We Are All Connected
Cuando empecé a trabajar, mi oficina quedaba muy cerca del Templo de la Perdición: la Feria del Libro de Huérfanos entre Miraflores y Mac Iver. Era un local enorme, donde había muchos más libros que en otras sucursales, porque en ese tiempo el Centro todavía era importante. Un día recuerdo haber entrado y un vendedor se me acercó. "¿Le recomiendo un libro?" me dijo. "Se llama Muchas Vidas Muchos Maestros." En ese momento no me interesó leerlo, pero me quedó dando vueltas y le conté a mi papá lo que me había dicho el tipo, sobre este libro escrito por un siquiatra gringo muy serio, llamado Brian Weiss. Weiss, terapiando a una paciente, la había hipnotizado y de pronto había comenzado a recibir mensajes de unos entes de otro plano llamados Maestros o Guías Espirituales, sobre lo que sucede con el alma después que morimos. Un par de años después, cuando logré encontrarlo, porque estaba agotado, descubrí que había mucho más en ese libro de lo que ese vendedor me había dicho. Había un universo entero. Por eso ni me espanté cuando recién esperando a la Magda, mi amiga Denise, que entonces estudiaba Kabbalah, me invitó a una charla sobre Maestros Espirituales que daría un señor llamado Salim Hodalí.
A Salim Hodalí le sucedió lo mismo que a Brian Weiss, pero en chileno, y de una manera mucho más hermosa y poética, creo yo. En ese momento, el y sus dos compañeras, que canalizaban mensajes, estaban escribiendo un libro en que contaban su historia, cómo se habían encontrado de manera (aparentemente) fortuita los tres, cómo habían entrado ese universo y cómo estaban haciendo para incorporar ese nuevo mundo en sus vidas de cada día. Cuando el Libro Azul salió me lo devoré y lo amé. Crea uno o no en lo que relatan en primera persona está lleno de cosas que sirven para la vida diaria, de esas que uno dice "pero si esto es obvio" o "pero si esto siempre lo supe". Cuando nos cambiamos a la oficina de La Concepción, descubrí que Salim Hodalí era un personaje del barrio, porque tenía su consulta de dentista y terapeuta de regresiones en el Panorámico. El año 2002 editaron un segundo libro, el rojo, que es bien impresionante, porque tiene referencias y explicaciones de lo sucedido el 9/11 en NYC.
Las cosas de las que hablan los libros de Weiss y Hodalí siempre estuvieron en nuestra familia y a mi alrededor. Hace poco, conversando con la Caro descubrimos o quizás simplemente recordamos, que ambas hemos tenido siempre un miedo incontrolable a la conexión con cualquier ente que no tenga huesos ni carne. De ahí nuestro terror a la oscuridad, a las casas solas y a dormir solas por la noche. Pero hay cosas que uno simplemente no puede obviar ni hacerse la lesa ni cantar lalalalala como si de verdad no existieran. Además, todo está conectado. Y, como lo dicen en el libro azul, las coincidencias no existen. Un día, hace unos dos años, buscando una forma de ayudar a Pedro con sus ataques de rabia incontrolables, entré a otra Feria del Libro. Lo primero (y único) que vi fue un libro llamado Terapia Floral Para Niños de Hoy. Yo ya me había leído Niños con Pataleta Adolescentes Desfiantes de la sequísima Amanda Céspedes, y este lo escribía ella con su hermana gemela, seca en terapia floral, la María Ester Céspedes. La Amanda Céspedes trata a sus pequeños pacientes con medicamentos, pero también con esencias florales. Con ese libro pude presentarle al Feli la terapia floral como una primera opción para Pedro. Mi querido Señor Dato Duro - lo-que-no-se-mide-no-existe era hueso duro de roer en esas materias. Pero confió en mi intuición. Entonces fue que llamé para pedir hora con la María Ester Céspedes y al no haber disponibilidad sino hasta dentro de tres meses me dijeron que podía llamar a una terapeuta que se había formado con ella, llamada Ana María Riquelme. Pedro tuvo mejorías con las esencias florales, pero igual necesitaba una intervención más profunda. Nosotros como padres y como familia también y así llegamos donde nuestro Benja, que nos ayudó a ver tantas cosas que no habíamos podido ver. Entre ellas, mis rabias con la muerte de mi papá y varias otras cosas acumuladas que tenía. Cuando la terapia de Pedro terminó, me empecé a encontrar por todos lados con un libro llamado Flores: Energía que Sana, de la María Ester Céspedes, que yo recordaba haber visto en la mesa del comedor de la Ana María. Entonces lo compré y cuando leí el prólogo, descubrí