Wednesday, February 28, 2007

28 de Febrero

El corazón es como una sopaipilla. Una vez pasada, no se pone más dulce por más remojarla. Yo juraba que dejaría la oficina llorando. Que en mi último día apagaría mi PC, respiraría hondo y tragaría saliva, sabiendo que ya no me sentaría otra vez en ese escritorio. Numb, fue la palabra que le dije al Pelao cuando me preguntó cómo me sentía. Numb no como Pinky, sino como The Edge. Y pensé, vaya, vaya, con lo llorona que soy ¿es que realmente aquí no está pasando nada? Pero no. Entre Diciembre y Febrero pasaron cosas. Cosas grandes y lindas; cosas grandes y feas. All too much.

Primero decidí irme, algo que resultó emocionalmente sencillo, aunque hubo toda una pataleta racional de la cual mi cólon dio cuenta. Hicieron falta muchas caminatas por Pedro De Valdivia, esperando una señal, que llegó en forma de un sueño increíble. Me di permiso para creerme el cuento y reconocer que cada vez me costaba más sentarme ahí, que todo era cada vez más incompatible con lo que yo había llegado a ser y que ahí ya no podría crecer hacia donde yo quería. Y por ahí va el asunto. Porque lo que lo cambió todo fue saber que esperaba mi tercer hijo. Vi mucho más claro que yo quería ser una mamá que trabaja y no una trabajadora que tiene hijos. Que lo que había despertado en los últimos dos años quería quedarse en mi vida. Que había hecho la mejor elección para mí. Por eso cuando conversamos con Pelao, con gargantas apretadas y ojos empañados, le dije que estaba asustada, pero que todavía quería irme. Pelao y yo teníamos una particular forma de relacionarnos. Dos cabezas tremendamente compartimentalizadas, con una inclinación quizás desmesurada hacia la lógica y demasiado respeto por las reglas y las jerarquías, pero con una necesidad terrible de conectar con las personas. Odiábamos tener que jugar el juego, pero de alguna manera acordamos no morder la mano.... Con el tiempo fuimos una excelente dupla profesional y llegamos a ser algo muy parecido a amigos. Le aguanté hartas cosas, peleamos y nos gritamos varias veces, pero también es uno de los dos tipos rectos y honestos con que trabajé. Tener un jefe así es un lujo en un negocio como éste. She needs to spread her own wings, le dijo a un cliente que preguntó por mí. Y no era política. Al final, me dijo el último día, esto es como cuando los hijos crecen. Supongo que tiene razón, pienso yo. Uno siempre quiere que vuelen alto. Aunque luego duela.
Entonces yo ya sabía que mi guagua no iba a nacer y esa pena era absolutamente excluyente de cualquier otro sentimiento. No había lugar para nada más. Quizás el único momento fue cuando le preparé un borrador a Pelao y caí en cuenta que era la última vez, pero pasó rápido. Yo ya no estaba ahí. En estos días en casa he hecho hartas cosas. Me emocioné hasta el cansancio con Farewell To The World. Escuché Yellow y The Scientist en vivo, con mi Feli. He llorado harto y me da un poco de envidia ver mujeres con coches. Me da pena ver guaguas. Pero tengo que agradecer que me han acompañado todos mis seres favoritos. He leído libros sobre las cosas que me gustan, he tocado mis canciones favoritas y he pintado. Terminé mi cuadro “del retorno”, escuchando Crowded House mientras llovía, con el corazón apretado, pero con mi Magdi al lado, haciéndome reir y llenándome la vida. Pedro seguirá siendo mi guagua por un rato más y Tulio dice que vamos a ser papás otra vez. Yo comencé un nuevo cuadro ayer y mañana empiezo en la nueva pega y sé que todo va a estar bien. Estoy contenta, como dice mi Pedrito cuando lo abrazo antes de dormir. Diferente, pero tranquila. Y ya no me siento como The Edge, sino más bien como la mujer del comercial de Nescafé, que vi hace unos días en You Tube.

