Monday, August 16, 2010

ConPasión

Siempre que paso por el Hotel Manquehue me acuerdo de ese remate en que le compré una pintura a la Jime, que es una de las casas que fuimos a fotografiar a Cartagena un Sábado de invierno, con unos sandwiches y bebidas arriba de un bus, buscando material para una serie que iba a hacer. Imagino que fue el 92, por el abrigo y los zapatos con que aparezco en una foto en blanco y negro que me sacó ese día y que reveló ella misma. Lo del remate fue un par de años después, eso sí. Lo sé porque esa pintura me suena a la canción de la Laura Pausini, la de Marco se ha marchado, que nunca supe cómo se llamaba, pero que hablaba de unos niños que se separaban y no volvían a verse y que me daba una pena horrorosa. Todavía me da pena cuando la escucho. Este Sábado me pasó que mientras trotaba pasé por debajo de unos ciruelos llenos de flores rosadas, esas que al final de la tarde de un día de sol son el olor de la primavera. Mientras los miraba maravillada me acordé de ese olor en la puerta de la casa de mis papas, una tarde del mismo año, mientras, escuchando esa otra canción de la Laura Pausini, la de ...son amores... me separaba de un cuerpo que se iba volviendo el diluvio universal. Despedidas bajo árboles con flores. Canciones sobre no estar con quien quisiéramos estar. Puentes invisibles y eternos. Siempre fue tan... épico... para sus cosas. Ahora sabemos que no habría servido de nada hacer las cosas de manera diferente. Yo me habría perdido un par de meses de desorden y risa permanente con Pablo Mármol y me habría perseguido la eterna duda de cómo hubiese sido si no fuera por. Todos sabíamos que iba a ser un buen desastre, pero fue divertido. Aunque quizás fue un poco más divertido para mí que para Mármol, que tropezó dos veces con la misma piedra.
Mis amigas que leen este blog reaccionaron con intensidad a mi último post. Me parece maravilloso. Ahora, alguien podría preguntarse - como hemos hecho nosotras toda la vida en primer lugar- por qué mujeres grandes, señoras con maridos, hijos, trabajos y vidas mucho más buenas que malas, andamos acordándonos de cosas como mariposas en la guata en primavera y destinando mails, sueños, minutos telefónicos y tiempo de alto costo alternativo al tema. Porque no todo el mundo anda por la vida añorando mariposas. Para mucha gente es algo definitivamente inmaduro. Para otro montón de personas es algo francamente inapropiado y hasta medio vecino del pecado. Están también los que no saben de lo que hablamos. La respuesta me llegó el Viernes en la noche, entre cerveza, pisco sour y las canciones de la Cecilia y la Nena. Tras mirar a la Meche y su vida de ahora. Tras escuchar Lucía. Pensé que quizás si reflexionáramos de manera integrada, si nuestra cabeza funcionara como un programa para hacer balances y estados financieros, si pensáramos en 3D, todo sería más fácil. Asustaríamos o confundiríamos menos al prójimo incluso. Porque claro, el declarar que echamos de menos bailar como antes, por ejemplo, que en el fondo no es sino una especificación de otra declaración: la de que no vamos a resignarnos a borrar de nuestra memoria emocional lo que nos sucedía a los 20, podría inducir a terribles errores. No. No es querer volver a estar ahí, ni andarlo buscando. Cuando vino la Caro pasamos por este tema, como siempre que viene y hacemos nuestra sección "Y qué fue de...", donde nos sumergimos en lo más recóndito de nuestras cabezas en busca de los personajes y episodios más memorables, retorcidos y ridículos de nuestra vida juntas, aunque también hay siempre un momento emotivo y en serio para grandes historias y sus héroes. Y la conclusión es que claramente todo eso ya pasó. Fue. Al final es esto: salvo que ocurran cosas que no queremos en lo absoluto que nos sucedan, no hay vuelta atrás, con todo lo que eso significa. Habrá un universo de cosas maravillosas, nuevas, intensas y memorables. Pero nada de primeras miradas, de primeras llamadas. De extrañar con dolor de guata. De primeras salidas y de primeros besos. Sería como querer volver a hacer tu ramo favorito de cuarto año cuando ya te titulaste hace rato.
En la mañana miré por la ventana las nubes grises. Pensé que iba a llover y me acordé de esa canción, Pienso En Ti. Un rato después estaba sonando en la radio. A veces no se necesita una orquesta sinfónica para hacer épica una canción. Hablamos en el taller sobre la pasión. La pasión como brújula y como combustible para crear. Alfonso nos lee un poema de Machado, que alguna vez había leído pero que no me acordaba. En el corazón tenía la espina de una pasión. Logré arrancármela un día. Ya no siento el corazón. No es querer estar ahí. Es no permitirnos jamás olvidar lo que nos ha impulsado, lo que nos mueve y lo que nos hará seguir despertando cada mañana con un propósito.