que quien había revisado el manuscrito del libro era la mismísima Ana María. Terminado el libro decidí que era el momento de hacer algo conmigo. Hacía poco se había pulverizado, sin explicación, la puerta de cristal de mi oficina y yo ya no tenía fuerzas ni para mantenerme despierta. Explotaba como un demonio por todo y no me soportaba ni yo misma. Me odiaba. Un día 21 de diciembre a la hora de almuerzo partí a la casa de la Ana María. Ella me recibió con su sonrisa y su abrazo mágico, luminoso, limpiador y sanador. No conozco a nadie que haya quedado igual después de ese abrazo. Lo que sucedió a contar de ese día da para miles de posteos, que algún día escribiré. Por mientras, puedo decir que a poco andar, con la Ana María comenzamos a hablar de miles de cosas que por fin iban adquiriendo sentido, ella haciendo las preguntas y ayudándome a encontrar las respuestas. Lloré como no había llorado en eras. Creo que sólo gracias a sus flores, su reiki y su reconexión pude salir viva de este año. Y no sólo viva, sino que con la sensación de haber hecho pequeños avances en cosas que me tenían profundamente descontenta hacía mucho rato. Pero eso no es todo. En el camino se fueron sumando a la tribu de nuestra querida Ana María, el Feli, de Lasa y Ramón, mi gemelo de nacimiento. Pero ya sabemos, las coincidencias no existen. Lo mejor de todo, es que al parecer esta tribu forma parte de su propia misión, por lo que tampoco es ninguna coincidencia que nos hayamos ido apareciendo en su vida. Hace unos días, Ramón nos mandó un mail sobre unas charlas que daría Tom Heckel durante Enero en el Café Literario. Yo ya había oido de Tom Heckel por Fernández, pero sabía que conocía ese nombre de antes y lo asociaba con el Cajón del Maipo. Y claro, Salim Hodalí cuenta en el Libro Azul cómo llegó donde Tom Heckel, en San Alfonso, para hacerle preguntas sobre lo que le estaba sucediendo.
Ayer entré al Panorámico y para no perder la costumbre, tuve que ir a la Feria del Disco. Entonces de pronto encontré una nueva edición del Libro Azul. Pensé que debía llevármelo, porque ya le había prometido a de Lasa prestarle los dos libros para sus vacaciones, pero ahora necesitaba urgentemente leer esta nueva edición, que venía aumentada. Fue divertido, porque era el Panorámico, era la Feria del Disco y era una ensalada de recuerdos y sensaciones. Providencia, after all. De vuelta camino lentamente por la calle. Acordándome de mi amigo Mundi, diciéndome que cuando conversamos lo hago pensar. De todos quienes entran a mi oficina, vienen a mi casa, me llaman o me buscan porque los escucho sin interrumpirlos y sin ponerles caras y en lugar de decirles lo que "deberían" hacer, les hago preguntas para que ellos mismos vean y descubran. No sé de donde viene eso, aunque es algo que AC tenía y que lo hacía enorme. A veces he pensado que es una especie de don. Veo que sirve, incluso aunque implique que el otro tenga que ver cosas tristes, feas o que hubiera preferido mantener dentro de La Caja. Pienso en las veces que he sido el impulso para que la propia Ana María haya dado pasos que para ella son importantes. Qué por alguna razón sirvo para motivar a mi familia, hermanos y amigos y para acompañarlos incluso en sus sueños o proyectos más tirados de las mechas. Que me encanta echar a la gente a volar con sus propias alas. Aunque se vayan lejos. Y que toda la vida he tenido la capacidad y, a ratos, una necesidad imperiosa, de correr a contener a los que se están desbordando de rabia, de pena, de desesperación o de miedo. Hay siempre algo que me dice qué decir o qué no decir. Cuándo hablar y cuándo mantener cerrada la boca. Puedo oler el miedo, leer el subtexto de las conversaciones de los otros y percibir sus energías. Y cada vez me equivoco menos. We are spirits in the material world. Y el alma siempre sabe. En fin. Sigo pensando que es curioso y maravilloso ver como las cosas suceden. Cómo nos vamos encontrando unos con otros, descubriendo afinidades, abriendo compuertas, iluminando habitaciones y compartiendo incluso esas cosas raras o inexplicables que tenemos dentro. Abriéndonos como libros a esos otros, a veces incluso en contra de nosotros mismos. Todo eso pienso. Sigo caminando y me río. El Panorámico, la Feria del Disco, el Libro Azul otra vez y particularmente ahora. El final de un año. Y la maravilla de poder empezar una página completamente nueva en un cuaderno más lindo.
