Friends Will Be Friends
Algunas semanas atrás la Magda llegó a contarme que por primera vez un libro que le habían mandado leer en el colegio le había gustado. Cuando le pregunté por qué me respondió que porque era triste. Lo que quiso decir en realidad es que el libro la emocionó, porque trataba de una niña y un niño que se hacían amigos y al final el niño se iba a otra ciudad con su familia y no se iban a ver más, y se preguntaban si seguirían siendo amigos. En un instante se me vino a la cabeza la imagen de Kevin y Winnie, de Los Años Maravillosos y un millón de cosas más. El otro día el Feli vino con cara de acontecimiento a decirme que había visto a la Magda jugando con sus amigas y unos niñitos a la botella y que ella lo había mirado con cara de saber que estaba haciendo algo malo. Fue entre chistoso y terrible, porque se trata de las señales de que está creciendo. Coincidimos en dejarla, sabiendo que nosotros sabíamos y mantenerle el ojo encima. Unos días después salí a buscarla cuando estaba oscureciendo y de vuelta le pregunté qué estaba haciendo y me dijo "Mamá, estaba con mis amigas y mis amigos". Me pareció genial su distinción y me acordé de la primera vez que me gustó un niñito, un verano en La Leonera, más o menos a su misma edad. Del momento exacto en que me di cuenta de lo que me pasaba, caminando por un pasillo a la sala de pool, donde nos íbamos a juntar a jugar. Tenía ojos azules y su cumpleaños era en Abril y todos los días jugábamos tenis y subíamos al cerro y conversábamos encima de una máquina a vapor antigua que había entre los castaños. Cuando el verano se terminó, cada uno partió a Santiago con sus papás. Yo me vine llorando y en los veranos siguientes nunca volvió. Supongo que por eso We're Gonna Be Friends me emociona tanto.
Hace muchos años, cuando vivía con, para y por mis amigas y amigos, leí en un libro de C.S. Lewis que pocas personas pueden entender lo que ocurre entre los amigos, porque no todos llegan a experimentar la amistad. Dice Lewis que las amistades parten cuando dos personas se dan cuenta que tienen una comprensión de la índole de ciertas cosas, un interés o una afición que los demás no comparten y que la expresión típica al comienzo de ésta sería algo así como "¿Qué? ¿Tú también? Yo creía ser el único". Dice también que es un asunto de espíritus desvestidos y desprendidos: "a nadie le importa un bledo la familia, la profesión, clase, renta, raza o historia previa del otro. Ciertamente, uno llegará a enterarse de todo eso a la larga. Pero incidentalmente. Esta es la grandeza de la amistad, nos reunimos como príncipes soberanos de Estados independientes, en el extranjero, en suelo neutral, libres de nuestro contexto." Pienso en estas cosas cada cierto tiempo, cuando la carga de trabajo aminora y puedo respirar. Cuando encuentro el momento para reflexionar y recordar que hay que alimentar y recomponer lazos que hemos creado y que no debemos descuidar. Pienso en estas cosas cuando me acuerdo del día de mi cumpleaños númer0 39 y cuando hago una lista de la gente que quisiera ver para mi cumpleaños número 40. Pienso en esto en el matrimonio de Montes -que hizo una fiesta enorme sólo para los amigos- cuando el poeta con chaqueta de payaso dice que los amigos son la familia que elegimos y no puedo quitarme esa frase de la cabeza en un mes. Pienso en esto mientras bailo las canciones que Montes puso en nuestros Walkmans, con la misma gente alrededor y todo parece una confirmación de que el multiverso existe, pero no lo es, lo cual es lo mejor de todo. Pienso en esto cuando Pancho me presenta a su nonagésima novia modelo y dice que somos amigos desde que conversamos en la fila para inscribirnos en la universidad. Yo me acuerdo de ese día como si fuera ahora, así como de las demás amistades misteriosas e instantáneas que surgieron de la nada, en lugares y momentos inesperados, pero se han mantenido más allá del tiempo, el espacio y las personas; y de esas otras que nacieron de un pequeño atisbo de afinidad y se fueron volviendo indispensables, y espero, indestructibles. Pienso en los secretos que nos piden y que pedimos guardar a amigas y amigos y en esas amistades que no necesitan palabras. Pienso en las amistades que confundí y en las que logré no confundir a tiempo. Pienso en todas estas cosas cuando camino por Providencia y paso por el Sebastián, el Café del Patio o la vieja esquina de Elvis Rockero. Cuando tengo el momento para sentarme a disfrutar un café y reírme y ahuyentar a mis demonios por un rato. Cuando un buen amigo me habla con grandes canciones. Cuando con un par de copas de Champagne encima, me desdoblo y me veo sentada a la mesa, por la que probablemente sea la vigésima vez, con mi grupo de amigas de la universidad, para intercambiar un regalo de navidad, y me maravillo. Puede que no sea igual que antes, pero sigo sintiéndome unida a ellas porque hemos crecido juntas y porque fueron ellas quienes me enseñaron todo lo que yo no sabía y debía saber, sobre un montón de cosas que nadie me dijo a tiempo. Pienso en estas cosas cuando colgando adornos en el árbol de navidad veo a la Jime, armando otro árbol, tomándose el cola de mono que hacía mi papá y me acuerdo de cuando nos escribíamos cartas y tarjetas o lo que fuera que soportara escritura, en navidad, celebrando nuestra amistad desde los 6, transitando entre el blanco más blanco y el negro más negro, más allá del hoyo negro incluso.
