Friday, December 31, 2010

Hey Baby, Take a Walk On The Bright Side

Tengo puras ganas de guardarme en un bunker hasta las 23:59. Pero estoy chata de todo el mundo hablando de lo malo del año. Sí, fue como el ajo para muchos, para mí también a ratos, pero no hay que olvidar que en 365 días hay hartas posibilidades de pasarlo mal. Como convesábamos con Said ayer, a propósito de la apendicitis de Pedro, nos queda la sensación de que es mejor mirar alrededor y quedarnos calladitos. Y lo dice alguien que tuvo que enfrentar la diabetes de su hijo de 6 años apenas comenzando el año. Si eso no te cambia la vida...
Yo le tengo cariño al 2010, a pesar de haber sido un año duro, especialmente a nivel familiar. No es difícil fijarse en el medio vacío del vaso. Pero hoy día soy más del medio lleno. El lado luminoso es mejor. Si leo mi post del año nuevo pasado, hice hartas de las cosas que quería hacer. Tuve un verano lindo con mi Manada y cumplí cuarenta llena del cariño de mi gente favorita, haciendo lo que más me gusta hacer en la vida. Me pasé cuatro días en un curso de guiones que me catapultó a otras galaxias. Por Dios que hay vida allá afuera. Pasé mucho tiempo con la Caro en Santiago. Fue un invierno mucho menos frío que el anterior. Me reí, de vuelta en el mundo de las coincidencias y las sincronicidades sorprendentes, maravillosas y también ridículas. Y espeluznantes. The planets align so rare. Puedo contabilizar un par de logros importantes. Llegué a correr 10K, una hazaña absoluta después de doce años sin trote. De paso aprendí que correr no es necesariamente sobre huir, como dijo esa mujer macilenta una vez en una reunión, asustándome un poco. Yo creo que correr es sobre control de uno mismo y sobre voluntad. Compromiso con lo que uno se propone. También siento que este fue un año para la exposición, cuestión que jamás se me dio muy bien. Dejar entrar, dejar ver.DARE. El taller, aunque escribí bastante poco, mostrar lo que escribo a más gente. Cantar. Hacer música, work in progress, pero iniciado. El camino no se acaba.
En el otro lado, I'm not a perfect person. No estuve a la altura en cosas importantes. Es feo eso, como decía Pelao. A ratos me hundo, entre el arrepentimiento, la culpa y un poco de autodecepción. Más que un poco y no es por causarle lástima a nadie ni para recibir consuelos de ningún tipo. Ayer en la tarde pensé que mi alma es como un jardín en que han ido creciendo árboles y flores hermosos, pero también mucha maleza. Maleza que a veces amenaza con ahogar toda la belleza. Una vez le preguntaron a Robert Smith qué le gustaba hacer cuando estaba en su casa y respondió que jardinear y, particularmente, desmalezar. Aunque sabía que siempre la maleza volvía a aparecer. Que era como los sentimientos recurrentes, que lo hacían escribir canciones sobre las mismas cosas siempre. Como vivir en un círculo eterno entre Pictures Of You y Friday I'm In Love. Me acordé de eso mientras escribo. La Maleza. Qué buen nombre, aparte. Maleza. Mal-eza. Debería escribir una canción sobre ella. No. Mejor debería dedicarme en serio a desmalezarme.
Y mientras escribo voy pensando. Se me ocurre que quizás ahora pueda dedicarme mejor a arreglar lo que tengo que arreglar. Que tal vez ahora sí pueda dar la pelea contra las cosas que más odio de mí. Aunque quizás debería verlo más como una lucha por lo bueno que como una pelea contra lo malo. Lo pienso porque siento una certeza sobre algunas cosas que antes no sentía. Y porque aprendí una chorrera de cosas este año. Se me viene a la cabeza lo que decía C. G. Jung sobre la individuación y encontrarnos cara a cara con La Sombra, el personaje sombrío que llevamos dentro. No es una excusa, pero uno no puede arreglar lo que no sabe cómo arreglar. Lo bueno es que como voy dejando rastros, cada vez tengo menos espacio para no hacer lo que prometí. Es lo bueno de escribir. Así que ni pienso en quedarme con las malas cosas del 2010 ni con las cosas que no logré. Si un nuevo año comienza, son nuevas oportunidades. Prefiero quedarme con lo bueno, con lo que sí hice y con lo que me hizo feliz a mí y hacer feliz a otros. Porque puedo ser como el forro, pero también puedo hacer harto bien. Así que así. Mi luminoso mega propósito 2011: Ser menos como el forro.

