Wednesday, November 30, 2005

The Joshua Tree

Mi mejor amiga y yo empezamos a escuchar el Joshua Tree en cuarto medio. Cuando despertamos, estábamos en primer año de universidad, yo estudiando derecho, con un U2 adicto que tenía que escuchar las 3 primeras canciones antes de cada prueba, y ella agronomía, con otro que amaba Where the Streets Have No Name.

U2 fue nuestra banda favorita por años, de poster en la pieza, de casettes traídos de Argentina porque aquí no estaban editados. Obviamente ella y yo estábamos enamoradas de Bono y vimos Rattle and Hum casi todos los días el verano del 89. Achtung Baby nos sorprendió. Primero mal, porque Bono ya no podía ser el objeto de nuestras fantasías, a torso desnudo, en blanco y negro, sombrero vaquero. No, ahora vestía traje de hule y anteojos de mosca, y además era mucho menos rico y más arrugado de lo que creíamos, gentileza de One. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que Achtung Baby era una auténtica joya que merecía ser nuestro soundtrack. Y lo fue. Como por entonces éramos chicas malas, nos gustaba cantarnos Who's Gonna Ride Your Wild Horses.

El día que U2 que toco en Chile fuimos primero a un cóctel de la CCU, con mucha cerveza gratis y fotos para la vida social. Puede que nos hayamos tomado un par de vasos de más, pero en esos tiempos, los sueños se vivían mejor así.

Mi amiga vive en Guatemala ahora, con su marido y Pidulle, su perro y yo estoy aquí, casada y con hijos. Ya no hay tardes calurosas viendo videos, ni salidas nocturnas en el auto de su mamá. Ya no somos chicas malas y Bono se está quedando pelado. Tampoco podemos seguir cantando I Still Haven´t Found What I'm Looking For como antes, porque cada una lo encontró.

Pero ahí estarán siempre el Joshua Tree y Rattle & Hum y Achtung Baby, para mirar atrás, volver a vivir lo bueno y regresar corriendo, a brindar y celebrar, por el aquí y el ahora.

Thursday, November 17, 2005

Melodías Envenenadas de Ayer y de Hoy


Hubo un tiempo que no fue hermoso. Y fui triste de verdad. Me gustaban los shoegazers con guitarras distorsionadas.

Una vez alguien me preguntó ¿Qué discos te taladraron la cabeza? Y contesté con pechuga melómana que probablemente The Wall a los 9 y Queen Greatest Hits a los 11. Pero nunca hablé de los discos que me envenenaron la sangre: Disintegration, Darklands, Babe Rainbow y todos esos que escondían dulces melodías bajo guitarras destempladas de chascones mirando al suelo. Como Loveless.

Fue un regalo de Montes y la primera vez que lo puse pensé que el casette estaba liquidado. Con matea melomanía, término que tomaré prestado para este fin, logré digerirlo y al rato quererlo. Y de My Bloody Valentine pasé a adorar a Chapterhouse a The Pale Saints, Lush, Cocteau Twins, Ride, Mazzy Star, Catherine Wheel, el Shoegaze en pleno. Algunos lo llamaban Dream Pop, pero yo no estaba de acuerdo, salvo que en la categoría sueño incluyamos a la pesadilla. Porque varios sonaban a desolación irremediable. Buen soundtrack para los tiempos que corrían.

Este verano me compré Loveless en CD, junto con Heaven Or Las Vegas. Debe haber sido por eso que cuando hace un par de meses me llegó a las orejas esta canción, me quedé muy pegada. Forgiveness, de Engineers. Y rastreando, supe del nu-gaze, y que no son los únicos, porque hay varios otros en eso. Otro revival, van a decir los de siempre.

For I am no critic, el fin de semana me llegó el CD y me gustó. A la primera pasada me dejó entre fascinada y envenenada otra vez. Es poco original, y hay unos guiños electrónicos que no pegan mucho, pero tiene varias canciones buenas y es fino. E ideal para escuchar en días grises de nubes gordas, en que uno no puede ver más allá de sus zapatos. La verdad es que el sonido puede ser tan extemporáneo como sumergirse otra vez en los estados de ánimo earlynoventeros a que esos ruidos conducían. Pero las melodías, las guitarras y unas cuerdas muy bien puestas me agarraron. En todo caso, ahora tengo antídotos.

