Because it joins all, la sincronicidad me llevó a encender la radio un domingo en la noche, a finales de 1990. Un par de tipos estaba hablando de libros y películas y ponían las canciones que nunca había oído de gente de la que sí había oído. Lo unían todo con un hilo tan parecido al mío. Antes que Carrie Bradshaw, existió Enrique Alekán y yo era su fan. No sabía quién era, pero escribía desde lugares, físicos y no, que eran también los míos. Cuando armé el puzzle fue evidente: los padres fundadores de la Zona de Contacto rondaban mi mundo y yo bailaba con ellos. Yo miraba desde afuera sabiendo que esa era podía ser mi tribu, pero no me atreví a acercarme. A veces publicaban cosas de los lectores. Escribí algo y apareció. Usé un nombre que me inventé y que luego le puse a mi primera hija. El acto de fan vino años después. En la fiesta de los cuarenta de Merino, Bauer y Rozas, allá arriba en la Oz, me acerqué a Fuguet y le dije que había leído varios de sus libros y que me gustaba mucho como escribía. “Gracias”, me dijo amablemente, y agregó, “nunca sabes quien te lee”. No alcancé a decirle por qué me gusta tanto como escribe, que es porque, en buena parte, escribe en inglés traducido. Sin los inútiles y desagradables floripondios del castellano. La banda de Ricardo ya estaba tocando
Candy y los festejados en el escenario comenzaban a cantar.
Geez, it´s been 20 years... Candy. Dicen que Dios es un guionista pero para mí siempre ha sido un DJ.
Hace un par de semanas, mi amigo Cancino, dueño de un programa de radio que una tarde de pre-primavera y magnolios en flor, puso Stop de Black Rebel Motorcycle Club, me regaló Rebalsar la Piscina Mental. El día que escuché esa canción, decidí exhumar de la bodega mi colección de CDs, que había sepultado tres años antes. Oh, sí, la radio, una vez más. Cuando recibí el libro, yo leía Recuerdos de Mi Inexistencia, de Rebecca Solnit. Lectura fascinante para alguien que adora el Área de la Bahía de San Francisco, los paisajes del Oeste americano y nació mujer. Al terminarlo, en vez de hacer la pequeña pausa que suelo hacer, tomé inmediatamente el de Fuguet y comencé a leerlo, sin parar. “Soy de la idea que aquel que lee, siempre lee lo que tiene que leer en ese momento. Mejor dicho: lee en sincronía. Uno no sólo lee lo que quiere leer, pero, cosa rara, termina leyendo lo que necesita.” Vaya, vaya, me dije. Miré atrás. Ví imágenes, oí canciones y comprendí.
No pude lanzarme a escribir en un taller cuando tenía 21 años porque simplemente no podía. Tenía ideas, letras de canciones, líneas de guiones y frases que daban vueltas en mi cabeza. Registraba, escribía en mi diario. Pero no se puede escribir bien con el corazón congelado. Ni con las alas amarradas a la espalda. Cuando finalmente comenzó el deshielo, el cerrojo que abrió IPC y la puerta que deslizó Stop, pude asomarme afuera. Escribí en mi blog, fui a un taller. Entonces, mi mundo comenzó a sacudirse y terminó por estallar en mil pedazos. Pero eso en realidad tenía que suceder y quizás siempre lo supe. Leer a Fuguet después de Solnit, leer sobre lo que él lee, que yo en parte también he leído (bien que reivindique a mi amado Oliver Sacks), leer lo que escribe, me ha hecho sumergirme y usar el autofocus. Hoy es mi cumpleaños número cincuenta y dos. Time makes you bolder. A lo mejor yo no quería ser escritora. Quería escribir. Y a mi modo, lo hice.