Friday, December 24, 2010

Getting Away With It

No tengo memoria de una semana pre-Navidad tan miserable. Tanta, pero tanta, concentración de mala onda en los días previos a una de mis fechas favoritas del año. Pero qué les importa a ellos. En esa disociación en que nacen, son criados, viven y mueren, poco les llega. Soy yo el mono raro aquí, intentando escabulllirme de sus tentáculos, nadando río arriba, tratando de vivir según mis tiempos y de acuerdo con mis afectos. De hecho me quedé sin mi adorada caminata por la Providencia navideña que tanto me gusta.

Y ya sé qué es lo que me enoja. Me molestan los hombres de negocios ocupados, cuyas perfectas señoras se encargan de todo lo relacionado con esa cuestión de la Navidad. Me molesta la gente que encarga trabajo o quiere que le resuelvan problemas urgentes el mismísimo día 24. Eso es no tener vida dentro. Me carga la gente que llega corriendo de la oficina a ponerse el disfraz de ser humano, a sentarse en la cabecera de una mesa muy familiar, que parece foto de revista, o en un banco de iglesia con cara de circunstancia, cuando ha estado hostigando hasta sólo minutos atrás a sus colaboradores y dependientes, hasta casi hacerlos desaparecer. Y ya sé que está mal que uno deteste y odie y use todas esas palabras de intolerancia y de rabia, pero es que no puedo evitarlo. Menos cuando pretenden arrastrarme a mí con sus malas costumbres. Lo que es yo, dentro de mi pequeño y asediado feudo, hice algo al respecto: Colgué en mi puerta dibujos de Navidad que me regaló Pedro y llevé pequeños regalos y abrazos para mis queridos Padawanes. Es mi hechizo protector de Hermione Granger.

"Tú te conectas energéticamente con las personas", me dice la Ana María Riquelme, "por eso percibes cosas que no se ven, pero que te afectan y te hacen mal." Esos Pequeños Agravios. Adorables sincronicidades me llevaron de vuelta a la Ana María, que me recibió con su típico abrazo acogedor y limpiador, de oso, que tan bien hace sentir. Me hizo un preparado con unas flores oportunas y maravillosas y me mandó a casa a pensar en una chorrera de cosas que yo no había visto, porque, como dice Maturana, uno no sabe que no sabe.

Y a pesar de mis desventuras laborales pascueras, me quedo con el oneliner 2010 de Pelao, que me llegó como un regalo el mismo 24, chateando por Facebook: "Pérez, there is always a way out (or back)." Tenía que ser Cook. Pero es cierto. Me las arreglé para armar el árbol con mis niños hermosos, mis enanos ayudantes con sus gorros, que cada año pueden poner adornos más arriba en el pino. Me dí el gusto de encontrar los regalos para mi gente. Regalos para el cuerpo, regalos para el alma. Hicimos galletitas con la Magda y las decoramos incluso, muy tarde en la noche. Envolvimos regalos con papeles y cintas que elegimos para cada persona. El Feli eligió una comida para la noche del 24 y ese día, antes de juntarnos a comer, nos fuimos a misa al colegio de Pedro, los cinco más mi mamá. Una celebración llena de niños vestidos lindos y personas contentas, bajo los árboles, esos seibos y encinas maravillosos y un poco de ese viento de tarde de verano en Santiago. El tiempo y el lugar perfectos para conectarse con la energía correcta. La que sirve y hace bien. La que brilla y nos hace brillar. La que nos obliga a dar gracias a la vida por lo mucho que hemos recibido.

Y hablando de lo mucho que hemos recibido, terminamos el fin de semana en un asado con la Jime, la Maca y la Willy, mis amigas del colegio, nuestros maridos y nuestros hijos. Nos reímos, porque estamos todas en los cuarentas y criando guaguas todavía. Nada de hijos dando la PSU ni viajes a Buenos Aires muy flacas, bronceadas y liberadas, como hartas de nuestras compañeras de curso. Pero yo siento que nuestra aparente demora nos regaló la posibilidad de mirar alrededor y hacer las cosas ni demasiado rápido para llegar muy luego donde no queríamos estar, ni tan lento como para no haber llegado jamás donde queríamos ir. Nadie tiene la verdad absoluta, ni nada comprado, pero ayer, mirando las fotos que la Maca sacó, compartimos esa sensación de que la vida al ritmo de los propios juicios y elecciones es mejor y más feliz. Que hay que dar una pelea de por vida que consume y uno a veces está a punto de rendirse y entregarse al Enemigo. Pero siempre, desde alguna parte y generalmente desde quienes nos conocen y nos quieren, nos llega lo que necesitamos en ese preciso momento y nos salimos con la nuestra, una vez más.

Tuesday, December 14, 2010

84, Charing Cross Road

Adoro como llegan los libros a mi vida. Los encuentro en una librería, los tomo, los miro. Leo sus contratapas, los abro al azar y siempre leo un poquito. Es como cuando escuchaba un CD en la Feria del Disco en los 90: con un pedacito de cada canción sabía si era para mí. Muchas veces me los llevo inmediatamente. Otras veces los dejo ir. Si debo leerlos, vuelven a través de sincronicidades y coincidencias. It's a kind of magic.