Tuesday, November 15, 2005

Niño, deja de joder con la pelota



Yo nunca fui fan de Serrat. A mi papá le parecía un señor muy comunista, y salvo por un par de canciones ineludibles, no está en mi disco duro. Pero si al Feli, hombre cool y sensible lo vuelve loco, me dije, ha de ser por algo. Y fui a ver a Serrat. Lagos y Gordi en el Court Central y todo. Pero a Serrat. Ahora veo que me lo estuve perdiendo por mucho rato. Aunque algo me dice que la mayoría de sus canciones me habría dejado absolutamente indiferente pocos años atrás, y que sólo tienen real sentido hoy, que soy la Señora de y la Mama de. Especialmente esto último. Esta canción nos hizo llorar el Viernes con el Feli. Llorar en serio. De emoción, de amor, DE PANICO!. Fue heavy. Pero lindo. Un momento para no olvidar. Para la Magda y Pedro. Error, César Antonio, nunca debiste usar ese nombre para tu horroroso programa. No importa. La canción es más grande que la vida. Incorruptible. Se llama Esos Locos Bajitos.


A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.

BOOOOMMMM!!!!! La vida, según Serrat.

Wednesday, November 09, 2005

(On The) Other Side Of The World


Es cierto. Tal vez nunca más la salvación nos llegue desde una canción o disco. Pero eso no está mal. Porque del otro lado del túnel uno ya no quiere más terremotos, erupciones ni huracanes. Por años lo hicimos, pero ya no vamos de cara a la motosierra para que nos parta el corazón. Ya no necesitamos sangrar para saber que vivimos. Lo que ahora queremos es una vida de detalles. En el otro lado del mundo, junto a nuestro amiguito fome. La paradoja es que de pronto unos minutos de paz son infinitamente mejores que años de adrenalina y montañas rusas. Ahora podemos sentarnos a contemplar la vida desde otro balcón. Uno más alto. Como ser general y mirar a la tropa pelear en ese campo al que, pese a todo, jamás volveríamos. Ahora vibramos con salir juntos a caminar bajo la lluvia y oler la tierra mojada, con andar en auto en invierno, con una canción perfecta y las ventanas abiertas. Dormir haciendo cucharita, despertar en la noche y reírse inventando historias y contando chistes. Detalles que hacen la vida gigante.

No promediamos las emociones de la vida. Tomamos la ruta del sentido. A veces parece que es difícil seguir por ahí. Algunas renuncias duelen. Más de lo que creiste. Y sin embargo esperas un laberinto sin sorpresas. Al final, ¿de qué nos sirve esa libertad sin un sentido, sin un propósito? Porque así como un día amaneces buscando a tu partner, otro te levantas pensando que ya es hora de incorporar más gente a tu mundo de dos. Y un Sábado en la tarde, cuando ya no recuerdas una siesta, te encuentras con tu más lejana postal en vivo: jugando a las tacitas o corriendo tras esos seres a quienes les debes simplemente todo. Lo último que quieres es un terremoto. Y sabes que los habrá.

Entramos al túnel con 20 y sin ropa. Un lugar sísmico, volcánico e inestable. Como nosotros. Mira hacia atrás: todo vivido al extremo, sin límites, sin certezas ni absolutos. Que todo pudiera ser, que fuéramos libres para estar o no estar, para hablar o callar, para aparecer y desaparecer. Para amar y al día siguiente olvidar. O para no olvidar jamás. Dentro del túnel fuimos verdugos y víctimas. Rompimos corazones y de vuelta nos pulverizaron el nuestro. Recogimos los pedazos, nos recompusimos y seguimos adelante. Algunos llegamos amando como niños y nos fuimos comprometidos como adultos. Entramos absolutamente solos y salimos anclados a una familia. Perteneciendo. Pero hay algo más que pudo suceder dentro del túnel. Si lo piensas bien, ahí quedó tu piel. La pregunta es cómo saliste. ¿Te hiciste una nueva piel propia o llevas un traje prestado? ¿Qué hiciste con esos años? Y qué te hicieron ellos a ti. Qué ves cuando estás frente al espejo y qué sientes cuando miras atrás. Y adelante. ¿Sobreviviste? Si hoy reaccionas con guiños cómplices, si disfrutas con esos pequeños detalles, con tu amiguito fome en el otro lado del mundo, es que viviste para contarlo. Yo también. No retreat, no surrender.

