Wednesday, August 20, 2008

Un Año Más

Debemos haber sido bien chicos un día que fuimos a un mall o algo así, donde nos encontramos con una banda de Dixieland que estaba tocando y uno de los músicos saludó al Papá. Nos quedamos escuchándolos y el Papá nos explicó que esa música tenía una gracia especial, que era que los músicos se ponían a jugar con una melodía, elevándola, revolcándola, descuartizándola y volviendo a armarla una y mil veces; se la iban peloteando y terminaban todos juntos tocando cada uno para su santo pero sin caos. Por supuesto no me dediqué en esa época a escuchar jazz ni mucho menos. Pero me gustó la idea.

Eramos chicos también cuando vimos en blanco y negro la película sobre la vida de Glenn Miller. El Papá casi lloraba cada vez que se acordaba que el pobre de Miller se perdió un día en su avión y nunca más se supo de él. Como un Teniente Bello musical. Igual yo lloraría si Neil Finn se perdiera en un avión para siempre. Hace unos años le pedí prestados unos discos de Glenn Miller al Papá; recuerdo que puse Moonlight Serenade en el auto y me puse a llorar como una guagua. Supongo que esa música estaba ligada a demasiadas cosas.

Anoche, mientras me devoraba con cara de cumpleaños y sin parar de mover las patas el concierto de Angel Parra Trío con Panchito Cabrera y Valentín Trujillo, me devanaba al mismo tiempo los sesos preguntándome cómo hacer para poder transmitir a mis niños la capacidad para sentir esa emoción con la buena música. Me acordé de cuando cantamos en el colegio los cinco, como unos Von Trapp chilensis. Con la Mamá encontramos el diploma que nos ganamos. Porque ganamos, obvio. ¿Se acuerdan que la Mamá nos enseñaba a hacerle segundas a las melodías y a cantar con voces armonizantes, como hacía ella?. Y que el Papá nos enseñaba a encontrar las melodías debajo de las improvisaciones o los guiños a otras melodías que metían entre medio. Sin duda todo eso nos educó la oreja. De hecho anoche me gocé los pedazos de Pin Pon, Rodolfo el Reno y Profesor Rossa que metían a ratos. Para qué hablar de la versión swing de Un Año Más y la de Que Se Mueran Los Feos, con el trombón de Parquímetro. ¿Se acuerdan de Parquímetro?

A mí lo que me emociona es esa transformación que la música causa en las personas. Esa energía poderosa que proyectan los músicos cuando están tocando sus instrumentos. Me pasa en los cumpleaños de la Cecilia, cuando llegan sus amigos músicos y se ponen a tocar y se intercambian los instrumentos y lo llenan todo de una onda tan particular, tan contagiosa y tan nutritiva del alma. Es como un vicio. Lo que le pasa a la Vieja, que no puede dejar de cantar. En un momento me acordé de Francisco, el hijo de la tía María Edith, dos veces máximo puntaje nacional en la PAA, pero más feliz como músico trotamundos.

Quizás no sea tan difícil. Eso de que nuestros niños tengan el gusto y la capacidad de disfrutar con la música. Tal vez hasta lo lleven en su ADN. Me acordé de ese video en que están la Magda y el Pedro armando el árbol, el año pasado, escuchando A Big Band Christmas y se ponen a bailar, disfrazados de enanos pascueros con los adornos. De que la Magda escucha a Hannah Montana y los Jonas Brothers, pero pone Mozart para dormirse y el Pedro quiere que le regale una radio y le dice a todo el mundo que le gusta esa melodía de un señor que se llama Chaicosqui. Sin duda compartir nuestros gustos con nuestros hijos les abre la mente, los hace seres más sensibles y completos y les demuestra que hay vida más allá del PC. Pero más importante, crea lazos indestructibles con ellos y recuerdos que duran para toda la vida.