Monday, August 28, 2006

Llegando Tarde A (Casi) Todo

Luego del lamentable incidente Cerati, concierto con el que llegué a soñar y al que finalmente nunca fui, el domingo alcancé a llevar a la manada al Museo de Bellas Artes a ver la exposición de Pablo Domínguez, justo antes que la desmontaran.

Lo primero que recuerdo de Domínguez es Constitución, una pintura de los primeros noventa, en que retrata un paisaje costero, tras un par de árboles rojos. Ese cuadro me marcó; recorté la foto y la pegué en un cuaderno y ahora veo que llevo años dibujando árboles como los suyos, en las orillas de los cuadernos antes y ahora mientras hablo por teléfono o me aburro en una reunión.

En una entrevista previa a esta muestra resumen de veinte años de carrera, le preguntan en qué cree que se basa su éxito. El dice que, probablemente en que ha sido humilde. Dice Domínguez que su vida no es un ejemplo para nadie, que hizo tres veces segundo medio, dos veces tercero medio, y terminó el colegio en una escuela nocturna; que ha sido una basura que han echado de todos lados, pero que le ha ido bastante bien. Dice que encuentra que tiene suerte porque la pintura, que fue algo en lo que se refugió para que lo dejaran ser libre, le ha traído puras satisfacciones. Cuenta también que “cuando tenía como 20 años estaba solo, no tenía polola, nadie me quería y de repente la gente me empezó a decir: Y tú, ¿Qué haces? “Yo soy pintor”, les decía. Y las mujeres comenzaron a caer como moscas.” ¿No digo yo?. Pero agrega luego, en serio, que “ser pintor es una lucha con uno mismo que dura para siempre. Tú no te vas a jubilar nunca de pintor y es algo tan frontal, honesto, potente y tremendo que se transforma en un compromiso para toda la vida. Uno abre una ventana que antes no existía y el público se maravilla con uno y uno se maravilla con el público y eso te da la fuerza para seguir pintando hasta que te mueras”.

El estilo de Domínguez ha sido clasificado como neo expresionista. El corrige: “mi estilo se llama “Impresionante”. Porque veo la cara de la gente cuando ve mis cuadros. Quedan impresionados”. Y es la pura verdad. Yo, que ya había visto varias de sus pinturas, volví a quedarme sin respiración cuando vi Río Colorado. Me emocioné con su pino de pascua. Me enamoré de sus araucarias y pinos en pastizales verdes y de esa pintura de las urracas en los árboles rojos con montañas azules. La genialidad de lo simple, cuatro colores y una bomba para los sentidos. Lo nuevo está buenísimo también. Una marina increíble, una cordillera llena de los azules más impresionantes y un set de árboles mucho más sintéticos que antes, pero con juegos de colores cálidos y fríos irresistibles.

Me gusta Domínguez. No sólo porque compone y usa el color como sólo un maldito bastardo talentoso y trabajador puede hacerlo; ni porque pinta tal y cual como a mí me gusta y lo que a mí más me gusta, sino porque además, me parece interesante su enfoque del arte como forma de vida. Y la explicación del éxito de su obra yo la encuentro en una frase muy simple suya. Porque a diferencia de tantos seudo artistas esnobistas y poseros, Domínguez dice “Yo pinto para que me quieran”. Faltaba más.

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