Sunday, February 27, 2011

Mis Vacaciones

De Lasa me dice que me falta escribir sobre las vacaciones. Parece profesora pidiendo la odiosa composición de primer día de clases. No wonder fuimos al mismo colegio. Le digo que por lo general no escribo en vacaciones, y me quedo pensando por qué. Quizás sea porque en vacaciones estoy más preocupada de vivir que de pensar. Escribir es el gran escape. En vacaciones ya estoy fuera. Me siento frente al teclado y no sé qué escribir que no sea un lugar común. No logro dar con el tono ni con el enfoque. Un rato después voy manejando y en la radio suena Hey Soul Sister. Me parece que alguien que no soy yo está cantando. Miro por el espejo retrovisor y es la Laura en su silla, con su típica cara de "esta yo la conozco" y me dice "¡Mamáaa, cancióooon, tuyoooo!". Es la pista que necesitaba. Vuelvo al viejo arte de escribir con un telón de canciones detrás.
Escuchamos el disco de Train todo el verano. Por eso cuando suena Parachute, recuerdo la foto que le saqué a ese Alamo enorme a la orilla del camino a Los Lleuques. La Laura durmiendo en el auto y yo encaramada en sus raíces, esperando el momento justo para atrapar un esquivo rayo de sol que había visto brillar entre sus hojas. Un rato antes, mientras bajaba por el camino escuchando esa canción y This Ain´t Goodbye, me di cuenta que era el último día que tenía para ver el baile de los árboles con el viento. Que íbamos a volver a la vida como la conocemos. Y no es que la vida como la conocemos sea mala. Es sólo que a veces no deja el espacio para hacer familia como uno querría. Con tiempo, con alegría y con paciencia, sobre todo. Pienso en Brick By Brick y en Marry Me, y en las tardes largas que pude pasar leyendo frente a la piscina, el cielo sin nubes y el sol encima de mi cabeza, mirando a la Magda y al Pedro jugar. Este verano Pedro ya nadaba y al parecer a la Magda dejó de parecerle un enano molestoso y comenzó a mirarlo como un compañero de juegos. Una tarde vamos a buscar a los caballos y los escucho conversar todo el camino detrás del Feli y yo. Otro día caminamos por el bosque y los escuchamos jugar y contarse cosas. Nosotros los miramos y nos reímos.
Veo a la Laura enojada, tirada en el suelo del bosque de Rucapirén. Está hecha una furia porque el Feli y los niños grandes subieron a la Cascada. Ella los siguió un rato y yo la dejé, hasta que me di cuenta que tenía toda la intención de subir con ellos. Y creo que habría podido, pero me asusté y me la traje de vuelta entre chillidos y patadas. De pronto veo que se ha parado, y tras mirarme, comienza a caminar por el sendero hacia la salida del bosque. Cada cierto rato mira hacia atrás, me ve y sigue caminando. Al perderla de vista comienzo a seguirla a una cierta distancia. La imagen es adorable. Un enanito de 75 centímetros con chapes amarillos y bototos se pasea entre los árboles más altos que haya visto jamás. Seguimos así un buen trecho, hasta llegar al árbol gigante y entonces se queda parada, me mira y me deja acercarme y tomarle la mano, para seguir caminando. Como son las cosas. Mientras yo le cuento a De Lasa sobre lo desafiante que puede ser su ahijada, ella me responde "Fran, eso es maravilloso, ella siempre supo que tu ibas a ir a buscarla. Eso es el apego. Así tiene que ser".
Hace poco leí un artículo títulado: "Parents Are Junkies". En corto, explica por qué nos gusta ser padres si es como las pelotas: somos adictos a la oxitocina, la hormona del apego, que nuestro cuerpo secreta cuando uno de nuestros hijos nos abraza y nos da un beso. Pero la explicación química de un fenómeno humano no impide que me siga maravillando cada vez que lo vivo. La vida es mucho más que un laboratorio. Al final, los queremos más que a nada en el mundo porque son lo que nos cuesta más en la vida. Son nuestra obra maestra en eterno progreso. Nos vamos a morir y no estarán terminados. Pero si hemos hecho bien la pega, podrán seguir ellos y convertirse en gente buena, útil y feliz. Mientras escribo recuerdo la primera noche este año en Las Trancas. La Magda y Pedro me pidieron que durmiera con ellos arriba hasta que llegara mi mamá. En un cierto momento de la madrugada me desperté y me encontré con uno a cada lado en la cama de una plaza. "Es que teníamos frío..." me dicen y me abrazan, cada uno por su lado. Yo apenas puedo respirar. Pero en el poco aire que recibo está el olor de esos niños que crecieron dentro mío y parí.
Recuerdo la alegría con que partimos este año de vacaciones. El viaje, Pedro llamándome por teléfono cada vez que vio algo que le gustaba. "Aspens bailarines Mamá, ¿los viste?" Unos días antes, el Feli me había preguntado si acaso no sería demasiado pasar dos semanas en Las Trancas con los niños. Por un momento me hizo dudar, pero le dije que intuía que no. Y no me equivoqué. En esas dos semanas sucedieron cosas hermosas con nuestra Manada. Abrazos, cucharitas, besos y risas. Nuevos lazos, miradas diferentes, conversaciones emocionantes, recuerdos indestructibles. Se me viene a la cabeza la imagen del arcoiris sobre el glaciar, que apareció como una visión detrás de los árboles, la última noche, cuando íbamos camino al RocaNegra. Justo en el momento en que el Feli y yo hablábamos de nuestra Manada. It's a sign, le digo al Feli, un viejo dicho que tenemos. El Feli se ríe. Yo sé que lo es.