Monday, November 07, 2005

Las Canciones De Mi Vida

Si yo hubiera sido Fuguet, habría escrito sobre las canciones de mi vida, aunque lo mío sería una especie de Sex and the Music, en un sentido homenaje a mi idola Carrie, que vive de escribir pajas sobre la vida en su laptop, pasados los 35. No es facil elegir las canciones de tu vida porque, salvo que seas un cinéfilo de corte freak, no ves películas con la periodicidad con que escuchas música, pero está claro que algunas se quedan para toda la vida contigo (para bien o para mal). Uno podría elegir una por año de vida, pero sería muy latero o irse a las etapas de la vida, determinadas arbitrariamente y como se vienen a la mente, o a momentos, o a personas, etc. . pensando en etapas/momentos de la mía, se me vienen:

Etapa pendeja music-freak: Love Is Like Oxygen, Bohemian Rhapsody, Video Killed the Radio Star, Urgent, Burn Rubber, The Lights Go Down (ELO)
Alta Edad del Pavo: Every Little Thing She Does Is Magic, Working For The Weekend, Born In The USA
Baja Edad del Pavo: Head Over Heels (TFF), Summer Of 69, Final Caja Negra
Cuarto medio: In Between Days, Time Stand Still, La Ruta Del Tentempié, The One I love
Etapa matea: The Flame, When It's love, Rush Hour
Etapa pasemos no más: Espaldas Mojadas, There She Goes (The La's)
Fiestas de Montes: Jealous Guy (Roxy Music), Original Sin
Ultimo verano de hueveo: El Amor Despues Del Amor, Sleeping Satellite
Etapa dark: Pictures Of You, Comfortably Numb
Etapa alternativa: Candy (Pop/Pierson) Until She Comes, My Path Belated (CVB), Monkey Gone To Heaven, Dirty Boulevard
Etapa carrete sin plata con piscola: Thunderstruck, Enter Sandman
Etapa carrete con plata, pitos y piscola: Take It Back, Selling The Drama
Etapa black rebel: Killing In The Name
Etapa Lonely Planet Europa: Disco 2000, Til I Hear It From You, 1979
Etapa seudofilosofica/el amor no existe: Seminare (Seru Giran), Misery
Etapa el amor existe: Slide, Iris (Goo Goo Dolls), You Get What You Give
Etapa maternidad responsable: La Cuncuna Amarilla

A modo de update, podría agregar una etapa llamada Music Freak Forever donde pondría a Stop (BRMC), City Of Blinding Lights y Precious. No Doubt. Some things never change.

Friday, November 04, 2005

The Critic

Que las cosas a veces no son como uno las espera es, a estas alturas de la vida, algo demasiado obvio. Pero no siempre fue así. No siempre uno quiso que fuera así. Llegar a un lugar y advertir que la postal interior no calza con la imagen ante los ojos, como una Plaza San Marco en Venecia, sin palomas, mojada, vacía, definitivamente no era lo que yo esperaba o, se suponía, debía esperar.

Había llegado el día anterior por la tarde a la Isla Della Giudecca, había visto el sol reflejarse en el agua y luego ponerse tras las cúpulas y torres, escuchando el murmullo de mil idiomas, con una brisa muy tibia. La Gran Venecia. Pero en la mañana el mar estaba gris y las góndolas negras se veían más bien tétricas que románticas, meciéndose en los canales. Ese día habría una competencia náutica y el transporte en vaporetto, no más que una micro flotante, estaría suspendido todo el día. Me costó llegar a la famosa plaza, me mojé entera. Hacía un frío horrible y yo traía un resfrío romano que no me estaba haciendo las cosas muy agradables. Vi el famoso puente de los suspiros, pero en esas circunstancias no le encontré la gracia que esperaba. Para peor, cuando quise irme de la plaza, traté de salir de ahí, para ir al Rialto, me perdí. Me di mil vueltas, siguiendo esos cartelitos que decían Per Rialto, y siempre terminaba, como en el Wolfenstein, de vuelta en la plaza. Pensando en cómo iba a hacer para salir de ahí y volver a la estación, donde tenía mis cosas listas para tomar el tren, me di cuenta que estaba atrapada, porque ni siquiera podía tomar un vaporetto. Y me puse mal genio. Así que me senté en un portal, al menos para esperar a secarme un poco. Eso fue cerca del Café Florian, el café del millón de dólares, donde la música de un cuarteto de cuerdas comenzó a llegarme como el olor de la comida al perro con hambre, y terminé por quedarme quieta.