Me encontré por primera vez con 84, Charing Cross Road en uno de mis habituales vagabundeos por Providencia. Era el día del libro, y aunque había rebajas, yo ya había gastado demasiado como para llevármelo. Era una versión cara. Lo volví a su lugar con pena, pero sabía que volvería. Una recopilación de cartas entre una escritora americana viviendo en NY y un librero anticuario inglés viviendo en Londres. Una amistad epistolar transoceánica de veinte años. A Question Of Time. Un día llegó la señal: leyendo el guión de La Vida Secreta de las Palabras, me encontré con que la Isabel Coixet había hecho una adaptación para el teatro del libro.
Todo comienza con una carta muy corta encargando un libro difícil de encontrar en NY. A partir de ella, uno ve como HH y FPD, así, con iniciales, se van acercando a medida que ella le sigue encargando libros y él se dedica a buscarlos y encontrarlos. Con el tiempo se van formando vínculos profundos entre HH y FPD y su familia y compañeros de trabajo. Ella les envía alimentos durante los años siguientes a la guerra, ellos le retribuyen con un mantel bordado por una vecina. Se intercambian regalos y cartas de cumpleaños, de Navidad. Qué Twitter ni qué Facebook. El secreto siempre estará en querer querer. Y pienso, una vez más, en el inmenso poder de la palabra escrita. En como, por más impersonales que creamos o intentemos ser, siempre se desliza lo que somos, lo que pensamos y lo que sentimos. Somos animales sentimentales. Es lindo ver como las cartas de HH y FPD se van volviendo personales a medida que ella introduce el humor y la ironía y él, a su modo, responde. Hay frases para subrayar y para grabar en nuestras libretas de cosas importantes. Hay cartas de HH realmente divertidas, especialmente cuando insulta a FPD por demorarse en responderle. Y hay, por todos lados, eso de amar y venerar los libros y esa curiosidad por siempre aprender y saber un poco más de todo lo que se pueda.
HH dice en un momento que a ella sólo le interesan los libros sobre historias que sucedieron a personas reales. A mí me gustan las novelas y puedo llegar a rayarme, pero también me maravilla leer cartas, diarios y memorias. De hecho, este año me cambió la vida la autobiografía de C.G. Jung, que llegó a mis manos con la magia que a mí me gusta. Fuguet, por su parte, en la parte autobiográfica de Missing me hizo llorar. Leyendo 84, Charing Cross Road me acordé de las cartas que le escribí a Juanjo Peña, mi compañero de curso y amigo fundamental. Es posible que hayan terminado en un basurero cuando se murió, pero de ellas nació una conexión que existió hasta la última vez que nos vimos. Ayer, mientras terminaba el libro con la garganta apretada, volví a pensar en la importancia del decir. Siempre. De alguna forma. Antes que sea tarde, sobre todo.

