Monday, November 22, 2010

Musicophilia

Tras devorar Musicophilia me encontré con que hay mucha gente que tiene la cabeza llena de canciones y melodías. La otra vez pensaba que antes que Vodanovic presentara artistas con letras de canciones, hablábamos así con la Jime. No pensarías que iba a marcharme con las manos vacías... el arte de hablar en Cerati... al menos sé que huyo porque amo y tantísimas otras. Puedo escuchar uno o dos compases de una canción y reconocerla inmediatamente, sin proponérmelo ni poder evitarlo. Suelo recibir llamadas tipo "Pérez, tú tienes que saber quién canta esta canción..." y achuntarle casi siempre. En el colegio y en la U mis cuadernos y resúmenes estaban siempre llenos de notas al margen. No, no eran Glosas, precisamente, eran letras de canciones. Quienes me los pedían se entretenían en adivinarlas. Yo ni me daba cuenta de que lo hacía, estudiaba con la radio sonando y mi mano escribía para sacarme a pasear un rato. También recuerdo que en mi primera pega los tenía a todos locos, porque para cada palabra nueva que aprendíamos en clases de inglés, mi cabeza encontraba una canción que la tenía. Fui al colegio que fui y me enseñaron todas las reglas de gramática, pero siempre he sentido que hablo inglés usando canciones como piezas de Lego.

Mirando atrás, nací y crecí en una casa donde la radio estaba siempre encendida. Había una en el baño, mi papá se duchaba y se afeitaba escuchando al Jimmy Brown, ese conductor ciego y muy ronco. Almorzábamos los fines de semana con la Conquistador y su cortina de Handel. En el auto había música siempre. Soy un truhán soy un señor y casi fiel en el amor..., recuerdo cantando a Julio Iglesias en el auto de mi abuela, con un calor horrible, camino a su kinesiólogo, que era uno de Los Cuatro Cuartos. Era imposible escapar al influjo de las canciones. A veces en las noches sonaba el teléfono y yo sentía a mi papá ir al living, abrir el mueble de los discos y poner a Al Jolson o canciones de Frank Sinatra, de Sammy Davis Jr. y de Dean Martin. Eso sucedía cuando llamaba el Tío Pato, su amigo de la vida, por lo general bastante ebrio. Pero es el tío más adorable que tuvimos. Dibujaba como los dioses, nos hacía reír hablando como el Pato Donald y tenía más discos y lápices de colores que nuestro papá. Mi papá heredó sus discos. Ahora los tiene mi mamá, con los mejores de mi papá. Todavía ahora el recuerdo del Tío Pato me suena a jingle de Savory, al Rat Pack y a Barry White. No es casualidad entonces que haya amado esa parte de Las Vírgenes Suicidas en que las niñas Lisbon y los niños se ponen discos por teléfono toda una noche. Yo lo había aprendido mucho antes.

Mientras escribo me acuerdo de cuando escuché Aconcagua y Mambo de Machaguay en el programa de Pirincho, en la Galaxia. Me gustaba Oscar Andrade y tenía grabado Noticiero Crónico y su versión de Llegó Volando en un casette TDK. Mi mamá decía que antes del golpe todos los músicos tocaban juntos. Ella le hizo coros a Patricio Manns, de hecho. Mi papá gritaba que Los Jaivas eran unos comunistas. Así que yo los escuchaba a escondidas. Un día, debo haber estado en media ya, encontré un casette entre sus cosas y me reí no más. Era Palimpsesto, de Inti Illimani. Siempre la música lo ha sobrepasado todo. A veces cuando escucho El Viejo Comunista pienso en mi papá, porque es su Doble Opuesto.