A pesar de la tos que tenía, saqué un cigarro y mi encendedor y me puse a esperar a que pasara la lluvia. El encendedor, un Zippo, me lo había regalado Sweet Bastard, el que me había roto el corazón casi un año antes. No funcionó. El encendedor. Repetí varias veces y nada. Entonces apareció una llama frente a mi cigarro. Otro Zippo. Como en una película, lo prendo, aspiro y miro hacia arriba, y un tipo cualquiera me sonríe y me pregunta en inglés si puede sentarse a mi lado. No está mal, me digo, pasar la lluvia conversando con un extranjero en Venecia. Al fin y al cabo, venía de ver Antes del Amanecer y tenía la secreta esperanza de pasar por algo así. No era Ethan Hawke, ni nada parecido, pero con unos buenos ojos verdes y pestañas muy negras, podía darle el beneficio de la duda.

Lo mejor de conversar con extraños en viaje es que uno tiene mucho tema y puede ser la mujer más irresistible e inolvidable que ellos hayan conocido en su vida, y no vivirán para confirmarlo. Lo mismo se aplica al revés, eso sí. Mark era un periodista de Venice, California. Algo así como un crítico de rock. Y como siempre envidié a esos elegidos que se las arreglan para que les paguen por escuchar discos y contarnos al resto de los mortales si les gusta o no, supe que tenía que quedarme ahí. Debo decir que a él no le hizo gracia mi simplificación de su arte.

No podíamos parar de hablar. Tampoco paraba de llover. Entre historias de bandas y canciones, sus entrevistas al mismísimo Cobain y carretes con ilustres héroes de la música, dejamos el portal y nos refugiamos en una cafetería. Todavía puedo ver mi mano revolviendo la taza con esa espuma mágica espolvoreada de chocolate italiano, una y otra vez, uno tras otro cappucino. Los cappucinos en Europa son los cortados de Chile. No tienen crema. Las probabilidades de conversar mucho rato con alguien en un viaje son altas. Las de enganchar con afinidades, menores. Pero las de llegar a compartir sensibilidades en fine-tuning y a tajo abierto, esas, son pocas. Las que hacen que algunas personas entren para siempre a nuestro personal Hall of Fame. Y cuando se trata de música, simplemente una cosa lleva a la otra. Porque no sólo hablamos de música. También hablamos de amor. No de amor nuestro, sino de nuestros amores.

Esa noche yo viajaría a Viena. Mark también viajaría en tren una hora antes que yo, hacia Mestre. Así que, sin almorzar y con el estómago lleno de café con leche decidimos pasar el resto de la tarde juntos y caminar a la estación en la noche, porque él sabía cómo llegar. Yo esperaría que el se embarcara y luego tomaría mi tren. My personal Before Sunrise. O algo similar. Mark dijo que yo le parecía aventurera, pues de otra manera no se explicaba qué hacía vagando sola por Europa. Yo me reí. No hay forma de que la mujer más miedosa y asegurada que conozco, pudiera ser eso. Aunque mirando atrás, sí fue una aventura. Mi viaje fue como una versión noventera de la peregrinación a Santiago de Compostela que hacían esos caballeros medievales, que perdían a su dama de trenzas rubias entre las garras de la peste. O porque otro con mejor castillo se las llevaba para siempre. Ellos buscaban consuelo y respuestas. Yo ya había encontrado lo primero. Pero necesitaba respuestas.

Hablamos de lo que pasa cuando hagas lo que hagas, tu canción no es la misma que la de los otros. Y puede que hoy eso esté bien. Pero entonces no. Yo tenía 26 años y ser feliz era todo lo que me importaba. Ser feliz era encontrar a mi soul mate. Y no estaba por ninguna parte. En Santiago, estaba quedándome fuera de todo. Mis amigas que no tenían pololos ya tenían maridos, y pronto comenzarían a tener guaguas. Y ahí estaba yo, huyendo de preguntas corrosivas y comentarios desde la viga en el ojo propio. O yo lo sentía así. Pero en Venecia, esa tarde, estaba entrando en una nueva dimensión, dándole otra mirada a lo que ocurría al otro lado del Atlántico. Una mirada que no estaba nada mal. Yo de verdad pensaba que antes de subirme a ese avión, rumbo al viaje que había soñado siempre, estaba con el Norte perdido, como había dicho uno cuyo nombre no debe pronunciarse. Pero entre música y espuma chocolatada las cosas ya no parecían ser tan así. Tantos días y noches sola, tantos viajes en tren sin hablar con nadie o hablando con extraños que no me conocían, ni yo a ellos; tanto mirar a la gente mientras tomaba cerveza en la calle, tal vez no tenía el norte perdido, sino que nadie, o más bien sólo uno y no precisamente el que me lo dijo, podría ir conmigo hacia ese Norte. Un Norte que era tan destino como el de todos los demás. Si lo encuentran. Si se molestan en buscarlo.

