Move To Move
Llevo un rato pegada con Soda Stereo. Signos, básicamente. Final Caja Negra, en realidad. Siempre tengo que volver a ella, porque, como buena canción de Cerati, es una canción sobre lo que uno quiere que sea. Incluso sus letras aparentemente explícitas, siempre vuelven a dar una vuelta más. Entera. Camaleón, nos quedamos solos. Me voy muy atrás. A una caja de casette que se derritió con el calor del verano. A capas y capas de guitarras. A una línea de bajo que a veces usa notas impertinentes y que tiene un patrón difícil de pillar. Como todo lo que me atrae. Y viajo. Por nebulosas sin palabras. Tu misteriosa forma me lastimará. El silencio no es tiempo perdido.
No. No me he hecho el tiempo de escribir. Y sí. Necesito hacerlo. Pero para eso tengo que subirme de una vez a este lugar desde el que adquiero perspectiva y al que no he querido subir en demasiado rato. Porque es aquí donde Yo y La Sombra nos vemos las caras. No es linda La Sombra. Menos la de uno. Esa es la que más cuesta mirar a los ojos e invitar a sentarse en nuestro living. Puede parecerle realmente imbécil esto a alguien, pero con Episodio III me quedé muy pegada. Me quedé con la sensación de que no hay que ser ningún Anakin para condorearse y dejar la zorricueta para siempre. Y no darse uno ni cuenta. O, peor, creer que lo está haciendo bacán. Es solo cuestión de tener los enemigos adecuados. All the wrong friends.
El Feli me dice que soy capaz de deslizarme con gracia por el mar de las intrigas palaciegas. Que después de un año y medio ya conozco a mis aliados, a mis enemigos y, también, a esos que no tienen anverso ni reverso. Y sí, quizás ya sea hora de dejar de mirar el tablero y comenzar a mover las piezas. Este es el juego. Conozco las reglas. Conozco los atajos. Sé cómo hacer trampa. Tengo lo que se necesita. Puedo pintar escenarios, coser trajes, escribir guiones y también dirigir actores. Leo letra chica y subtextos. Leo entre líneas y veo bajo el agua. Escucho con las orejas, pero también con los poros. Calculo y proceso rápido. Mi cerebro puede casi siempre ir más adelante que mi lengua. Y aunque a tropezones, he aprendido a mantener la distancia adecuada y a saber cuándo mostrar los dientes, sin tener que gastar energías en morder. Pero son cosas que no me gusta reconocer en mi. Me dan miedo. Ser poderoso es una cosa. Usar el poder es otra. Pero saber usarlo, administrarlo y administrarse uno mismo con respecto a él, en palabras de Silvio, es un arte mayor. Porque el alma es claroscura. Y no me asustan los desvíos. Y, bueno, el ego es un tramposo formidable. La Ana María siempre me dice que los miedos son recuerdos de lo ya vivido. Pero que hoy es el momento de equilibrar. De Lasa me reconforta, cuando hablamos de esas personas que nos ven enteras, aman nuestras luminosidades, aceptan nuestras oscuridades y aún así nos quieren. “Eres sagaz”, me dijo una vez una de esas personas. En ese tiempo mi ego se preguntó si habría sido eso un piropo o una crítica, pero se quedó feliz con la duda. De no ser un piropo, era mejor no saber. Pero ahora que me acordé, leo la definición y me quedo pensando. Sagaz es alguien astuto y prudente, que prevé y previene las cosas. Es como tener el pelo rubio o los ojos cafés. Ni bueno ni malo en sí mismo. Sólo una característica. Una condición. Leyendo Jung y el Tarot, me encontré que cuando analiza la carta de El Mago, Sallie Nichols se refiere a como pasaremos toda la vida echándole luz a nuestras sombras. Y advierte que siempre aparecerán nuevas sombras. Claro que me asusta la combinación entre el poder, mis oscuridades y mis habilidades. Pero ya estoy en esto. Cerati canta en mi auto y canta en mi cabeza. ¿Acaso pensabas sentarte a ver la lluvia de meteoritos desde tu cama? Algo me dice que quizás haya formas de, esta vez, no tomar el desvío. Pero nunca lo sabré si no lo vivo. Sí. Es hora. Cerati canta la mejor parte de su canción. Y sin embargo esperas un laberinto sin sorpresas, y sin embargo, aun puedes abrir tu caja negra.
