Monday, March 26, 2007

Por El Vino

Todos los años, desde que llegamos al condominio, hacemos un asado callejero. Apenas oscurece, sale cada familia con sus niños, parrilla, comida y, sobre todo, botellas. Somos, entonces más que nunca, una bonita vecindad. Quizás la única debilidad de estos asados es que suele darse el fenómeno Lulú/Toby. Las mujeres se sientan en círculo cerrado a conversar, normalmente de los niños, los pastelazos de los maridos e inevitablemente, de las nanas. No es de mala, ni de pesada, pero palabra que aborrezco esas conversaciones de minas que desembocan en catarsis colectiva, con la infaltable e insoportable conclusión de que “los hombres no sirven para nada” y que sólo sobreviven gracias a las mujeres.

En la otra esquina, los hombres, ni tontos, se ríen, toman, toman y toman. Y la verdad del asunto es que mi alma es parrillera y sí, a veces las mujeres me aburren y no me gusta hacerme mala sangre antes de comer, así que la última vez no lo dudé y me quedé con el Feli, que estaba con Pablo, vecino colindante y parrillero adicto y Mingo, gran fan de Homero y dueño de varios cientos de discos y libros. El Rafa, mientras tanto, buscaba una buena chiva para faltar a su inoportuna reunión de Grupo de Reflexión y quedarse. Pablo entonces trajo su camioneta y pusimos el ingrediente que hacía falta. Y fue divertido, porque la gente comenzó a acercarse donde estábamos, simplemente por las canciones. Creo que el Rafa puso Van Halen o algo así y vino el papá de Daniel, que así lo conocemos y confesó emocionado que había tenido una banda con sus amigos, de la cual él había sido el guitarrista. También contó que hacía un tiempo se habían juntado en un estudio para tocar y que se habían sacado fotos y que si bien la imagen podía ser algo decadente, con una serie de gordos intentando rockear como antes, lo habían pasado increíble. A esas alturas estábamos todos arriba de la pelota. La Magda había acampado con la Luisa en el antejardín de su casa y las dos dormían bien acurrucaditas. Yo observaba el cuadro con esa forma de mirar que uno tiene cuando está algo pasadillo, como espíritu que se desdobla y pensaba que para bien y para mal, todo eso era obra del vino. Y la cerveza y el pisco y el mango sour.

Es sorprendente y es lindo ver como afloran esos pedazos esenciales de lo que son las personas. Lo que nos queda de niños, quizás. Aunque algunas se encargan de ahogar y sepultar eso, en aras de la madurez o el marketing. Cancino escribió una vez que cerca de los 30 las personas empiezan a diferenciarse por lo que hacen o dejan de hacer en su tiempo libre y creo que tiene razón. Yo agregaría que, poco más adelante, cerca de o pasados los 40, no hay más opción que aceptar que hemos perdido viejos y queridos amigos o al menos que nunca más conectaremos como antes con ellos. Es lo que no puedo evitar pensar cuando veo a Pez Globo y a otros en el gris y acartonado pasquín de Derecho UC, por ejemplo. Hay gente que dice que los únicos buenos amigos en la vida son los del colegio, pero yo no lo veo así. Efectivamente conservo a mis grandes amigas de kinder y también a las de la U. Tengo al Pancho, que jamás, en 15 años se ha olvidado de mi cumpleaños ni de darme el crédito por haberse titulado. Y vaya que me lo merezco. Y claro que son vínculos especiales, no veo dónde está la sorpresa, si son la gente con que compartimos los grandes momentos de la primera parte de nuestras vidas. Pero al fin y al cabo, y creo que esa es la idea, siempre estamos creciendo y sé que podemos conectar cualquier día, cualquier hora y en cualquier lugar con los seres más inesperados de la vida y que siempre podremos seguir haciendo nuevos buenos amigas y amigos con quienes compartir las cosas que nos apasionan. Aprender de ellos y quererlos sin reservas ni intereses. Porque esos son los amigos correctos.

Monday, March 19, 2007

Tiempos Muertos, Tiempo Robado, Nuevos Tiempos

Cada vez que escucho Phantom Limb me da una sensación de nostalgia feliz. Como mariposas con garganta apretada. Phantom Limb era el hit del momento en Seattle en Noviembre. Dos días en la vida y una canción para siempre. Recuerdo que busqué un buen pretexto para subirme al avión. Un curso, por top que fuera, nunca sería suficiente. Visitar a mis hermanos en sus casas, eso sí que sí. Los primeros días estaba aterrorizada. Ni abría la boca; mejor pasar por muda que por tonta. Hasta que de pronto mi cabeza hizo un clic que sonó diferente. Abrí la boca y terminé invitada a colaborar en un paper con un académico de primer nivel. De vuelta, Pelao recibió mis calificaciones: la mejor evaluada. Pero esas no son las cosas que más me importan.

La noche del día que terminó el curso me quedé atrapada en Miami. Mi vuelo a Seattle vía Chicago se canceló y sin ropa de cambio y con no mucho más que mi laptop y mi iPod terminé en un hotel cerca del aeropuerto. Como en las películas, pedí una cerveza en la barra y como no había comido nada hacía horas, rapidito me hizo efecto y me metí a la cama, agradeciendo ser grande y tener una tarjeta de crédito internacional. Puse tres alarmas para no perder mi vuelo por la mañana y pensé que son esos los momentos en que la vida nos obliga a detenernos y que están ahí para que no los dejemos pasar. A la mañana siguiente, volé en contra del tiempo, leyendo la biografía de Dylan; envidiándolo un poco. Con mi iPod en shuffle, cinco horas de canciones de la vida, cada una con su historia encapsulada en unos pocos minutos. Incubando.

Uno siempre puede contarse historias sobre lo que vivió. Lo hacemos cada día, a cada rato. Pero no tego dudas de que sin ese viaje, sin el curso, sin las conversas de locos y los silencios obligados nada sería como es ahora. El Viernes fuimos al cumpleaños de Pelao. Ahora que habito en el mundo exterior pienso en sus críticas por no creerme el cuento, en cuando me decía que tenía que hacer el cambio de switch. A veces, sin embargo, pienso que no quería creerme el cuento, porque no quería crecer. Pero el tiempo estaba pasando. De hecho, mañana cumplo otro año más y voy rapidito hacia los cuarenta. Eso es muy, muy heavy. Tengo muchas canas y ya no adelgazo tan rápido como antes. Pero todo es muy diferente ahora. Trabajo más duro y más difícil, opino sola y corro mucho más riesgo. Y sin embargo ando mucho más contenta, siento que nada estan grave ni tan terrible y sé que ya no tengo que robar tiempo como antes para hacer las cosas que quiero hacer. Phantom Limb suena en la radio a cada rato. Y escucho Who`s Gonna Ride Your Wild Horses un miércoles a las cuatro de la tarde, con el auto repleto de niños que gritan mientras los reparto y lo único que puedo hacer es reirme.

Thursday, March 01, 2007

March