Thursday, May 15, 2008

Big Fish

No fue como en Big Fish. Ni siquiera supe lo que estaba pasando la última vez que hablé con él. Tampoco él lo sabía. O tal vez sí. Supongo que así como no existen padres perfectos, tampoco existen hijos perfectos. Uno hace lo que cree que debe hacer. Aunque se esté equivocando.

Cuando las personas se mueren tendemos a recordar lo bueno y olvidar lo malo. Pero lo cierto es que las personas somos un paquete completo. Con virtudes y defectos; con luces y sombras; con verdades y secretos. Eso lo hace aún más difícil. Es muy duro lidiar con sentimientos encontrados.

Aunque más allá de todo, recuerdo a mi papá a cada instante. En la música que me regalaba o yo le robaba; en los árboles amarillos y rojos que alcanzaron a despedirlo justo antes de perder las hojas; en el glaciar de la punta del Plomo; en el Camino a Farellones. En los detalles, como buscar siempre el regalo perfecto o arreglar todo lo que se rompía o echaba a perder. Cuando les enseño a dibujar a la Magda y a Pedro -a quienes dejo pintar las flores del color que quieran- o cuando les saco una foto. Y sobre todo en los ritos y tradiciones como las sopaipillas pasadas, las galletas de Navidad, el armado del árbol y el regalo de No Cumpleaños. Mi papá pudo haber hecho varias cosas mal. Harto mal. Pero jamás dudé de su amor. Y cuando pienso en estas cosas, en lo que me gusta y me hace feliz, en las cosas que quiero enseñar y transmitir a mis niños, cuando miro a mis hermanos, veo su huella.