Decade
Camino por una vereda pisando hojas de encina. Hace frío, debajo de esta nube de lluvia nacional. Dejémoslo en metropolitana. Miro las hojas y pienso en bosques de encinas. Recuerdo la luz dentro del bosque del castillo Schönbrunn, amarilla verdosa, atravesando brotes y hojas nuevas y a las ardillas corriendo por esa alfombra crujiente de hojas. Recuerdo que era Mayo.
Nuestra Maidi nació cuatro Mayos después. Era un día hermoso y de colores brillantes. Azulino, verde, amarillo y rojo. Recuerdo perfectamente el día que nació cada uno de mis tres hijos, pero el de la Magda en especial, como recordamos para siempre lo que nos ocurre por primera vez. Pienso en esa canción de Emmanuel, Sentirme Vivo, que tocaban en las mañanas en la tele, y que cantábamos mientras la estábamos esperando. Han salido en tu piel girasoles, de tu vientre salió mi motivo, sentirme vivo. Fue divertido, no pensé que nos emocionaríamos tanto con los diez años de la Magda, pero a los dos nos tocó muy profundo. Es una década, dos dígitos, y es nuestra primera hija. Si eso no te emociona, eres hombre muerto. Crece la Magda. Yo puedo ver como crece por fuera; ella me muestra cómo crece por dentro. Sin duda, la maravilla más GRANDE de la maternidad es ese "Mamá, ¿podemos hablar?" Este verano se enamoró por primera vez. Los niños se enamoran, sí. "Mamá, estoy en shock", me dice una tarde mientras me bajo del auto, "Me pidieron pololeo". Yo no entendí hasta mucho más tarde, cuando le pregunté qué iba a responderle al sujeto en cuestión, y me dice "Ya le respondi, Mamá", me dice y cuando le pregunto qué respondió, me dice "Que sí, po, ovio...", como habla ella. El Nico era un enano adorable, con el pelo rubio oscuro, casi rapado y dientes nuevos muy grandes. Le traía flores y pasaban todas las tardes juntos jugando en la calle o conversando. Cuando el Nico, que tenía la misma edad, quiso darle besos, ella le dijo que no. ¿No es una maestra?
Me pidió permiso unos días atrás para hacerse un blog, como sus primas. "Código Freek", ví que le puso y juro que no tuve nada que ver. ¿O sí? Osé corregirle lo de freek, pero lo que recibí fue un "Ma-máaaaa!!!", en tono peloláis. Y luego vino la pregunta. "Mamá, ¿tu tienes un blog?" Hace unos años leí uno de los mejores libros que he encontrado en la vida, La Mujer en el Tiempo de las Catedrales, de Regine Pernoud, una medievalista famosísima, a la que incluso consultan los Calenda Maia. Se trata de un estudio fascinante, sobre ciertas mujeres en la alta edad media europea, que, más allá de sus vestidos de terciopelo y trenzas rapunzelescas, fueron educadas, trabajaron y se dedicaron al arte, a las letras, e incluso a la medicina y el comercio. Mujeres que la llevaban. Sólo que los hombres de negro, o de café, se encargaron de borrarlas del mapa. Todos sabemos que las brujas no eran brujas, sino mujeres que sabían. El asunto es que en ese libro aparece la historia de Dhuoda, una mujer noble y educada, que cuando le quitan a su hijo pequeño para prepararlo en las artes guerreras, decide escribirle un manual sobre la vida: El Manual de Dhuoda, fechado en el año 843. Cuando leí el libro yo ya tenía este blog y pensé que quizás cuando la Magda fuera grande se lo podría regalar. Si hay algo que las mujeres debemos aprender en la vida es la verdad sobre la vida. Nada es lo que parece, siempre hay que buscar debajo. No es que yo me crea dueña de ninguna verdad, ni querría que la Magda mirara la vida exactamente igual que yo. Uf, no. Pero sí tengo el deber de enseñarle lo que las mujeres deben enseñar a sus hijas. Algunas cosas son universales y eternas, porque tienen que ver con el simple hecho de haber nacido humanos hembras. Por eso la miro, de cerca y de lejos, absolutamente maravillada, mientras la veo ir armándose una identidad, una forma de ser propia. Tocando su viola con el pelo en la cara, explorando el piano con los dedos cochinos y tocando la guitarra un poco demasiado fuerte. Definiendo sus gustos, sus libros, sus canciones y sus películas favoritas, pero todavía recogiendo flores, hojitas, semillas y bellotas; subiéndose a los árboles pero queriendo pintarse las uñas. Con el Feli siempre lloramos en esa parte de Toy Story 2, en que la muñeca se acuerda de cuando su dueña creció. Supongo que vamos a sentirnos así dentro de poco, pero sé que cada etapa traerá sus propias maravillas. "Sí, Magda, tengo un blog", le dije, "y te prometo que cuando seas grande lo vas a poder leer."
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