Thursday, October 28, 2010

OMG

Que conste que no lo digo yo: "The greatest feeling when listening to a song for the first time is the chilling sensation of goose bumps surfacing on every inch of skin. This embryonic reaction is common among most music enthusiasts, especially when all other distractions are blocked out and the artist has your upmost attention and reverence." Así parte la reseña que leí en Internet para el disco de una banda gringa llamada Sun Airway.

Estoy en mi auto, sola, con un sandwich y una bebida y pienso que no habrá un mejor momento para escuchar History Of Modern, el nuevo disco de OMD. Cuando oí de él hace unas semanas pensé que las canciones de sus discos a partir de Sugar Tax nunca llegaron a gustarme. Ninguna capaz de superar a Enola Gay y los recuerdos que cuelgan de ella. Ninguna a la altura de Dreaming, con esa intro que hace saltar las imágenes de recreos en el patio del Campus Oriente, los primeros días de mi primer año. Ninguna como Maid Of Orleans un domingo de lluvia con la Jime, dibujando iglesias de Providencia, hablando, hablando y hablando. Y más mejor que no siga. Así es que con una mezcla de impaciencia con plegaria conecto mi iPod y espero.

Por estos días leo Musicophilia, de Oliver Sacks. Alucino página tras página y muero por escribir sobre el millón de cosas que he aprendido, pero algo me dice que espere a terminarlo. For the record, no he estado loca toda la vida. Hay una explicación y hay muchos otros allá afuera. Mientras pasan mis favoritas If You Want It, Sister Marie Says, RFWK, termino en The Right Side, medio en trance, pero con la consciencia para preguntarme cómo diablos puedo estar rayando con una canción de 8 minutos. Y como si fuera un Tetris, veo palabras, conceptos y respuestas cayendo. Percepción. Sensación. Imaginería musical. Estímulo. Emoción. Memoria. Placer. Vidas Stereo.

Monday, October 18, 2010

La P, La Máquina del Tiempo y el PorVenir.

No sé bien cuánta gente puede estar pensando lo mismo que yo en este momento, pero sé que hay hartos. Pienso en mi Futuro favorita, por lo de la inmensa minoría. Y en lo que significa haber visto, en menos de una semana, a dos bandas que jamás pensé ver en vivo alguna vez.

La reseña de Super 45 para Pixies me quitó las teclas de los dedos para decir lo que pensé antes, durante y después de ese concierto que se pareció mucho más a una misa que a un recital. Puras bocas abiertas y sonrisas indoblegables. Yo misma, al ver la P en la batería, la misma que dibujaba en las esquinas de los resúmenes, al escuchar Debaser y Wave of Mutilation pegadas, al escuchar Hey... been trying to meet you... y acordarme de Montes cantándola por los pasillos enladrillados del Campus Oriente, al encontrármelo repitiéndose el plato en La Cúpula, nuestro eternamente indie-artie-so-very-hip dealer, en los tiempos en que la música se contrabandeaba y era una cuestión de principios y de sociedades secretas. Pixies se escuchaba en casettes pirateados, a puertas cerradas en la pieza de alguien o a la hora que los pelmazos de siempre se habían ido ya del cumpleaños. Todavía me acuerdo cuando en el cumpleaños de la Parada, Ducci me entregó un casette en que me había grabado Doolittle. Nada como recibir música de los amigos en esos tiempos. Bueno, es lo que pensaba yo. Aunque aún ahora, el intangible trasapaso de discos en carpetas y archivos conserva una cuota de magia. Para qué hablar de recibir un CD.

Me acuerdo de cuando le dije al Tan que Rush tocaba en Chile. "Sí, con Pink Floyd en el Valle de la Luna", me escribió. Pero ocurrió. Lo de anoche fue heavy. Y no "hhheavy" como decía el Pelao, siempre tan brit, sino "jevi", como decía yo, para su incomodidad. Por todo Colón había tipos con poleras de Rush o de Maiden, con caras de niñito de kinder esperando que lo pasaran a buscar para ir al mejor cumpleaños del año. Por todo el camino había gente cuyo destino único e inevitable era el Estado Nacional. En el estadio, parejas más que adultas, papás con sus hijos, familias enteras, cantando y viajando en el tiempo con cada canción. Yo con el Paul mostrándonos fotos de nuestros niños en los celulares, tras no habernos visto por siete años y acordándonos de cuando vagábamos por la vida escuchando Radiohead, cuál de los dos más perdido. Ya escribí una vez sobre lo que fue Grace Under Pressure para mí, sobre Red Sector A, sobre lo que siempre será Time Stand Still, sobre cómo me encontré con Bravado después de tantos años. Pero nunca dije nada de Moving Pictures, ni de A Farewell To Kings, Closer To The Heart, ni de The Pass. Moving Pictures, el eterno soundtrack de las también eternas noches en Zapa, que ya tenía trece años, todos pegados mirando las fotos de Cosmos de Carl Sagan, entre guitarras de aire, headbanging, ruido, humo y desorden. Red Barchetta... un viaje en auto a toda velocidad ... wind in my hair, shifting and drifting, mechanical music, adrenaline surge... y Limelight y Witch Hunt. Closer To The Heart y el misterio insondable que son esas personas a las que les agarramos cariño sin que podamos hacer nada al respecto. Me quedé con las ganas de escuchar The Pass. Pero es pura glotonería melómana, sopaipilla pasada, lo que sucede cuando ya no te cabe el asombro ni puedes abrir más la boca.