La lluvia paró durante la tarde y nunca lo supimos. El transporte se restableció también. Mark y yo caminamos desde la plaza al vaporetto, y luego navegamos a la estación. Esperamos a que llegara su tren y nos despedimos, con un extraño pero dulce abrazo. Los gringos no suelen abrazar. Siempre he pensado que en otras condiciones, podría haberle dado una oportunidad a esa afinidad inicial. Me dio su e mail, pero se me perdió. O tal vez lo perdí. Uno sabe algunas cosas. Yo todavía tenía mucho camino por recorrer.

Mientras mi tren dejaba Venecia, me acurruqué, me tapé con la frazada y revisé el día. Me dí cuenta que había estado en Venecia, la famosa, la romántica, la que todos aman. Y nunca me saqué la foto entre las palomas. Siempre me acuerdo de Mark. Cuando leo la Rolling Stone, cuando veo a Cobain. Cuando veo la espuma espolvoreada de chocolate. He olvidado muchos de los diálogos de esa tarde, pero tengo esa sensación que dejan las cosas grandes de la vida, esos momentos que son como abrir la cortina a la mañana siguiente de una tormenta y sentir el sol de invierno en la cara. Como dormir siesta en primavera con el sol calentándonos el cuerpo. Y a medida que pasa el tiempo, veo que sí me gustan algunas aventuras. Que necesito hacer las cosas como creo, como quiero, y que estoy dispuesta a asumir el riesgo. Que de verdad no puedo vivir de otra manera. Unos años después encontré a mi soulmate y compartimos nuestro propio diseño para la vida. Leemos juntos el mapa que lleva al Norte. Da lo mismo cómo nos vean otros. Hoy me hace tanto sentido que me haya tocado una plaza San Marco diferente. Que nunca haya estado en el Rialto. Porque todos van al Rialto. Todos sonríen entre palomas. Pero mi Venecia, de lluvia y café y música, es única y a mi me gustó.

Thursday, November 03, 2005

Embriaguez en el Universo Paralelo


Navarro, amiga de la vida, aquí va, con amor para vos.

Si yo todavía creyera que mi vida y el mundo se rigen por la magia, las casualidades, las coincidencias y, por supuesto, las canciones, podría llevar todavía mi vida según señales. Podría pensar que las líneas que llegan a mis ojos son realmente mensajes del Gran Más Allá y que de la mano de una revista, un libro y una canción, debería zarpar hacia una especie de tierra prometida sólo para mí, donde habitan las mariposas que ya no vuelan entre mis tripas y, por supuesto, las canciones de mi vida. A veces recuerdo mi antes lúdica y convenientemente esotérica forma de mirar e interpretar los sucesos de la vida. Y pienso en un capítulo de Sex and the City, en que Carrie se quejaba de haberse puesto demasiado cínica y yo me pregunté si acaso yo no estaba siguiendo ese mismo camino. Y como siempre, las preguntas surgían de una serie de televisión, película o canción.

Casarme y tener hijos han sido las mejores experiencias de mi vida. Arrolladoras las dos. Todavía, luego de casi 8 años con el mismo hombre y casi 5 de maternidad, me debato, por momentos, entre mi mundo y el mundo. Y esto no es una queja. No podría serlo, cuando es haberme casado y tenido hijos lo único verdaderamente real en mi vida. Antes de casarme, era solo un proyecto de algo, un borrador que no llegaba nunca a definitivo. La noche antes de casarme, pensé en las cosas que ya nunca habría hecho y en los hombres con que no me había casado y con los que ya no me casaría jamás. Es que hasta esa noche, habité en el universo paralelo, donde todo podía suceder pero nada pasaba, ese lugar donde todos los días es el día que nunca fue. Y donde todo tiene solución. Pero cuando te casas, todo es, y deja consecuencias, en otro. Para qué hablar de tener hijos.