De tanto leer a Maturana este año, de pronto entendí el dibujo de la tapa del Arbol del Conocimiento. Una vez más, todo, todo, es sobre conectar. Hubiera querido escribirlo yo, pero otro lo hizo antes: nuestras conversaciones generan el tejido en que nuestras relaciones viven. Las relaciones y las conversaciones son una misma cosa. Tenemos una relación con otro en la medida que conversamos con otro. Dejamos de tenerla cuando dejamos de hablar. Una verdad tan evidente como pasada por alto. Por eso a veces me frustra no poder conversar con algunas personas y otras me maravillo y me elevo a las nubes con las conversaciones que tengo con otras. El alma siempre sale por la boca. Aunque por la boca muere el pez, dicen. Pero de verdad, agradezco infinitamente ser una persona con amigos. Agradezco ser, como decía mi informe de cuarto medio que encontré el otro día, persistente en los afectos. He tenido buenos y malos momentos, nada muy diferente del resto del mundo, pero siempre he tenido a mi alrededor a mis personas favoritas, con la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta. Me pongo a pensar en las tremendas personas que han aparecido en mi mundo a través del tiempo. De diferentes lugares, sexos, edades y formas de ser. De pronto pienso en la Malwina, la abuela de mis primos, que se transformó en mi abuela cuando la mía, su gran amiga se murió. La Mali me llamaba y me invitaba a almorzar en su departamento del Parque Forestal y conversábamos por horas y yo aprendía y entendía tantas cosas. Así, algunas de esas personas están, otras ya no, pero todas me dejaron una parte de ellas en libros, en canciones, en fotos, en recuerdos, en lecciones. Pienso en esto mientras huelo café recién hecho y escucho somewhere in my heart there is a light that shines for you... La magia y la belleza de tener amigos es que nos completan, nos enriquecen, nos inspiran, nos enfrentan y nos devuelven el rumbo. Los amigos de adeveras, como dijo la Jime alguna vez, son los que nos quieren y nos hacen quererlos y ser gente más generosa y un poco mejor. Los que nos hacen sacar lo mejor de nosotros, mostrarlo y sentirnos orgullosos; los que nos hacen brillar y brillan junto con nosotros cuando lo hacemos. Quizás no todo el mundo lo vea así, pero yo pienso que es una fortuna poder decir que alguien es nuestro amigo y un honor que alguien nos considere su amigo. Yo me emociono con estas cosas porque al final son, lejos, lo que más me importa en la vida. Y me pongo a pensar en la letra de esa canción de Alan Parsons, Old and Wise y quedo hasta aquí. O voy a terminar llorando.
Hace muchos años, cuando vivía con, para y por mis amigas y amigos, leí en un libro de C.S. Lewis que pocas personas pueden entender lo que ocurre entre los amigos, porque no todos llegan a experimentar la amistad. Dice Lewis que las amistades parten cuando dos personas se dan cuenta que tienen una comprensión de la índole de ciertas cosas, un interés o una afición que los demás no comparten y que la expresión típica al comienzo de ésta sería algo así como "¿Qué? ¿Tú también? Yo creía ser el único". Dice también que es un asunto de espíritus desvestidos y desprendidos: "a nadie le importa un bledo la familia, la profesión, clase, renta, raza o historia previa del otro. Ciertamente, uno llegará a enterarse de todo eso a la larga. Pero incidentalmente. Esta es la grandeza de la amistad, nos reunimos como príncipes soberanos de Estados independientes, en el extranjero, en suelo neutral, libres de nuestro contexto." Pienso en estas cosas cada cierto tiempo, cuando la carga de trabajo aminora y puedo respirar. Cuando encuentro el momento para reflexionar y recordar que hay que alimentar y recomponer lazos que hemos creado y que no debemos descuidar. Pienso en estas cosas cuando me acuerdo del día de mi cumpleaños númer0 39 y cuando hago una lista de la gente que quisiera ver para mi cumpleaños número 40. Pienso en esto en el matrimonio de Montes -que hizo una fiesta enorme sólo para los amigos- cuando el poeta con chaqueta de payaso dice que los amigos son la familia que elegimos y no puedo quitarme esa frase de la cabeza en un mes. Pienso en esto mientras bailo las canciones que Montes puso en nuestros Walkmans, con la misma gente alrededor y todo parece una confirmación de que el multiverso existe, pero no lo es, lo cual es lo mejor de todo. Pienso en esto cuando Pancho me presenta a su nonagésima novia modelo y dice que