Tuesday, April 19, 2011

Love Changes Everything

Fernández está empeñada en que de Lasa y yo viajemos a Barcelona. Promete y promete que podremos acceder sin restricciones a su iTunes si vamos a verla. Mientras tanto, se dedica a bombardearnos con letras, canciones y enlaces escogidos al noazar. Yo me acuerdo de la cara de espanto de Fernández este año nuevo, cuando vio a los niños González de Lasa cantando a Massiel y, sin poder silenciar a la sicóloga que lleva dentro, dictaminó que nada bueno podrá salir de ahí. Quienes cantábamos las pecadoras canciones de Pablo Abraira y Paloma San Basilio antes de los diez y tuvimos temprana exposición al Manuel Alejandro's Songbook, sabemos que tiene razón. Por eso, lo mejor de todo, lo que más me divierte, es haberme encontrado con que justo al otro lado de la muralla estaba de Lasa con la cabeza llena de mis mismas canciones y que, cuando se presentó como mi nueva vecina, se veía tan normal.

La semana pasada salimos ella y yo en auto con el CD que le mandó Fernández. Hay que ver, como decía mi nana, que la mujer sabe de canciones. Porque ojo, que no es lo mismo saber de música que saber de canciones. La melomanía matea no tiene chiste. El existencialismo melómano sí que sí. Es lo máximo sentir como uno se empieza a transformar y las letras comienzan a salirse de la boca como la hebra de un ovillo que se va desmadejando sin interrupciones y sin que palabra alguna pase por la cabeza. Es que, como siempre digo, en la vida hay canciones que nunca pueden olvidarse. Hace unos días entré a un mall en Providencia y estaba sonando algo que no había escuchado en muchos años: Love Changes Everything de Climie Fisher. A veces me parece como si las canciones (y las fotos) fueran lo único que nos puede confirmar que lo que hemos vivido y lo que hemos sentido fue real. Es posible que algo que ocurrió en silencio se nos olvide mucho antes que lo que sucedió en el tiempo que dura una canción. La oreja escucha, la cabeza recuerda. El cuerpo siente. Todo podría seguir así para siempre. Love changes everything. Love makes you fly. La vida es así y no es culpa de nadie. En The World In Six Songs, Daniel Levitin dice que las canciones de amor nos ayudan a articular nuestros sentimientos y a mirar nuestras emociones desde una perspectiva diferente. Que nos permiten sobrevivir. "They stick in our heads to remind us, as the emotions ebb and flow, of what we once felt. And above all, they raise the feelings to the level ... that helps us strive for them even when the going gets tough." Somos animales musicales. Queremos llevar lo que sentimos con nosotros, en la cartera o en la billetera. Es rico. Nos hace bien. Quizás algunos no lo piensan, quizás simplemente no recuerdan. Pero nosotros sí. En fin. Todo esto a pito de nada mucho. De la vida, del noazar, de una canción. Del olor y el color del Otoño en la ciudad. De un día que amanece soleado y con el cielo azulino y de pronto todo, absolutamente todo, se ve más lindo.

Monday, April 11, 2011

A Riffless Life

A veces cuando me pongo a jugar con mi guitarra, enchufada y con los fonos, pienso en esa canción de Radiohead: And if the world turns down and if London burns I'll be standing on the beach with my guitar. I wanna be in a band when I get to heaven. Anyone can play guitar and they won't be a nothing anymore. Cuando tengo un tiempo más o menos largo me pongo a buscar sonidos y a tocar, sin pensar. A Merced. Los acordes van saliendo solos, las manos se mueven y los oídos escuchan como separados del cuerpo. Como si no fuera yo quien toca. Es loco lo que el sonido puede hacerle al cuerpo. Vibrar. Sentir. Volar. Sobre todo, volar. Mientras escribo se me viene a la mente la imagen de Cerati tocando A Merced en vivo, con ese final atmosférico - hipnótico que construye y que combina a la perfección con su propia línea: podrías sonreir de verme flotar.

Una mañana tiempo atrás, mientras manejaba a la oficina, pensé en el secreto de un buen riff: hay que sentirlo en la guata. Como si las cuerdas de la guitarra fueran nuestras propias tripas. Hasta una canción mediocre puede volverse inolvidable con el riff adecuado. Me acordé de esto mientras leía la nublosa reseña de Cancino para Roxette. No, no porque sus canciones fueran mediocres, sino porque parte del encanto estuvo siempre en los riffs de clase inmortal. Uno podría incluso preguntarse qué hubiera sido de Roxette sin el riff inicial de The Look. Mis canciones favoritas de Roxette, todas, tienen un buen riff en alguna parte. Incluso It Must Have Been Love lo tiene. Cada canción perfecta de Soda Stereo se construyó sobre un riff (propio o sampleado) que Cerati metió en nuestras cabezas como los brainworms que describe Oliver Sacks en su libro. Final Caja Negra, Persiana Americana, Luna Roja, De Música Ligera, Primavera Cero, La Secuencia Inicial. Bandas como The Smiths, The House Of Love o The Church dominaron el arte del riff.

Este verano me dio por trotar con Foo Fighters. Se me volvió una adicción y ahora, aún trotando por el cemento entre cerros desnudos, mi cabeza siente que va por esa carretera larga, flanqueada por árboles bailarines y montañas rocosas, de viento fresco, de trumao impertinente y sol perpendicular. El día de la maratón, cuando comenzó la bajada, justo sonó Overdrive. Y de pronto me encontré corriendo cada vez más rápido y sé que no fue sólo la pendiente. Estoy segura que los riffs vienen del Lado Oscuro. Prestan fuerzas.

Quizás sea por todo esto que escucho The King of Limbs y no me pasa nada. Hoy día Radiohead me llega tanto como las instrucciones de las auxiliares de vuelo antes del despegue. Porque puedo aguantarle a Keane su etiqueta de banda sin guitarras, pero no a Radiohead. En cambio me preparo para escuchar Wasting Light y tras las primeras canciones hasta parece que ha salido el sol. Y ya sabíamos que Dave Grohl tiene el Korben Dallas Multipass y que no quiere estar en Glee (por suerte) y todo lo demás, pero es que ahora sí que se pasó. Sólo él puede hacer un álbum con once canciones buenas. Sólo él puede hacer canciones con tres coros y llenas de montañas rusas de riffs. Tal vez uno de estos días nuestros corazones se detengan y suelten su último latido. Pero, hasta entonces, yo doy gracias porque todavía puedo comenzar un lunes gris y frio, sin haber visto a Roxette ni a Maiden, pero con mariposas en las tripas y esa vieja y largamente extrañada sensación de no poder elegir mi canción favorita del disco. Porque como dije una vez, a riffless life is not a life.