Monday, November 20, 2006

Vital Signs

Horas más, horas menos, hoy hace una semana que me vine de tu casa. Y he pensado en lo que me dijiste en el chateo del aeropuerto de Portland, eso de que te preocupa estar a la altura profesionalmente sin convertirte en un tipo chato y muerto o algo así, no recuerdo bien cómo lo dijiste. Pero me quedé pensando en eso y en que cuando me subí al tren camino a la casa de la Caro me dieron ganas de llorar. Fue una mezcla de cosas, pero cuando te vi caminar de vuelta al auto, sin querer fui tan atrás como el día que te fueron a buscar a la clínica, cuando naciste y yo me disfracé de enfermera y me quedé al lado de tu cuna. No sé por qué se me vino a la cabeza esa imagen. Quizás porque por muchos años nos sacábamos los ojos y no se notaba mucho que sí te quería. En mi defensa puedo decir que a tí tampoco se te notaba que me querías. Pero nos reivindicamos cuando empezamos a juntarnos a almorzar en el centro, cuando estabas en la U. Pensé también en el día que fui a verte a tu examen de grado, cuando entre todos te ayudamos a terminar tu famosa maqueta, ese volón con que te abriste las puertas del mundo. Y pensé que luego nos anduvimos perdiendo. Me casé, tuve a la Magda, te fuiste a Paris, después a Seattle y en los últimos años hablamos poco. Pensé que debimos haber hablado mucho más. Sobre todo el año pasado. Sentí que debí haber estado más cerca.

Pero creo que no era tarde. Cuando llegué donde la Caro le conté lo bien que lo pasamos, como recorrimos la ciudad tomando café y cerveza. Le conté que tocamos guitarra y de tu batería "de verdad" y de la canción que me hiciste escuchar con los ojos cerrados. La escuché en Portland y todavía no lo creo. Me dio risa ver que nos entretenemos con las mismas cosas. Y me gustó ver cómo no has perdido nada de tu sensibilidad y que, mejor, ahora es mucho más perceptible. Eso que dijiste cuando cruzamos el lago Washington, de que en un día de sol cruzar el lago te emociona; me hace feliz que hables así ahora que pasaste los 30 y tienes una hija. A los 18, cuando no me prestabas tus discos, no creí que un día veríamos tantas cosas de una manera parecida. Me gustó conversar contigo. En realidad, me gustaron hartas cosas. Me gustó conocer el lugar donde trabajas y quedarme en tu guarida. Me gustó tomar desayuno contigo, el café y el pan que comimos. Me gustó la biblioteca con ese perturbador pasillo rojo de Star Trek. Me gustó el mercado y el tour freak. Me gustaron los bares a que fuimos y adoré caminar de noche bajo la lluvia. Me gustó incluso escuchar el mismo CD por horas y horas en el auto. Pero de verdad, lo que más me gustó y me conmovió fue verte funcionar en la vida que elegiste, con todo lo que eso ha significado. Siempre he creído que eres de esas personas que logran lo que quieren porque hacen que las cosas les pasen.

Ahora que estoy de vuelta, creo más en lo que te dije la ultima noche, de la suerte que tenemos de conectar, considerando que hay gente para quienes sus hermanos son unos totales extraños. Por tu parte, puedes estar seguro de que nunca vas a ser un tipo chato ni muerto. Primero, porque tu vida transcurre en un mundo en que para ser bueno, tienes que estar completamente vivo. Segundo porque, para bien y para mal, no está en tu ADN. Créeme. Y tercero, porque el día que te vea apagado, voy a ser la primera en avisarte. Son muchas las cosas que me traigo de vuelta de mi viaje a Seattle. Las fotos de una ciudad hermosa y especial en tantas formas. Las imágenes y los recuerdos de una experiencia única e irrepetible. Pero lo mejor de todo es sentir que me traje a mi hermano de vuelta. Reloaded.

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