Tuesday, March 16, 2010

Aquí No Ha Pasado Nada

A veces algunas cosas que pienso, cuando las escribo, pueden parecer un poco fuera de lugar. Decir que me estremeció y me dejó angustiada la imagen de las Siete Tazas secas puede sonar como un insulto, desde cierta perspectiva. Decir que el terremoto alteró profundamente mis procesos internos puede parecer de un egoísmo supremo. Decir que el terremoto nos afectó como familia podría parecer una tontera. Pero no. A cada uno nos ha tocado en algo. No es comparar. Es sólo mirar.

Me gusta volver de vacaciones en medio de febrero, cuando casi todos están en las suyas. Aunque eso implica que me joden un poco en vacaciones, me asegura un aterrizaje amortiguado a marzo, con el tiempo y el espacio suficiente para hacer balance y estado de resultados de las vacaciones. Ver lo que entró y lo que salió, lo que ganamos y lo que perdimos. Decidir lo que mantendremos y lo que eliminaremos. Hacer las correcciones de curso necesarias para comenzar otra vez a empujar el carro año arriba. Le decía anoche al Feli que el terremoto me pilló haciendo ese proceso y que lo interrumpió, sin mencionar que borró de un plumazo el recuerdo de las vacaciones. Si no fuera por mis preciosas fotos. El año recién parte y ya estamos agotados. Aunque, francamente, lo que sucedió hubiera dejado valiendo hongo cualquier plan. Creo que me siento como Piñera mirando su programa de gobierno.

Post terremoto mi amiga Carola está preparándose para dar ayuda sicológica a sus alumnos y pacientes. Incluida la gente a la que no le pasó nada con el terremoto. Santiaguinos que no perdieron familia ni casa. Trabajadores cuyos jefes les exigen concentrarse y producir. Niños a los que sus padres no les permiten hablar más del asunto. Padres que se quiebran el mate pensando qué decir y qué no y cómo contener las oleadas de terror que tienen tanto ellos como sus hijos. La semana pasada hablé con Felipe L. que es un abogado chileno que vive en NY. 50 minutos del terremoto y con suerte unos 10 de trabajo. Nos acordábamos que a los dos días del 9/11 los gringos estaban trabajando en oficinas prestadas, en una actitud medio enajenada, difícil de clasificar. Lo que sí sabemos es que hartos quedaron locos. Yo no quiero ser así. En mi oficina no hubo ningún gesto "oficial" durante el fin de semana (casi todos teníamos Blackberries funcionando). El Domingo a las 8:30 pm apareció un mail, que decía algo así como "Todo el mundo está vivo, algunas familias de gente de provincia tuvieron daños en sus casas, y aquí van las instrucciones para ir a trabajar mañana." Siempre he pensado que en lugar de pasar la mañana en el Starbucks debimos habernos quedado en casa. Todavía no hay letreros que indiquen las vías de escape, que no serán muy glamorosos, pero son obligación legal, hasta donde sé. El reconocimiento de la supuesta "zona segura" lo hicimos un grupo de madres alharacas una tarde que tembló fuerte.

De todo lo que estoy viendo en alguna gente me estan molestando en particular dos cosas: la negación y el contarnos cuentos (que ahora que lo pienso pueden ser las dos caras de la moneda chilensis). Me da lata ese discurso pechugón de que los chilenos estamos preparados, que somos los campeones del terremoto, que "nuestro" terremoto cambió el eje de la tierra, que tenemos la norma de construcción más estricta del planeta, que somos la raja porque sólo se cayeron unos pocos edificios, que somos un pueblo solidario y la canción de siempre. Como decía Mike C., Baloney! Por no citar a Buddy Richard. Si estamos como las huevas.
Anoche me gustó escuchar a la Ana María Tomassini decir que el primer día de clases lo dedicarán a hablar MUCHO del terremoto, a una misa en que va a participar todo el colegio y a hacer un pic-nic. De vuelta conversábamos con el Feli sobre todo lo que está pasando, sobre nosotros, sobre nuestra familia, sobre nuestros niños. Y aquí está la cuestión. Resulta que no nos pasó nada y sin embargo no nos sentimos igual. No me canso de decirlo: nada es como antes. Y no queremos hacer como que nada ha pasado. Ese es el verdadero insulto a todos quienes perdieron seres y cosas queridos. Esos a quienes el terremoto les cambió hasta el mapa. Queremos nuestro espacio para, de verdad, comportarnos como humanos. El espacio para reflexionar y hablar, no de estadísticas ni detalles inútiles en un ascensor, sino de lo que andamos trayendo dentro ahora. Queremos ejercer libremente nuestro derecho a sentir pena, a estar desconcentrados, a estar preocupados y asustados. Es triste, aunque a la vez tiene su cuota de belleza, que el Feli y yo hayamos llamado de la misma exacta forma a lo que sentimos que le ha sucedido a la Magda. Tiene 9 años, y aunque no ha perdido nada, ya no es la misma niña. Pelea -como es ella- por no demostrar su miedo, sin embargo ha llorado abrazada a nosotros como pocas veces y se llena de angustia cuando oscurece. Se le cierra el pecho y se le congestiona la nariz cuando hay réplicas o cuando se corta la luz. Y yo siento rabia y luego pena y no lo puedo evitar ni voy a hacerlo. Una de las cosas que el terremoto se llevó es un pedazo de su inocencia. Ella ya se enteró de algunas verdades de la vida. Ella ya vio. Nosotros no queríamos que fuera tan luego.

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