El Viernes escribía el post más triste de la vida. Quinto día sin sol, amanecí con el corazón como una mopa deshilachada y con la sensación de no estar yendo a ninguna parte, de haberme perdido en algún lugar de un camino que tampoco puedo ver. Como dijo John Denver, some days are diamonds, some days are stone. Pero entre confort, música para volar y canciones sobre limoneros, soles brillantes y cielos azules, gané y sobreviví. El Sábado miré el campo tranquilo en el paseo de Pedro, perseguí con santa paciencia a la Laura por todos lados, olí eucaliptus y nos dimos baños de viento en mangas cortas con la Magda. Ayer bajaba feliz por Eliodoro Yáñez, camino al estadio. All of us get lost in the darkness, dreamers learn to steer by the stars. ¿No es una maravilla que todo esté siempre dicho en una canción? Es una de las cosas buenas de haber nacido así. Y lo que sucede es que quiero, necesito, hacer cosas. Cosas que todavía no descubro bien, que están fuera de foco aún. Pero sé que están ahí adelante, así como los astrónomos saben que hay un planeta girando por ahí, aunque no lo hayan visto. Y tengo miedo. Miedo de tener 40 y no alcanzar a hacerlas. Pixies veinte años después me dejó pensando en lo que hice y no hice entre medio. Ver a JFC me hizo pensar en todo el tiempo y energías que me gasté en recoger mis propios pedacitos y comenzar a pegarlos para armar una figura que ni yo misma recordaba. Conversando con el Feli me di cuenta que yo me había inventado un montón de deber seres, restricciones y prejuicios sobre mí misma.

Haber encontrado en la repisa equivocada de la tienda y haberme traído a casa el guión de La Vida Secreta de las Palabras me ayudó a ordenar algunas cosas. Creo que mi cabeza va más por historias cortas y conversaciones que por novelas o historias de largo aliento. Que definitivamente, me interesan los vínculos y los sentimientos por sobre la narración de circunstancias y descripciones detalladas. Que me obsesiona el efecto del tiempo en las personas, el pasado, el registro de los recuerdos y la memoria como referente de la propia identidad. Que adoro el poder de una imagen sin palabras, así como el decir con extremadamente pocas. Que pienso más en música y en letras que en dibujos, pintura y fotografía. Pero siento también que aún intentando acotar la dispersión de mis intereses he perdido tiempo que tal vez no podré recuperar. Aunque ahora mientras escribo y me leo, creo que es una trampa de mi cabeza. En los famosos veinte años, hice varias cosas importantes. Me hice buena en la pega, estudié otra vez, busqué y encontré al Feli, armé una vida junto con él, parí a esas tres criaturas que son lo más maravilloso que tengo, a pesar de todo lo que pueda quejarme. Y logré rastrear y traer de vuelta muchas cosas que me gustaban antes. Sé que lo tengo todo. Lo veo. Por eso es tan difícil lidiar con el desasosiego de siempre, que ahora es mucho, mucho más fuerte porque ya tiene alas. Y dientes. Pienso en la Jime y en que, por encima de todas las diferencias del universo, me rodean seres que pasan por lo mismo. Se me viene a la cabeza Tulio y su one-liner 2010 que soltó, como siempre, en la despedida: "Fran, no se sienta culpable por no conformarse con el standard". Escucho también sobre asfaltar el camino encontrado. Suena hermoso. Me da fuerzas para buscar la forma de hacerlo. Y me acuerdo de esa canción que cantaba Aleks Syntek, el que cantaba con La Gente Normal. No, no es un chiste. El camino no se acaba/Continuaré sin descanso/Si logro llegar hasta el punto final/Donde no hay más por andar/Y desde ahí me acordaré de tí/Y escucharás mi voz cerca de tí/Te esperaré cuando puedas venir/Y compartir de aquí a la eternidad/No, tu no te olvidarás de mí/Yo voy hacerte recordar.