Saturday, July 23, 2011

La Habitación Roja

Son cerca de las once de la mañana. Bajo a tomar desayuno en un pequeño bar comedor, revestido en madera, que da a un patio interior con baldosas blancas y negras. Huele maravilloso. Elijo unas tostadas francesas con jarabe, manzana caramelizada y frutillas. Y una taza de café. Todavía no me despierto realmente. Me siento flotando un poco con la música, Sweetness Follows. El Feli se ha ido a La Rural muy temprano y yo tengo tiempo.

La noche anterior salimos a caminar por calles al azar. Llegamos a una plaza llena de bares, uno al lado del otro, con muchas luces, música y gente ruidosa, sentada al aire libre a pesar del frío. "La gente sale, Pérez", nos decimos con el Feli, acordándonos de mi amiga Araña. "Te va a hacer bien esto, Pérez", me dice luego, mientras tomamos cerveza en la única mesa libre que encontramos, en la terraza de un bar. Celebramos nuestro primer viaje solos en doce años.

Han sido meses particularmente duros. Los niños crecen y hay que ayudarlos a enfrentar sus propias dificultades. Todo mientras lidiamos con nuestros demonios residentes. En la pega los días se vuelven interminables, las horas no alcanzan, y siento que solo existo para trabajar. Miro las yemas de mis dedos y los callos en mi mano izquierda han desaparecido: no he tocado guitarra en semanas. Me pregunto cómo he resistido. Me respondo: mi Manada, las flores, el reiki y Stype agrega el último y esencial elemento. Are you having fun? Y yo no puedo evitar reírme, pensando que el secreto está precisamente ahí. En soltar una carcajada aún en medio de lo serio, de lo horrible, lo pesado, lo difícil y lo que parece imposible de resistir, gracias a la gente que nos hace bien.

Vuelvo a meterme a la cama y veo que afuera hay sol. Me levanto, abro la ventana y salgo a un balconcito en que hay un mandarino en un macetero, con sus pequeños frutos naranja colgando. Con los ojos cerrados dejo que me dé el sol en la cara. Pure Energy. Había optado por no darle muchas vueltas al asunto. Para no caer en oscuridades. Para no caer en el "odio odiar", como dice Cancino que dice Damiani. Pero ahora, aquí, entre estas cuatro paredes de color rojo, en un hotel llamado Miravida, there's no such thing as coincidence, no estoy aquí para no ver ni para hacerme la sorda. Estoy a un millón de años luz de casa, en medio de este rojo, para poner los pies en la tierra. Entonces me siento en la cama y me pongo a llorar. Lloro por tantas cosas. A chorros. Es el momento y el lugar para hacerlo. Es mi instante para sacar afuera, para soltar y dejar ir. Como decía esa canción que nunca logré atrapar: time is telling me it's time for letting go.

En los días siguientes duermo mucho. Leo. Termino un libro maravilloso sobre amistades, encuentros, conexiones y coincidencias. Sobre gente que se ilumina mutuamente. Sobre almas que unen sus energías trabajando para otros. Camino sin iPod, mirando un cielo azul y despejado, bajo un sol tibio y amarillo. Paseamos con el Feli por calles hermosas y verdes que jamás habíamos visto, sin apuros. Andamos sin rumbo fijo, conversamos, nos reimos e inventamos tonteras. Sé que voy a volver al mismo ritmo de trabajo, que voy a volver a casa de noche mucho más de lo que quisiera. Que me estarán esperando las mismas preocupaciones y angustias de cada día y todas las nuevas y desconocidas que tienen que venir. Pero la pausa me ha hecho bien. Ha sido corta, y sin embargo larga para mí. Ya lo sabemos, el tiempo es un invento. Puede ser tan elástico como queramos. Y la vida es, definitivamente, de colores.