Pero volviendo al libro de Sacks, uno encuentra un compendio de hermosas historias sobre individuos y su relación de vida con la música. Más allá de las neuronas hay personas. Hay quiebres, cambios, antes y después. Hay maravilla y hay horror. Un hombre que tras pegarle un rayo se vuelve un pianista virtuoso; gente que de pronto, como atacada por un hambre insaciable necesita ir a conciertos en vivo, componer o tocar un instrumento; niños autistas que se conectan con el mundo a través de canciones; genios de la música incapaces de sumar dos más dos o vivir por sí solos; personas que no pueden hablar, pero que sin embargo pueden cantar canciones completas; enfermos de Parkinson que bailan sin un solo traspié y un hombre al que una enfermedad le quitó la memoria y toda capacidad de retener recuerdos más allá de unos pocos minutos. Una persona que no tiene ni antes ni después, porque en la vida emocional sin antes no hay después. Sin pasado no hay futuro, como reflexiona Yambo, el protagonista de La Misteriosa Llama de la Reina Loana de Umberto Eco, el libro que leo ahora. Lo impresionante es que en esa nada en que vive el hombre de Sacks, persiste intacta y subterránea su memoria musical; puede tocar el piano y hasta dirigir una orquesta. Vestigios de su persona emergen misteriosamente durante el tiempo que está inmerso en la música. Y luego, el vacío otra vez. Otro tema que está tratado es el de la pérdida de la audición y de la vida en stereo. Transcribe fragmentos de cartas conmovedoras de personas cuyas vidas giraron en torno al placer de oír y se quedaron vacías de todo sentido al no poder hacerlo más. Y luego está la gente que, sin daño al oído ni a las estructuras cerebrales asociadas a la audición, pierde ya sea indefinida o temporalmente las facultades emocionales asociadas al oír. La capacidad de emocionarse y de sentir placer con la música. Yo no pude evitar pensar en mi blackout musical. Recuerdo, tras nacer la Magda, haber intentado muchas tardes, mientras ella dormía, poner un disco y dejarme llevar, como había hecho siempre, pero no pude. Las canciones ya no me importaban. Las disquerías pasaron a ser lo mismo que una tienda de mascotas para mí. Aunque creo que quedó abierta una rendija. Un día entré a la Feria del Disco y salí con Bringing Down The Horse, Breach y C’mon C’mon, porque en las clases con Pedro habíamos comenzado a escuchar la FM Tiempo, que tocaba One Headlight y Letters From The Wasteland y Soak Up The Sun. Y luego, un Sábado en la mañana, justo antes que la Magda cumpliera tres años (lo sé porque iba a reservar el lugar para la celebración), puse la radio mientras manejaba. Apareció Mandinka y me dieron esas ganas locas de acelerar y de abrir las ventanas y cantar, como hacía antes. Sé incluso como iba vestida, porque la canción me hizo funcionar la memoria otra vez. De hecho, salvo por fotos, tengo muy pocos recuerdos de ese tiempo en mi cabeza, porque por lo general mis recuerdos se fijan con música. Siempre he visto más con audífonos. No tengo idea de lo que sucedió. He pensado que tal vez el inmenso peso de ser mamá por primera vez, el querer hacerlo bien pero tener tan pocas expectativas de mis capacidades y más tarde la tristeza de no poder embarazarme de nuevo, me pueden haber llevado a dejar de disfrutar muchas cosas, entre ellas, la música y el volar con canciones, como decimos con la Jime. No sé. Pero por eso recuerdo siempre el momento en que escuché Stop de BRMC, porque esas guitarras causaron una reconexión con chispas y fuegos artificiales de todos los colores con las canciones de mi vida, con los conciertos, con la guitarra y con el significado de la música en mi vida. En todas las canciones que tengo en mi cabeza y en las que se agregan cada día están mis fotos favoritas, las imágenes con que me quiero quedar, las personas que me importan y mi línea de tiempo, la que quiero recordar. Yambo dice también que tiene una memoria de papel, pues no recuerda nada de su vida, salvo citas de libros que alguna vez leyó. Yo, por mi parte, tengo una memoria de sonido. No sé para qué sirve, pero me gusta. Me hace reír.