Monday, August 09, 2010

Bailar, Llorar, Crecer

Siempre nos acordamos con la Loreto y la Denise de esas últimas vacaciones juntas en La Serena, el verano que salimos de la universidad. Yo me acordé de nuevo este domingo, mientras hacía la cama viendo Me Verás Volver. Es que fue el verano de Dynamo y de Colores Santos. Es, sobre todo, que nada volverá a ser como fue. Nada. Mis Levi's 505, los tops que nos habíamos hecho a mano con la Caro, con telas compradas en Bandera, mis botas y el cinturón de La Ley, ese que se parecía al de Beto Cuevas. Bailar todas las noches, toda la noche. Salir cuando amanecía a vérselas con ese frío mojado de la orilla de la playa, con el pelo empapado y apestando a humo, sin voz y con un zumbido espantoso en las orejas. Bailar. Bailar era importante. Bailar era terapia, era rito y era prueba. Bailar siempre fue el trailer de las mejores historias.

Estoy haciendo hora muerta de frío en un restaurant chiquitito, como un mini Huerto, muy cerca de la casa que fue de mi abuela. Rufus Wainwright canta nothing's gonna change my world y a mí me suena a un mal chiste. Me pongo a pensar. "Me da pena todos los dias, Fran", dice mi amiga, cuando por culpa de la música del bar en que estamos espantando fantasmas y calamidades de todas las formas y tamaños, nos ponemos a hablar de cosas que no van a volver. A Flock Of Seagulls, The Outfield, Survivor, Cutting Crew, todos juntos... hay algo de crueldad en la combinación. Y sin embargo a veces un recorrido por el tiempo no es un mal antídoto para el veneno que tenemos dentro. Nos ponemos a hablar de canciones que nos podrían hacer llorar. Hablamos de sensaciones. De intensidad. De apego. De sorpresa. De pasión. De inconsciencia. De cuando nuestra piel estaba hecha de esos adjetivos que uno debe arrancarse por lo de la madurez. Pero que los andamos trayendo en la cartera. Yo me acuerdo de Restless Kind, esa canción de Night Ranger que todavía me hace llorar, igual que Still They Ride. Hablamos de cartas, de declaraciones, de dedicatorias y de promesas. De Amor Amarillo. De recuerdos de futuros. Convenimos en que al menos es bueno saber que todo lo que recordamos nos ocurrió en realidad, que lo vivimos y que lo sentimos. Que hubo un alguien al otro lado, en la misma frecuencia. Y que mientras tengamos orejas, tendremos recuerdos. Nunca deja de sorprenderme mi querida amiga y yo doy gracias por eso.
Night Work. Es el nuevo disco de Scissor Sisters, que tenía olvidado en el PC de la oficina. Lo pongo y me empiezo a mover sin darme cuenta y a reir. Mi secretaria se rie de mi cara de gusto, según ella. Pero me quedo con una cosa medio amarga al final. Lo he sentido antes, es eso de que en la vida hay canciones que nos llegan tarde. Discos enteros que nos llegan tarde. Porque ya no podemos disfrutarlos como nos más nos gustaba. Porque nos llevan a lugares donde ya no podemos ir. Fire With Fire me puso instantáneamente en otra parte, con otra ropa, con otra piel. Sin reloj, sin calendario. Con otros colores, bajo otra luz. Quizás La Hora Naranja en una playa muy larga en el norte, tal vez el verde de una tarde de verano, o la oscuridad de una noche en algún lugar mágico. Humo, bolas de espejos, el Kamanga, El Cocodrilo, La Playa. El Scratch. Uno ya no baila como antes. Ya No Eres El Rítmico de Antes, dice Cancino que dice Narea. Y yo no lo sabía. Pero yo no creo que sea cuestión de ritmo. Uno ya no baila como antes simplemente porque ya no se puede.