Friday, July 01, 2011

Aquí Vamos

El almuerzo de ayer fue un exorcismo de los grandes. Siempre es tan iluminador conversar con mi amiga de Lasa. Incluso aunque exploremos las cavernas más oscuras de nuestras almas. De vuelta del almuerzo me vine caminando. Sin música. Pensando. Pensando que una vez más, estamos juntas en la misma pelea con nuestros puntos ciegos. De pronto recordé que hoy saldría la nota en Capital y apareció una imagen en mi cabeza: yo en la estación de alguna ciudad de Italia, Florencia, creo, buscando un teléfono público para llamar a AC en Santiago y felicitarlo por su nombramiento como socio la noche anterior. Me da pena que cosas épicas como llamar larga distancia desde otro país ya no parecen ser apreciadas por las personas. Ya no parecen necesarias. Ahora existe el muro de Facebook. El asunto es que me doy cuenta que quince años después, estoy yo en el mismo lugar. Y sí, recibí un mail de AC por Facebook, pero ya habíamos celebrado antes, en persona y con abrazos. "Pérez, habrías sido igual de exitosa, es sólo que tu camino se cruzó con el mío", me dijo, cuando le agradecí por hartas cosas que aprendí trabajando con él, incluso con su estilo que a veces era tan odiosamente House. Pienso luego que harta gente apareció por mi oficina al día siguiente del anuncio, varios impresionados por lo que dije en ese mini discurso que olvidé preparar. Yo prácticamente no recuerdo nada de lo que dije, porque me dio la típica amnesia de escenario, como cuando daba pruebas orales o como cuando canto. Sé, eso sí, que agradecí a mis Padawanes y al Feli, porque los logros nunca son de uno solo y por eso hay que compartirlos. Pero algo inusual para el discurso de un abogado que llega a socio de un estudio grande debo haber dicho, como para que Iggy Pop me dijera dos veces "grandes palabras" y otro personaje "le pegaste el palo a varios". Como sea. Lo de Capital es parte del juego y es también un cariño al ego y lo disfruto y me gusta. Pero más me importa, más me preocupa por estos días, el encontrar el para qué de lo que sucedió y el cómo usar bien la posición que ahora tengo. Porque yo ya no creo en una voluntad divina que nos lleva en brazos hasta un lugar que ella ha decido previamente. Ni que nos de las instrucciones para llegar al lugar al que decidimos ir. Dios no puede ser un GPS. Yo creo que somos nosotros los únicos responsables de llegar donde elegimos ir y los únicos encargados de encontrar o, si es necesario, de hacermos el camino. Si fallamos, no es Dios quien nos castiga, somos nosotros mismos. Eso es aún peor. Porque siempre, siempre sabemos.

No me olvidado de las muchas veces que dije que no me interesaba estar en la mesa en que me senté el Martes. ¿Por qué acepté, entonces? Nunca fue una mentira, ni falsa humildad. Es bastante simple. Cuando en el verano llegó sorpresivamente Iggy Pop a mi oficina y a pito de nada me planteó la posibilidad de ser socia, hubo una frase que me quedó dando vuelta: "mira, al final, aquí cada uno puede hacerlo a su pinta, y por último, si no te gusta, no pasa nada, te vai no más. Dále una vuelta en tus vacaciones". Lo de que cada uno puede hacerlo a su pinta, no es una mentira tan grande. A veces es incluso verdad. Lo de que si no me gusta me puedo ir, ya lo había descubierto en una de mis epifanías musicales automovilísticas. Creo que en mis conversaciones con el Feli me di cuenta que al no aceptar podía cerrarme a la posibilidad de seguir avanzando en muchas cosas, no sólo de pega. Sentí que no aceptar era una cobardía. Porque aunque en realidad no se me ha quitado la intuición, que ya es casi una convicción, de que hay mucho más para mí que lo que hago en la oficina, siento que este es el tiempo de la siembra. Luego vendrá el de ver crecer lo sembramos, hasta que llegue el momento de cosechar.

Al final, pareciera que todo, absolutamente todo, tiene que ver con la misión y con el uso de nuestros talentos. Con el hacer lo que vinimos a hacer en la vida, para nosotros y para las personas que nos rodean y son nuestras compañeras de ruta. Y esa misión hay que descubrirla a tiempo, para poder cumplirla a tiempo. Los budistas piensan mucho en la muerte. No porque sean lúgubres. Todo lo contrario, el budismo es sumamente luminoso y propicia la alegría por todos lados. Lo que sucede es que creen en la reencarnación y en que cada vida que vivimos la elegimos para aprender lecciones que nos hagan ser mejor gente. Y como si no aprendemos lo que teníamos que aprender o no hacemos lo que teníamos planeado hacer, repetimos de curso, se esfuerzan en descubrir y cumplir esa misión antes de morirse. No es que me haya vuelto budista. Aunque tampoco soy lo que solía ser cuando cumplir reglas a ciegas era mucho más fácil, simplemente porque había menos transgresiones que cometer y muy poco que perder. En el fondo, nadie tiene la verdad sobre estas cosas. Lo dice el propio Aidalai. Pero ayer con de Lasa sentimos al mismo tiempo que nuestros miedos no vienen de nuestra freakería, ni del ser minas enrolladas, ni de ser ultra responsables por culpa del colegio y de nuestras mamás. El vértigo y el miedo que sentimos nos vienen del no poder saber a ciencia cierta si estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Porque no hay aciertos ni errores objetivos en la vida. Sólo podemos ver los resultados de nuestras acciones y omisiones. Todo lo que hagamos o no hagamos va a tener un efecto. No hay bolas de cristal. Unicamente nuestra intuición y días que van pasando de a uno en uno, hasta que lleguemos al último.