Normal
Cuando uno es chico, los adultos no dicen algunas cosas, pero emiten unos mensajes encriptados que antenas dotadas de la debida (o indebida) sensibilidad pueden descifrar. El gran artista de nuestra familia, el héroe máximo y orgullo de todos, hasta se cambió de apellido. Lo que yo entendí entonces fue que en nuestra casa el arte, en cualquiera de sus formas, era una cosa muy linda. Nada más. La música se escuchaba, pero no se hacía en casa y este sí que no fue precisamente un mensaje encriptado. Mentiría si dijera que soy un Miguel Angel o una Chrissie Hynde frustrados. Al final es uno quien elige y si no es a los 18, hay miles de momentos para corregir el curso o desandar lo andado y yo nunca lo hice. Pero así todo, en algún momento nos damos cuenta que algunas cosas no las podemos ignorar. Una vez tuve una bronquitis horrorosa que no se iba con nada. "Las enfermedades respiratorias se asocian al no decir", me dijo mi tía que no es bruja, pero sí terapeuta floral. Lo que finalmente me encontró un doctor, que era medio frescolín, fue reflujo. Plop. Pero ni tanto. Algo que sube y baja, y que nunca sale. En ese tiempo yo mantenía cerradas un montón de puertas. Casi no leía, mis CDs estaban en una caja en la bodega, no tenía guitarra y ni pensar en escribir. Supongo que me pareció la mejor forma de entrar en una existencia estable y controlada. Digamos, normal. Pero cuando se fue la bronquitis, comenzaron los sueños.
En una mesa en el patio del Campus Oriente, un hombre con pinta de académico cool, pero muy feo, tenía en sus manos un ejemplar de Un Mundo Feliz. "Ese libro es muy bueno", le decía yo, dándomelas. Entonces él me quedaba mirando con la misma cara que pone Farquaad cuando me pone a prueba y me decía calmadamente, "y tú , ¿eres ave o haba?, porque ser ave es pasar por la vida livianito..." Nunca puder saber lo que era ser haba, porque me desperté. Si no era ave, lo cual en el sueño parecía ser algo poco deseable, la alternativa no era muy atractiva. Yo detesto las habas. Además son feas, y son un fruto encapsulado, preso en una cáscara dura. Si acaso Un Mundo Feliz es el Manual Acme de la Vida o una referencia a los distintos tipos de personas con que nos vamos encontrando, nunca lo supe. Mi subconsciente parece adorar el misterio. Y también la crueldad. Cuando volví a escribir y a tocar guitarra hubo otro sueño. Yo llevaba a la Magda a un lugar parecido a un mall. El piso era de mármol negro, muy brillante y murallas todas blancas. Las tiendas eran librerías muy elegantes. Pero yo sabía que a pesar del glamoroso entorno estábamos en un hospital siquiátrico y mientras caminaba con la Magda de la mano, a mi alrededor circulaban directores de cine, fotógrafos, escritores, pintores y todo tipo de artistas, todos hombres jóvenes, de caras lindas y miradas perdidas. "¿Tienes algo en nuestra contra?" me decían persiguiéndome y yo junto con contestarles que no, saltaba a otro sueño. La Jime y yo visitábamos a un niño, un hermano chico suyo, que estaba internado en un lugar donde todas las murallas eran de cristal, pero indestructibles. El niño era gritón y violento y no lo podían controlar. Yo me ponía a recorrer los pasillos y llegaba a una sala que estaba en el centro de todo, con un piano de cola negro y otros instrumentos musicales. La sala tenía también paredes de cristal y las puertas estaban cerradas con cadenas y candados. Paralelamente veía el jardín de la tía Loreto del Jardín de Pedro, que es la mamá de Sebastián Montes, el guitarrista clásico. El jardín tenía un pasto horrible, seco, pero a un lado había un montón de flores en bolsitas, muy lindas, listas para ser plantadas. La Jime siempre se ha reído de ese sueño y me agradeció que haya puesto al niño como un tercero distinto de ambas. Sin embargo cuando se lo conté me escribió uno de los mails más importantes que he recibido en la vida. Y no me quedó más que dejar salir ese lado que me maravilla y me aterroriza. Nada más contrario a mi sempiterna búsqueda de seguridad y control, que dejar fluir esa especie de océano que a veces es mansito y otras se las quiere ver con la gravedad. A veces digo que en un momento se me escapó el monstruo, pero no es un monstruo, es sólo un niño que se enoja cuando está encerrado, y en su momento los musos lo ayudaron a salir. Los musos son esos hombres que aparecen en mis sueños, que me dan ideas y que antes me asustaban y me confundían, pero ya no. Ellos siempre estarán donde yo los ponga.
Hace muchos años iba caminando por el centro. Miraflores con Agustinas. De pronto me quedé parada. Al frente mío habia un ciruelo flaquito, no más que un palito, pero tenía una única flor rosada, perfecta, recién abierta. Esa flor parecía querer gritarle a todos los autómatas que pasaban ciegos por su lado que la primavera ya venía. Y me pregunté cuánta gente la habría visto y se habría emocionado con ella como yo. No sé por qué extraño motivo las personas con que había ido recorriendo la mayor parte de mi vida, esas que no se espantaban con ninguno de mis vaivenes y volones se fueron de mi lado. No es culpa de nadie, pero pasó y me fui quedando muy sola y me fui sintiendo muy diferente de todo el mundo a mi alrededor. Sin embargo, en los últimos años he comenzado a encontrar gente que podría haber visto la flor del ciruelo. Manuel dice que es una fuerza de atracción entre seres afines. Nos entendemos, nos alimentamos unos a otros y nadie se espanta ni se asusta. Kandinsky escribió hace ya cien años un libro en que decía que no era claro por qué la vida del espíritu, donde también habita el arte, según él, se recorre con pesares, sudores, momentos angustiosos y pesadumbre. La ciencia respondió a Kandinsky en términos mucho menos sublimes que los que el que usó para formular su pregunta. La ciencia usa palabras terroríficas y estigmatizadoras para referirse a los mecanismos y procesos asociados a la creatividad en las letras, la poesía, la pintura, la música, la actuación, las matemáticas y la ciencia misma. En corto, al parecer, todo lo bueno es gracias a lo malo. Is that it? Let it be then.
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