Tuesday, November 09, 2010

Eslabones Perdidos

Alfonso me pidió que le imprimiera posts de mi blog. No le gusta leerlos de la pantalla. Así que me puse a buscar entre mis escritos sobre familia, sobre pareja, sobre maternidad, sobre trabajo, sobre amistades, afectos y no-afectos y en general, sobre el mundo más allá de mis evidentes obsesiones musicales. Me sirvió para darme cuenta que ya llevo cinco años escribiendo. Que ya tengo mis posts favoritos. Y que había uno que faltaba. Y hubiera podido seguirlo postergando, si no fuera porque “las coincidencias no existen”.
Hace un par de semanas me tocó reunirme con Vergara, un gerente de finanzas cuyo papá acababa de morirse. Con Vergara partimos distantes y en bandos supuestamente opuestos, pero en la trinchera terminamos armando un buen equipo de trabajo, solucionando problemas con ingenio, poniéndole nombres divertidos a las situaciones y conversando de la vida. Por eso pude preguntarle si tuvo la oportunidad de despedirse de su papá. Me dijo que sí, que sucedió en una semana y que fue poco tiempo. Sin querer sonar a sermón de la montaña ni a supuesta voz de la experiencia le dije que eso era mucho mejor que nada. A los dos días me llega un mail diciendo que se murió el papá del Leo Battaglia. El Leo, mi yunta de estudio de la U, a quien ya no veo más que en la fila del Jumbo a veces, y que ahora es un penalista conocido y mediático como siempre supimos que iba a ser. Y como son las cosas, no pude ir a la misa, pero esa misma noche me encontré con su señora en el Jumbo. Me cuenta que don Carlo murió de cáncer y que el último año toda la familia giró en torno a las últimas cosas que harían con él. Me despido de la Marula. El supermercado está casi vacío, es tarde y hay buena música sonando. Y me quedo deambulando un rato por el pasillo de los cereales y colados que no necesito, pensando que yo no tuve la oportunidad de saber que mi papá se iba a morir. Que no pude verlo venir, como he visto y veo venir tantas cosas en la vida. Que sucedió cuando mi guagua tenía quince días y tenía que amamantarla cada dos horas, día y noche. Que de no haber sido así, tal vez podría haber estado ahí y hasta haber hecho unas paces in articulo mortis. O quizás no. What do we know.
Durante la terapia de Pedro salió a la luz la muerte de mi papá como un suceso familiar significativo, ocurrido en medio de un momento igualmente significativo, la llegada de la Laura a la familia. Por primera vez alguien autorizado y no sólo la gente que me quería, cuyas motivaciones, yo sentía, eran hacerme sentir menos miserable, me dijo "fue demasiado, no podías actuar de otra manera". Por primera vez me dejé caer. Yo odié a mi papá por enfermarse cuando lo hizo. Yo sólo quería disfrutar el nacimiento y los primeros meses de mi última guagua y él lo echó todo a perder. Sé que suena horrible, pero fue lo que sentí. La vida es misteriosa y es frágil. Y no es tan fácil andar por ella con cara de emoticon sonriente. La rabia me duró harto. Recuerdo una noche que me desperté porque en mi sueño estaba sonando Don't Look Back In Anger. Pero yo no podía perdonar. Tampoco podía llorar.
Para mi cumpleaños treinta y nueve sucedió que mientras me lavaba el pelo para la noche me acordé que se me había acabado la crema domadora de rulos y tuve que ir a comprar un frasco corriendo a la peluquería. Era viernes, estaba empezando a ponerse el sol y yo manejaba cerro abajo por General Blanche con las ventanas abiertas. De pronto caí en cuenta que mi papá no estaría para abrazarme. Y sí, el 20 de marzo siempre fue una fecha ambivalente para nosotros, una vez simplemente no me quiso decir Feliz Cumpleaños, porque estaba muy enojado conmigo. Pero aún así, uno echa de menos el abrazo de su papá muerto. Recuerdo que en ese momento miré los árboles con las últimas hojas verdes todavía colgando, los cerros morados, la luz de la Hora Naranja y sentí el viento fresco en la piel y los pelos de mis brazos. Y pensé que mirar y sentir así era un regalo. Que tal vez fuera momento para comenzar a dejar ir. Entonces sí que lloré.
Cuando vi Big Fish se me ocurrió fantasear con un momento así para mí y mi papá. Pero de algún modo siempre lo supe improbable. Ahora siempre rezo para que antes de morirme tenga el tiempo de despedirme y hacer las paces con todos los que deba hacerlas y que todos los que hoy existen puedan hacer lo mismo conmigo. Y para que mi funeral sea como el de ese viejo, con mis canciones, con flores y lleno de mis personas favoritas, ojalá todas bien ancianas y bien cagadas, pero de puro haber vivido. Pienso en el funeral de mi papá. Recuerdo a la Cecilia cantando en la misa y la cantidad enorme de caras que ví y de gente que me abrazó. Amigos míos, de mis hermanos, compañeros de trabajo, amigos de mis papás, parientes perdidos, gente que yo había olvidado que existía. Es curioso. Mi papá fue un tipo solitario, cascarrabias y burro, que siempre se equivocó mucho con las personas, especialmente con las que tenía más cerca, y que creía tener enemigos por todos lados. Sin embargo cuando se murió pude ver que también había ido dejando afectos vivos en hartas partes. Dos años después, esa imagen de la iglesia repleta de caras familiares en la línea de tiempo de mi papá me dejó con sentimientos de contornos borrosos. No es que se me haya olvidado nada. Pero todo pasó como pasó no más. Me tocó ir por la vida con un papá con el que jamás me entendí y que nunca llegó realmente a verme. Yo tengo hijos ahora. Sé de lo que hablo. Tuvimos sí una tregua, cuando nació la Magda. Fueron buenos años. Tanto ella como el Pelo tienen los mejores recuerdos suyos. Pero luego algo que nunca he logrado identificar sucedió y todo volvió a ser tan difícil como había sido siempre. Nuestra última conversación fue una amarga discusión por teléfono. Eso en la mañana. En la noche se había ido. La gente dice que las cosas suceden por algo, y creo que es cierto, muchas veces. Pero creo que otras, las cosas no siguen plan alguno. Simplemente suceden, y nos toca acomodarnos a ellas como mejor podemos. El tiempo no cura nada. El tiempo no es cirujano ni enfermero. Tampoco es un mago. Lo que sucede es que el blanco y el negro van cediendo el paso a una extensa escala de grises, porque los humanos reescribimos la historia y reciclamos recuerdos. Tenemos que hacerlo para seguir vivos. Vamos sumando años, canas, arrugas y cicatrices. Y luego un día despertamos y algo nos dice que ya no necesitamos seguir buscando algunas respuestas. Que es mejor así.