Tal vez la gran diferencia entre la vida en ese mundo y en el mundo radique en lo de las consecuencias. Antes de casarte, de tener hijos, simplemente disparas y el otro decide si sigue ahí para que lo remates. A veces ni te piden explicaciones. Cuando te hacen daño, es tu turno de decidir, lo que quieras. Pero una vez cruzado el umbral del compromiso con otro, debes vivir para contar. Y es cuando el asunto del universo paralelo comienza a complicar. Cuando decidimos, porque queremos, actuar en el mundo. Hacer del mundo nuestro mundo. El momento en que nos disponemos a reclamar ese pedazo al que tenemos derecho.

Para quienes vivimos luchando contra la fuerza centrífuga, siempre a un segundo de salir despedidos hacia ese lugar donde todo es mejor y más inolvidable, por más que no real, el compromiso pasa a ser el punto del que hay que agarrarse cuando ya se está por llegar al borde.
La pregunta que surge entonces es ¿por qué, si hemos elegido entrar en el mundo, miramos al universo paralelo como una especie de paraíso perdido? Yo creo que es porque sentimos que sólo ahí seguimos siendo libres. Libres para pensar, para fantasear, para preguntarnos cosas y hacer tonteras memorables. ¿Y por qué? Bueno, eso ya es más propio de cada una, pero creo que tiene que ver con haberle encontrado un sentido y hasta un gustillo a la soledad adolescente.
Pienso en mis 15, mis 18, esa época para la que el universo paralelo fue la única salvación, un refugio para tiempos de tormenta, mientras todo se caía a pedazos. Un cielo protector. Pienso en nuestros veranos llenados con libros, dibujos, películas y, por supuesto, canciones. Un mundo tibio que nos protegía de cualquier dolor adicional. Nuestra cuota permanente de dolor estaba confortablemente anestesiada al entrar en él, y mientras permanecíamos ahí, nada podía alcanzarnos. Obligaciones tampoco existían. Nadie podía mandarnos ni decirnos como ser. Y si bajábamos a la vida, era sólo para almorzar, era sólo por un rato. Encumbrarse con canciones fue una necesidad. Que se volvió vicio.

Tal vez lo que nos atrae hacia el universo paralelo y sus parajes sónicos es la nostalgia de esa libertad y de esa anestesia de los dolores de la vida y de los ataques de nosotras mismas. Porque ahí no hay obligaciones. No hay culpas. Y nuestras neurosis y obsesiones no dañan a nadie. Todo está permitido y todo sucede a cada momento, una y otra vez. Y el artefacto estrella del lugar, la música, nos lleva donde queramos, donde quien queramos y por unos pocos minutos, todos nuestros sentidos son dominados por el oído. Por eso todavía construimos recuerdos, los reciclamos y damos a las canciones un nuevo significado, un nuevo sentido. Una vez escribí sobre revivir el pasado y sentir ganas volver, para festejar y celebrar el aquí y el ahora. Aún habiéndose ido las mariposas. Y esta es la gran paradoja. Y como una vida sin ironías no sería la gesta que queremos, a pesar de las bondades del universo paralelo, llegamos a la única conclusión posible: el mundo real supera a todo lo vivido y por vivir allá. Y nos dan ganas de ser héroes del mundo real, queremos vivir en él, amamos por sobre todas las cosas nuestra vida, a nuestro marido, a nuestros hijos. Soportamos las obligaciones, lidiamos con las culpas y a ratos dejamos que crean que nos dicen cómo ser. Pagamos con gusto el precio de entrar al mundo.

No creo haberme vuelto cínica, pero tampoco creo que realmente quiera guiar mi vida por señales y supuestas casualidades. Hoy quiero certezas. Y límites. Y aunque a veces me confunda pensando que ese universo paralelo quiere tragarme y sacarme de donde he elegido estar, y sienta a las canciones como tentáculos que me arrastran hacia las mariposas perdidas, sé y puedo ver que ahí en verdad nunca hubo vida, ni la habrá. Al menos no la que quiero. Si ni siquiera los recuerdos atados a las canciones son, a veces, otra cosa que mitos y leyendas que nos ayudaron a sobrevivir en tiempos difíciles. Y entonces, ¿qué hacemos con ellos? Simplemente, guardarlos y atesorarlos. Ponerlos junto con cada una de nuestras canciones. Conservarlos, acaso como un pasaje de vuelta, por si un día tuviéramos que volver al universo paralelo. Así que, amiga, ya sabes lo que hacer cuando nos levantamos con esas eternas tramposas, Nostalgia y Melancolía: escuchar canciones. Sin miedo. Incluso las que llegaron demasiado tarde. Porque algunos días hasta se pueden sentir las mariposas.