Friday, February 24, 2006

Sé lo que hice el verano pasado


Una de las cosas con que suelo torturarme esporádicamente es si acaso estoy conforme con lo que hago para ganarme la vida. Creo que de fondo es si estoy abandonando a mis hijos y si elegí bien lo que estudié. En tiempos de stress, mi cabeza suele apelar a las fantasías más hermosas y retorcidas, como vía de escape desesperado a lo que me aplasta. Mientras ladro al contestar el teléfono y maldigo al recibir un mail, ella dice que todo está mal y que por eso debería dejarlo todo y cambiar de giro en forma dramática. Nunca me dice nada sobre lo que debería hacer alternativamente, lo cual es esencialmente tramposo, pues si tuviera alguna idea de lo que debería estar haciendo en vez de estar en mi escritorio de 9 a 6, ya me la habría presentado en cojines de seda o terciopelo. Las revelaciones en mi vida han sido rápidas, radicales y muy pocas.

Año tras año, bajadas las revoluciones a niveles mínimos, reducidas las obligaciones a tener cerveza helada en el refrigerador, buenos libros a mano, y a mi manada alrededor, me dispongo a responder. Este año va así.

Frecuentemente me encuentro con mujeres que no trabajan y compadecen a mis niños. Y a mí. Por eso me sorprendió que a una mujer de 40, dedicada 100% a sus hijos desde los 20, buenamoza y de buen pasar, mi vida le pareciera interesante y me confesara que le habían dado ganas de trabajar al conocerme. A veces he pensado que tras algunos comentarios compasivos hay envidia y chaqueteo; picar ahí donde a una mujer le duele. Hace unos días fui a ver la exposición de la Pilar Ovalle en el museo de Bellas Artes. Ella ensambla pedazos de árboles y raíces en trozos de madera elaborada. Son maravillas. Reales maravillas. Y pensé hartas cosas. Ella toma lo que encuentra en estado natural, lo combina con algo creado y crea un ente completamente diferente, único. Vivo. Viéndola trabajar en las esculturas, con herramientas y máquinas, en un trabajo físico, pero también interno, muy intenso, pensé en que para crear hay que estar solo. Nunca fue ni será diferente. Y me pregunté cuánto tiempo dedicará a su trabajo, si tendrá marido, si tendrá hijos, y quién se los cuidará mientras ella taladra, corta, pule, pega. Y crea. Pensé en si, de tenerlos, mientras los hace dormir vaga por el universo pensando e inventando cosas o si el 100% de su mente está cantando Los Pollitos Dicen.

Este verano hice todo lo que me gusta hacer. Desde retozar con mi partner y jugar con mis cachorros, hasta tocar guitarra e incluso dibujar. Subí cerros, respiré hondo y miré la vida allá abajo; caminé por bosques oscuros con gigantes caídos hace siglos; leí libros e imaginé mundos; escuché canciones, miré el mar, olí leña, me bañé en ríos, hice amigos. Terminé mi colcha de patchwork. Ahora voy a pintar. El Feli me regaló la maleta de pinturas que fue de su mamá. Y puse mi mente en blanco. Dejé que el tiempo corriera sin hacer (aparentemente) nada. Una tarde, mientras los rayos del sol se colaban entre las ramas de los ñirres y un suave viento me refrescaba la piel, pensé que soy inmensamente feliz. Sonó Beautiful de Marillion y pensé que todo era hermoso. Y que hay belleza en mi vida, como dicen los Trash Can Sinatras en esa canción coincidentemente llamada Freetime. Un momento de soledad con mi mente y mis sentidos, sol entre los árboles y una buena canción y a unos metros, la imagen de mi manada. Me gusta mi vida, completa. Y creo que no la apreciaría tanto si no trabajara como lo hago. Y recordé que generalmente me gusta lo que hago. Y que podría haber hecho mil cosas y las habría hecho todas bien. Porque ese fue el mensaje. Que la vida se trata de opciones y que a veces lo que funciona es mejor no cambiarlo. Por lo demás, también recordé que el trabajo es sólo un pedazo más del puzzle. Los objetos en el espejo están más cerca de lo que aparecen. Las cosas que me gustan también. Y eso no debo olvidarlo.

A veces cuando uno sale de vacaciones se da cuenta que hay vida afuera. Pero para mí también es importante sentir que aún tengo vida dentro. Que tengo un universo de cosas por hacer, que no son incompatibles con mi trabajo ni menos con ser mamá. Que hago bien mi trabajo y que aún si no lo necesitara como actualmente lo hago, no lo dejaría. Ni siquiera, como pensaba antes, porque me desquiciaría en el ocio, sino porque simplemente me gusta trabajar. A estas alturas no sé si habría tenido el talento y la disciplina para un arte o si podría con un trabajo independiente. Sigo temiendo al caos y la rutina con una controlable dosis de desorden ha probado su eficiencia.

Hoy mientras mucha gente de mi edad se regala cosas, artefactos, autos y casas, mientras compiten por ser exitosos y mostrarlo en bienes tangibles, mi manada y yo nos movemos en otra dirección. Una casa buena pero sencilla, un auto que sirva para movernos a todos, un jardín que nos regale mucho verde y nos invite a estar ahí, entretenciones simples, el sueño de una cabaña en el bosque, piernas para caminar, ojos para ver y oídos para escuchar. Libros, buenos discos y una cámara para registrar los momentos que la tramposa mente esconde justo cuando uno más los necesita. En verdad es muy poco lo que un hombre necesita para ser feliz. Y aunque es mucho lo que una mujer necesita para ser feliz, para mí son cosas simples. Porque la verdad es que lo que da sentido a la vida no está afuera.

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