Tuesday, February 08, 2011

Los Pilares de la Tierra

Cuando era chica vi la foto de un hombre parado al lado de un árbol. Nunca me olvidé de esa imagen en blanco y negro. Era el tronco más grande que había visto en mi vida, se habría necesitado a más de diez hombres para rodearlo. Me prometí que algún día iría a ver a esos árboles llamados Sequoias Gigantes. Siempre me ha gustado la gente que quiere a los árboles, que se sabe sus nombres o que al menos puede distinguir un Pino de un Plátano Oriental. Cuando conocí al Feli me cayó bien porque me habló de Alerces y Sequoias. Las primeras vacaciones juntos las pasamos recorriendo bosques en Las Trancas y cuando nos casamos me llevó a Mariposa Grove: el hogar de las Sequoias Gigantes en Yosemite.

Los árboles son una de mis cosas favoritas. Algunos inolvidables: Don Coigüe en La Invernada, el Ciprés del tío Daniel en Quilpué, el Quillay del Alto del Naranjo, camino al Cerro Provincia, La Araucaria Madre en Conguillío, The Grizzly Giant en Yosemite, las Encinas de Ranquil, el Eucaliptus de la calle de más abajo en Algarrobo, el Gigante de Rucapirén. Todos los años, casi siempre en nuestro último día en Las Trancas, vamos todos a caminar a ese bosque oscuro, húmedo, de olor dulce y lleno de Alstroemerias naturales que crecen gracias a la semisombra de árboles que llevan cientos y cientos de años ahí, silenciosos, imperturbables, majestuosos. Al entrar, uno sólo escucha el sonido de la cascada más arriba y el canto del Chucao. Es un mundo aparte. Somos visitas. Pero los árboles nos acogen, comparten con nosotros su belleza y nos regalan su energía. Con el tiempo descubrimos con el Feli que Rucapirén es el bosque en que almorzamos cuando hicimos la cabalgata de la Garganta del Diablo, la primera vez que vinimos a las Termas.

La Adriana Hoffman dice que los bosques son catedrales forestales. Tiene toda la razón. Las catedrales góticas tienen sus columnas altas, interminables, que sostienen un techo abovedado, allá arriba, donde la vista por poco se pierde. La luz entra tamizada y coloreada por las hojas de los árboles igual que si fueran vidrieras, y pequeños rayos de sol se cuelan por los espacios que quedan en lo alto de la bóveda verde. Los maestros constructores querían que las catedrales góticas fueran la representación del Reino de Dios en la Tierra. Para mí un bosque es precisamente eso. Mientras por las noches leo Un Mundo Sin Fin, por las mañanas me despierto mirando el cielo azul tras las hojas verdes de los Ñirres. Camino a pie pelado por el pasto iluminado por la sombra verde oscura de los árboles frente a mi cabaña. Mientras mis niños se bañan en la piscina, me entretengo en mirar el balanceo de las ramas más altas de los árboles con el viento fresco de la montaña. Termino de correr y en mi iPod suena February Stars. Cruzo caminando lentamente la carretera y me quedo mirando hacia arriba. Rayos de sol se filtran entre las hojas de un árbol que sobrevivió a un incendio mucho antes que yo naciera. De sus ramas nudosas cuelgan musgos. Por su tronco oscuro camina una lagartija verdeazul y enormes hormigas. Me quedo así un rato. El brillo me ilumina. Puedo verlo todo.