Monday, February 12, 2007

She's A Star


Friday, February 09, 2007

Apuntes Autistas

Leo Apuntes Autistas. Llevo poco y no voy a "criticarlo". Eso ya lo hicieron, algunos con pésimos comentarios que a mí francamente me importan un huevo. No porque defienda al tipo, sino porque siempre me cae bien la gente en que vislumbro una sensibilidad en sintonía con la mía. Y no es egolatría, sino simplemente que me gusta leer a la gente que se fija en las cosas que yo me fijo, merezcan o no la vista y atención del mundo en general. Me divierte. Si me gusta lo que leo, con eso basta. Para lo otro está la casta, un tanto patuda para mi gusto, que encabeza ese cura insoportablemente soberbio.

Yo creo que cuando uno lee un libro, hay dos perspectivas desde las cuales analizarlo. Una, que es al final, como resultado overall y otra que es durante la lectura. Yo disfruto a Fuguet en la segunda. Como escribe en inglés traducido (y no en castellano) y mi cabeza pensó en inglés desde chica, me aburren las oraciones interminables y en cambio no me molesta su forma de escribir ni sus puntos seguidos y sus frases cortas. Menos cuando esas frases cortas son poderosas síntesis de imágenes y emociones.

Quizás por deformación y contagio profesional, o incluso tal vez por ADN, la síntesis es algo así como como mi Santo Grial. Mientras menos palabras necesite para decir algo contundente, mejor hecho está el trabajo. Luego eso se traspasa a todo lo demás. Probablemente por eso leo a los que leo y escucho a los que escucho. Probablemente por eso ahora sí entiendo por qué el universo aclama a Dylan.

Es cierto que a ratos Fuguet podría pasar por pedante, hablando de tanto viaje, y que uno se ahoga entre tanto dato y opinión antojadiza, pero también es verdad que el prólogo funciona como la foto del señor de las cajetillas de cigarros, que como ahora no fumo, no sé como se llama. Gringamente, Fuguet advierte sobre el contenido de lo que hay delante y yo asumo las consecuencias.

Thursday, February 08, 2007

Bizarre Love Triangle

Siempre uno escucha eso de que hay un momento en la vida en que nuestros padres dejan de ser nuestros héroes y nos defraudan de manera definitiva. Puede ser verdad. Pero también es mentira. La desilusión definitiva no existe. Sufrimos como si fuera la primera vez cada vez que los vemos actuar como humanos limitados, imperfectos, irracionales, “irrazonables” y primitivos. Siendo espectadores de un partido de tenis indefinible que nadie ganó ni ganará jamás.

Algunos piensan que se debe discutir a puertas cerradas, jamás delante de los hijos. Otros dicen que es bueno que ellos sepan que los padres pueden discutir, porque esos niños sufren demasiado con la sorpresa de una ruptura. No hay duda que nadie se trauma por presenciar cómo los papás discuten por algunas cosas. Siempre y cuando sean asuntos de poca importancia. Pero ningún hijo debiera presenciar discusiones de parejas en mal funcionamiento. Yo sé que siempre será mejor recibir una síntesis políticamente correcta, sin detalles, sin imágenes.

Hay una frase notable en Garden State sobre lo que es una familia. La frase es buena, hace pensar, pero no sé si sea tan cierta. Vale bien poco la pena lamentarse por lo que a uno le tocó; siempre hay otro con peores cartas. Pero tampoco puede uno quedarse en idealismos y aceptar todo, una y otra vez, como si no estuviera pasando nada. Smiling as the shit comes down. No se puede. Menos cuando uno mismo ya es padre de familia. Y eso es precisamente lo que los padres no parecen comprender. Y lo que enfurece. Lo que duele. Que ya somos todos gente grande. Que de alguna manera hemos llegado a ser la misma cosa. Que ya no es tiempo de cuentos.