No. No me he hecho el tiempo de escribir. Y sí. Necesito hacerlo. Pero para eso tengo que subirme de una vez a este lugar desde el que adquiero perspectiva y al que no he querido subir en demasiado rato. Porque es aquí donde Yo y La Sombra nos vemos las caras. No es linda La Sombra. Menos la de uno. Esa es la que más cuesta mirar a los ojos e invitar a sentarse en nuestro living. Puede parecerle realmente imbécil esto a alguien, pero con Episodio III me quedé muy pegada. Me quedé con la sensación de que no hay que ser ningún Anakin para condorearse y dejar la zorricueta para siempre. Y no darse uno ni cuenta. O, peor, creer que lo está haciendo bacán. Es solo cuestión de tener los enemigos adecuados. All the wrong friends.
El Feli me dice que soy capaz de deslizarme con gracia por el mar de las intrigas palaciegas. Que después de un año y medio ya conozco a mis aliados, a mis enemigos y, también, a esos que no tienen anverso ni reverso. Y sí, quizás ya sea hora de dejar de mirar el tablero y comenzar a mover las piezas. Este es el juego. Conozco las reglas. Conozco los atajos. Sé cómo hacer trampa. Tengo lo que se necesita. Puedo pintar escenarios, coser trajes, escribir guiones y también dirigir actores. Leo letra chica y subtextos. Leo entre líneas y veo bajo el agua. Escucho con las orejas, pero también con los poros. Calculo y proceso rápido. Mi cerebro puede casi siempre ir más adelante que mi lengua. Y aunque a tropezones, he aprendido a mantener la distancia adecuada y a saber cuándo mostrar los dientes, sin tener que gastar energías en morder. Pero son cosas que no me gusta reconocer en mi. Me dan miedo. Ser poderoso es una cosa. Usar el poder es otra. Pero saber usarlo, administrarlo y administrarse uno mismo con respecto a él, en palabras de Silvio, es un arte mayor. Porque el alma es claroscura. Y no me asustan los desvíos. Y, bueno, el ego es un tramposo formidable. La Ana María siempre me dice que los miedos son recuerdos de lo ya vivido. Pero que hoy es el momento de equilibrar. De Lasa me reconforta, cuando hablamos de esas personas que nos ven enteras, aman nuestras luminosidades, aceptan nuestras oscuridades y aún así nos quieren. “Eres sagaz”, me dijo una vez una de esas personas. En ese tiempo mi ego se preguntó si habría sido eso un piropo o una crítica, pero se quedó feliz con la duda. De no ser un piropo, era mejor no saber. Pero ahora que me acordé, leo la definición y me quedo pensando. Sagaz es alguien astuto y prudente, que prevé y previene las cosas. Es como tener el pelo rubio o los ojos cafés. Ni bueno ni malo en sí mismo. Sólo una característica. Una condición. Leyendo Jung y el Tarot, me encontré que cuando analiza la carta de El Mago, Sallie Nichols se refiere a como pasaremos toda la vida echándole luz a nuestras sombras. Y advierte que siempre aparecerán nuevas sombras. Claro que me asusta la combinación entre el poder, mis oscuridades y mis habilidades. Pero ya estoy en esto. Cerati canta en mi auto y canta en mi cabeza. ¿Acaso pensabas sentarte a ver la lluvia de meteoritos desde tu cama? Algo me dice que quizás haya formas de, esta vez, no tomar el desvío. Pero nunca lo sabré si no lo vivo. Sí. Es hora. Cerati canta la mejor parte de su canción. Y sin embargo esperas un laberinto sin sorpresas, y sin embargo, aun puedes abrir tu caja negra.
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