A Salim Hodalí le sucedió lo mismo que a Brian Weiss, pero en chileno, y de una manera mucho más hermosa y poética, creo yo. En ese momento, el y sus dos compañeras, que canalizaban mensajes, estaban escribiendo un libro en que contaban su historia, cómo se habían encontrado de manera (aparentemente) fortuita los tres, cómo habían entrado ese universo y cómo estaban haciendo para incorporar ese nuevo mundo en sus vidas de cada día. Cuando el Libro Azul salió me lo devoré y lo amé. Crea uno o no en lo que relatan en primera persona está lleno de cosas que sirven para la vida diaria, de esas que uno dice "pero si esto es obvio" o "pero si esto siempre lo supe". Cuando nos cambiamos a la oficina de La Concepción, descubrí que Salim Hodalí era un personaje del barrio, porque tenía su consulta de dentista y terapeuta de regresiones en el Panorámico. El año 2002 editaron un segundo libro, el rojo, que es bien impresionante, porque tiene referencias y explicaciones de lo sucedido el 9/11 en NYC.
Las cosas de las que hablan los libros de Weiss y Hodalí siempre estuvieron en nuestra familia y a mi alrededor. Hace poco, conversando con la Caro descubrimos o quizás simplemente recordamos, que ambas hemos tenido siempre un miedo incontrolable a la conexión con cualquier ente que no tenga huesos ni carne. De ahí nuestro terror a la oscuridad, a las casas solas y a dormir solas por la noche. Pero hay cosas que uno simplemente no puede obviar ni hacerse la lesa ni cantar lalalalala como si de verdad no existieran. Además, todo está conectado. Y, como lo dicen en el libro azul, las coincidencias no existen. Un día, hace unos dos años, buscando una forma de ayudar a Pedro con sus ataques de rabia incontrolables, entré a otra Feria del Libro. Lo primero (y único) que vi fue un libro llamado Terapia Floral Para Niños de Hoy. Yo ya me había leído Niños con Pataleta Adolescentes Desfiantes de la sequísima Amanda Céspedes, y este lo escribía ella con su hermana gemela, seca en terapia floral, la María Ester Céspedes. La Amanda Céspedes trata a sus pequeños pacientes con medicamentos, pero también con esencias florales. Con ese libro pude presentarle al Feli la terapia floral como una primera opción para Pedro. Mi querido Señor Dato Duro - lo-que-no-se-mide-no-existe era hueso duro de roer en esas materias. Pero confió en mi intuición. Entonces fue que llamé para pedir hora con la María Ester Céspedes y al no haber disponibilidad sino hasta dentro de tres meses me dijeron que podía llamar a una terapeuta que se había formado con ella, llamada Ana María Riquelme. Pedro tuvo mejorías con las esencias florales, pero igual necesitaba una intervención más profunda. Nosotros como padres y como familia también y así llegamos donde nuestro Benja, que nos ayudó a ver tantas cosas que no habíamos podido ver. Entre ellas, mis rabias con la muerte de mi papá y varias otras cosas acumuladas que tenía. Cuando la terapia de Pedro terminó, me empecé a encontrar por todos lados con un libro llamado Flores: Energía que Sana, de la María Ester Céspedes, que yo recordaba haber visto en la mesa del comedor de la Ana María. Entonces lo compré y cuando leí el prólogo, descubrí que quien había revisado el manuscrito del libro era la mismísima Ana María. Terminado el libro decidí que era el momento de hacer algo conmigo. Hacía poco se había pulverizado, sin explicación, la puerta de cristal de mi oficina y yo ya no tenía fuerzas ni para mantenerme despierta. Explotaba como un demonio por todo y no me soportaba ni yo misma. Me odiaba. Un día 21 de diciembre a la hora de almuerzo partí a la casa de la Ana María. Ella me recibió con su sonrisa y su abrazo mágico, luminoso, limpiador y sanador. No conozco a nadie que haya quedado igual después de ese abrazo. Lo que sucedió a contar de ese día da para miles de