Big Fish

Cuando las personas se mueren tendemos a recordar lo bueno y olvidar lo malo. Pero lo cierto es que las personas somos un paquete completo. Con virtudes y defectos; con luces y sombras; con verdades y secretos. Eso lo hace aún más difícil. Es muy duro lidiar con sentimientos encontrados.
Aunque más allá de todo, recuerdo a mi papá a cada instante. En la música que me regalaba o yo le robaba; en los árboles amarillos y rojos que alcanzaron a despedirlo justo antes de perder las hojas; en el glaciar de la punta del Plomo; en el Camino a Farellones. En los detalles, como buscar siempre el regalo perfecto o arreglar todo lo que se rompía o echaba a perder. Cuando les enseño a dibujar a la Magda y a Pedro -a quienes dejo pintar las flores del color que quieran- o cuando les saco una foto. Y sobre todo en los ritos y tradiciones como las sopaipillas pasadas, las galletas de Navidad, el armado del árbol y el regalo de No Cumpleaños. Mi papá pudo haber hecho varias cosas mal. Harto mal. Pero jamás dudé de su amor. Y cuando pienso en estas cosas, en lo que me gusta y me hace feliz, en las cosas que quiero enseñar y transmitir a mis niños, cuando miro a mis hermanos, veo su huella.