuestras espaldas porque ya no lo necesitamos realmente. Sobre quedarnos con lo que nos hace bien y nos hace vibrar más alto; lo que nos hace brillar e iluminar a los que están a nuestro alrededor. Manejando de vuelta de la casa de la Jime aparecieron esas tres canciones de Styx en mi iPod, Babe, Don't Let It End This Way y The Best Of Times. Me rio y pienso en la maravilla de mirar atrás y no ver el punto de partida por ninguna parte. En lo bien que se siente haber ido dejando desperdicios y oscuridades bien enterrados. Al menos en parte y hasta donde mejor hemos podido. Y que aunque hay cosas que no van a cambiar -no decrete, me diría la Ana María- o son, más bien, difíciles de cambiar, queremos seguir despertando con la energía para hacer que todo sea simplemente un poco mejor. Walk On. De alguna forma de eso se trata vivir.
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