Tuesday, December 07, 2010

Con Flores Amarillas

Estoy en el Colegio, en el último rezo del mes de María, el de la coronación de la Virgen. El Rosario siempre me hace entrar en una especie de trance y mi cabeza vuela hacia el jardín como era cuando chicas, con esos cuatro cuadrados de arbustos cortados como parterres que rodeaban el pasto que no se podía pisar, y los cuatro caminitos que llegaban perpendiculares hasta la estatua de la Virgen al centro. Me da risa porque de pronto me acuerdo que cuando en cuarto básico queríamos ser arqueólogas, con la Carola Marré jugábamos a que la Virgen era la estatua de una diosa griega que andábamos buscando. Teníamos la edad de la Magda, qué viejas chicas.
Vuelvo. Nunca me gané el sorteo para coronar a la Virgen, pienso, mientras una niñita se sube a la escalera para alcanzar su cabeza. Me gustaba la corona de flores blancas. Me fijo en el tronco de una Flor de la Pluma, al lado mío, que ha crecido retorciéndose alrededor de un pilar hasta llegar al techo. Un techo nuevo, eso sí, porque ya no existe el que recorría el patio casi entero y bajo el cual nos graduamos. De ese techo colgaban dos campanas, la de media y la de básica, una en cada extremo y una más grave que la otra. Cuando termina el rezo la Magda me busca y me abraza y me pide que la acompañe a su sala. Subimos por la escalera comentando que este es su último año en el edificio de Primer Ciclo, el Edificio Nuevo que ya no es nuevo. De ahora en adelante estará en el edificio antiguo, el de toda la vida. El mío. Me quedo un rato en su sala y me rodean sus amigas, igual que los cachorros que se acercan cuando viene alguien a mirarlos en su caja. "Mira, Fran", me dice una, "a la Magda la pusieron en la primera fila al lado del basurero, ¿sabes por qué?" "Obvio", le respondo, "ponga la basura en su lugar, ¿no?" y se mueren de la risa, sobre todo la Magda. Y yo pienso que con ese humor está salvada.
Dejo a la Magda en su sala y me devuelvo por el pasillo, para bajar por la escalera principal. Miro lo que era la sala de cocina y costura de la Tena y al frente la de la Inesita, que nos hacía diseño. Ahí nacieron varios de los dibujos más memorables de nuestra existencia. En ese pasillo era típico encontrarse con el Mozo Pelúo, que por supuesto sigue siendo un personaje esencial en el paisaje colegial. Ya no barre, aunque sigue igual de peludo. Es ahora un empresario del transporte escolar y lo veo todos los miércoles repartiendo niñitas en mi barrio. Me acuerdo que me vendió tickets en la última kermesse, mientras trataba de no reírme pensando en la Willy, a quien le achacábamos una atracción fatal por él. Paso por el lado de los lockers y me acuerdo de cuando la monja Shaun se cayó en el pasillo contra un locker y luego entró, como si nadie hubiera escuchado el estruendo a la sala, muy seria para enseñarnos Morning Has Broken, o alguna otra odiosa canción de Cat Stevens. Un poco más allá está la entrada al pasillo que llevaba al laboratorio de biología, ese donde estaba encerrado el gato que, tras varios rescates casi exitosos con la Jime, terminó igualmente dentro de una olla, cocinado por la Willy, la Maca y otras más. El pobre gato fue el objeto de un experimento de ese electivo llamado Biología Avanzada que, claramente, sólo le sirvió a la Costi, que ahora es una gran otorrina. La Magda siempre me pide que le cuente la historia del gato y se ríe como loca. Yo se la cuento tal como fue y me rio también. Bajando la escalera veo carteles, avisos y frases en los bulletin boards, de esas que a uno se le quedan grabadas para siempre y luego las dice sin saber de donde salieron. Bajando esa escalera fue que la monja Thomas me quitó los guantes calypso que me había tejido. A la monja Tomas, que ya no se llama Thomas, porque ahora pueden usar su nombre en vez del de un santo (siempre fue freak llamar a una mujer por el nombre de un hombre), la vi en el aniversario del Colegio este año. Estaba idéntica pero canosa y las mujeres que estaban sentadas detrás mío comentaban que en su tiempo era terrorífica y tenía bigote. Todo es cierto.
El Colegio me produce siempre esa sensación de familiaridad, de pertenencia y de manto protector. Será porque hay una vida entera vivida ahí, que ahora se prolonga a través de la Magda y seguirá a través de la Laura. Como sea, siento una energía cálida y acogedora en el aire de los pasillos. Siempre pienso que me pasaría lo mismo si volviera a la casa de mis abuelos maternos. Leyendo a Eco pensé en esa casa. Esa casa grande, donde yo me apropié de una pieza en la que podía encerrarme y hacer lo que quisiera. Había una cama, un escritorio, un mueble lleno de libros y una puerta por la que podía salir al balcón. Cómo pegaba el sol en verano en el balcón. Uno podía sacar damascos desde las ramas que llegaban hasta el segundo piso. Esa casa siempre fue sinónimo de libertad y de pasarlo bien sin obligaciones ni límites. Fue siempre una casa para jugar. Ahí celebrábamos nuestros cumpleaños, teníamos una piscina, nuestras bicicletas - ahí le quitamos las ruedas a la bici del Tan, que terminó todo rasguñado entre las rosas- el garage y la despensa. Nos llevaban caminando a la feria, a la rotisería, al otro lado del Canal San Carlos y la panadería donde nos compraban helados en las tardes, cuando era verano. Hasta hace dos cumpleaños seguí encargando ahí el pan. Esa casa siempre aparece en mis sueños y cada cierto tiempo paso por Unamuno 779. Curiosamente, es la misma calle en que siempre vivieron las monjas del Colegio.
Antes que comience la misa en el colegio de Pedro, nos lleva a todos a un recorrido por lugares que nos quiere mostrar. El jardín de la Virgen, al que llegamos por un pasadizo secreto, como dice él, luego vamos a las salas de primero básico donde estará el próximo año, al patio de los juegos y al gimnasio de los grandes. Está fascinado porque nadie más conoce ese colegio como él. La misa es en el jardín. Han puesto un altar rodeado de flores y sillas bajo árboles que tienen más de cuarenta años, enormes, majestuosos y de raíces y troncos retorcidos. Los niños juegan y dan vueltas. Se me desaparece el Pedro en un momento y lo encuentro un rato después debajo de un arbusto grande y oscuro, conversando con tres amigos. "Shhh! esto es un club", me dicen cuando me asomo. Yo me río y lo encuentro lo máximo. Todo empieza siempre una vez más.