posteos, que algún día escribiré. Por mientras, puedo decir que a poco andar, con la Ana María comenzamos a hablar de miles de cosas que por fin iban adquiriendo sentido, ella haciendo las preguntas y ayudándome a encontrar las respuestas. Lloré como no había llorado en eras. Creo que sólo gracias a sus flores, su reiki y su reconexión pude salir viva de este año. Y no sólo viva, sino que con la sensación de haber hecho pequeños avances en cosas que me tenían profundamente descontenta hacía mucho rato. Pero eso no es todo. En el camino se fueron sumando a la tribu de nuestra querida Ana María, el Feli, de Lasa y Ramón, mi gemelo de nacimiento. Pero ya sabemos, las coincidencias no existen. Lo mejor de todo, es que al parecer esta tribu forma parte de su propia misión, por lo que tampoco es ninguna coincidencia que nos hayamos ido apareciendo en su vida. Hace unos días, Ramón nos mandó un mail sobre unas charlas que daría Tom Heckel durante Enero en el Café Literario. Yo ya había oido de Tom Heckel por Fernández, pero sabía que conocía ese nombre de antes y lo asociaba con el Cajón del Maipo. Y claro, Salim Hodalí cuenta en el Libro Azul cómo llegó donde Tom Heckel, en San Alfonso, para hacerle preguntas sobre lo que le estaba sucediendo.
Ayer entré al Panorámico y para no perder la costumbre, tuve que ir a la Feria del Disco. Entonces de pronto encontré una nueva edición del Libro Azul. Pensé que debía llevármelo, porque ya le había prometido a de Lasa prestarle los dos libros para sus vacaciones, pero ahora necesitaba urgentemente leer esta nueva edición, que venía aumentada. Fue divertido, porque era el Panorámico, era la Feria del Disco y era una ensalada de recuerdos y sensaciones. Providencia, after all. De vuelta camino lentamente por la calle. Acordándome de mi amigo Mundi, diciéndome que cuando conversamos lo hago pensar. De todos quienes entran a mi oficina, vienen a mi casa, me llaman o me buscan porque los escucho sin interrumpirlos y sin ponerles caras y en lugar de decirles lo que "deberían" hacer, les hago preguntas para que ellos mismos vean y descubran. No sé de donde viene eso, aunque es algo que AC tenía y que lo hacía enorme. A veces he pensado que es una especie de don. Veo que sirve, incluso aunque implique que el otro tenga que ver cosas tristes, feas o que hubiera preferido mantener dentro de La Caja. Pienso en las veces que he sido el impulso para que la propia Ana María haya dado pasos que para ella son importantes. Qué por alguna razón sirvo para motivar a mi familia, hermanos y amigos y para acompañarlos incluso en sus sueños o proyectos más tirados de las mechas. Que me encanta echar a la gente a volar con sus propias alas. Aunque se vayan lejos. Y que toda la vida he tenido la capacidad y, a ratos, una necesidad imperiosa, de correr a contener a los que se están desbordando de rabia, de pena, de desesperación o de miedo. Hay siempre algo que me dice qué decir o qué no decir. Cuándo hablar y cuándo mantener cerrada la boca. Puedo oler el miedo, leer el subtexto de las conversaciones de los otros y percibir sus energías. Y cada vez me equivoco menos. We are spirits in the material world. Y el alma siempre sabe. En fin. Sigo pensando que es curioso y maravilloso ver como las cosas suceden. Cómo nos vamos encontrando unos con otros, descubriendo afinidades, abriendo compuertas, iluminando habitaciones y compartiendo incluso esas cosas raras o inexplicables que tenemos dentro. Abriéndonos como libros a esos otros, a veces incluso en contra de nosotros mismos. Todo eso pienso. Sigo caminando y me río. El Panorámico, la Feria del Disco, el Libro Azul otra vez y particularmente ahora. El final de un año. Y la maravilla de poder empezar una página completamente nueva en un cuaderno más lindo.
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