somos amigos desde que conversamos en la fila para inscribirnos en la universidad. Yo me acuerdo de ese día como si fuera ahora, así como de las demás amistades misteriosas e instantáneas que surgieron de la nada, en lugares y momentos inesperados, pero se han mantenido más allá del tiempo, el espacio y las personas; y de esas otras que nacieron de un pequeño atisbo de afinidad y se fueron volviendo indispensables, y espero, indestructibles. Pienso en los secretos que nos piden y que pedimos guardar a amigas y amigos y en esas amistades que no necesitan palabras. Pienso en las amistades que confundí y en las que logré no confundir a tiempo. Pienso en todas estas cosas cuando camino por Providencia y paso por el Sebastián, el Café del Patio o la vieja esquina de Elvis Rockero. Cuando tengo el momento para sentarme a disfrutar un café y reírme y ahuyentar a mis demonios por un rato. Cuando un buen amigo me habla con grandes canciones. Cuando con un par de copas de Champagne encima, me desdoblo y me veo sentada a la mesa, por la que probablemente sea la vigésima vez, con mi grupo de amigas de la universidad, para intercambiar un regalo de navidad, y me maravillo. Puede que no sea igual que antes, pero sigo sintiéndome unida a ellas porque hemos crecido juntas y porque fueron ellas quienes me enseñaron todo lo que yo no sabía y debía saber, sobre un montón de cosas que nadie me dijo a tiempo. Pienso en estas cosas cuando colgando adornos en el árbol de navidad veo a la Jime, armando otro árbol, tomándose el cola de mono que hacía mi papá y me acuerdo de cuando nos escribíamos cartas y tarjetas o lo que fuera que soportara escritura, en navidad, celebrando nuestra amistad desde los 6, transitando entre el blanco más blanco y el negro más negro, más allá del hoyo negro incluso.
De tanto leer a Maturana este año, de pronto entendí el dibujo de la tapa del Arbol del Conocimiento. Una vez más, todo, todo, es sobre conectar. Hubiera querido escribirlo yo, pero otro lo hizo antes: nuestras conversaciones generan el tejido en que nuestras relaciones viven. Las relaciones y las conversaciones son una misma cosa. Tenemos una relación con otro en la medida que conversamos con otro. Dejamos de tenerla cuando dejamos de hablar. Una verdad tan evidente como pasada por alto. Por eso a veces me frustra no poder conversar con algunas personas y otras me maravillo y me elevo a las nubes con las conversaciones que tengo con otras. El alma siempre sale por la boca. Aunque por la boca muere el pez, dicen. Pero de verdad, agradezco infinitamente ser una persona con amigos. Agradezco ser, como decía mi informe de cuarto medio que encontré el otro día, persistente en los afectos. He tenido buenos y malos momentos, nada muy diferente del resto del mundo, pero siempre he tenido a mi alrededor a mis personas favoritas, con la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta. Me pongo a pensar en las tremendas personas que han aparecido en mi mundo a través del tiempo. De diferentes lugares, sexos, edades y formas de ser. De pronto pienso en la Malwina, la abuela de mis primos, que se transformó en mi abuela cuando la mía, su gran amiga se murió. La Mali me llamaba y me invitaba a almorzar en su departamento del Parque Forestal y conversábamos por horas y yo aprendía y entendía tantas cosas. Así, algunas de esas personas están, otras ya no, pero todas me dejaron una parte de ellas en libros, en canciones, en fotos, en recuerdos, en lecciones. Pienso en esto mientras huelo café recién hecho y escucho somewhere in my heart there is a light that shines for you... La magia y la belleza de tener amigos es que nos completan, nos enriquecen, nos inspiran, nos enfrentan y nos devuelven el rumbo. Los amigos de adeveras, como dijo la Jime alguna vez, son los que nos quieren y nos hacen quererlos y ser gente más generosa y un poco mejor. Los que nos hacen sacar lo mejor de nosotros, mostrarlo y sentirnos orgullosos; los que nos hacen brillar y brillan junto con nosotros cuando lo hacemos. Quizás no todo el mundo lo vea así, pero yo pienso que es una fortuna poder decir que alguien es nuestro amigo y un honor que alguien nos considere su amigo. Yo me emociono con estas cosas porque al final son, lejos, lo que más me importa en la vida. Y me pongo a pensar en la letra de esa canción de Alan Parsons, Old and Wise y quedo hasta aquí. O voy a terminar llorando.
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