Thursday, January 22, 2009

Through The Barricades

A veces la vida se pone muy odiosa. Digo, realmente odiosa. Si uno viviera en un monasterio de esos de monjes pelados con ropas naranjas todo sería mucho más fácil. Lo mismo si uno viviera en algún rincón del Amazonas a pata pelada y sin ropa. O si uno pudiera tener un carácter un poco menos explosivo y furibundo. La tendencia a sacar la bazuca para matar una mosca no es algo muy fácil de combatir, pero enojarse con el mundo no es algo heroico, es más bien algo enfermo.

Hace unas semanas, el Feli y yo nos fuimos a Santa Cruz a celebrar nuestro aniversario de matrimonio. Ese día no trabajamos, fuimos a hacer deporte en la mañana y en la tarde dejamos a los niños con nana y madre y partimos, escuchando las buenas canciones de nuestra vida juntos. La idea era pasar un fin de semana dedicados únicamente a satisfacer necesidades básicas. Encontrar y revivir a los dos que fuimos en el principio. De pronto entendí por qué es tan fácil que las parejas se distancien en el camino. Es que uno deja de relacionarse como el hombre y la mujer que se enamoraron y casaron y comienza a hacerlo como otras personas. Como padre y madre, como dueño y dueña de casa, como coordinadores, ejecutores y supervisores de obras, cumplidores de compromisos al filo de la hora y, demasiadas veces, como bomberos de último minuto. Quién puede pensar en amor, en esas circunstancias. Quién podría pensar en sexo, en esas circunstancias. Uno se asoma a la verdadera magnitud del compromiso asumido. Momentos como ese fin de semana son no más que instantes en la vida. Y ya sabemos que la felicidad no es una continuidad, y que la vida es, de hecho, un patchwork de momentos, que cosemos tratando de combinar de la manera más bonita posible, para abrigarnos con ellos cuando hace frío. Pero también es, muchas veces, como la mansión siniestra, donde nos acosan fantasmas, monstruos y miserias, o como un videojuego o como una carrera de vallas, o lo que sea que vaya poniendo trampas y obstáculos en un camino que luchamos a brazo partido por tener siempre despejado.
Ayer me fui a pasar la tarde con los niños al Manquehue. A ser únicamente madre. Ponerles bloqueador, darles leche y galletas, cuidarlos, envolverlos en sus toallas, secarlos y cambiarles traje de baño, conversar con ellos, contarles historias, hacerlos reír y mirarlos como hacen amigos y comienzan a vivir sus propias pequeñas vidas. Cuando ya no quedaba nadie en la piscina los saqué, los vestí y los subí al auto. Era esa hora en que huele a pasto húmedo, cuando el Cerro Manquehue se pone morado con rosado y verde y uno sabe que hay que irse. Como cuando se terminaba el Seven. Había poco tráfico y yo flotaba por el universo, mirando los cerros y los álamos de Estoril, escuchando canciones, mirando por el espejo retrovisor a mis tres cachorros, pensando que en unos días estaríamos todos juntos veinticuatro horas al día por tres semanas. Al llegar a la casa, y esto es verdad, había una nube blanca, inmensa, de la que salían esplendorosamente los rayos del sol, como en esas películas de la Biblia. Entonces, apenas voy entrando, me llama el Feli y me dice que se echó a perder mi auto. El que usamos para ir de vacaciones. El mismo que se echó a perder el año pasado dos días antes de irnos. Busco el teléfono de la grúa del seguro y no lo encuentro. Lo encuentro, llamo y me dice una grabación que el número no está asignado. Encuentro una tarjeta con otro teléfono, que me dice que si quiero información, entre a la página web. Alternativa, busco la carpeta con la póliza, milagrosamente la encuentro, pero, pequeño detalle, el seguro ha vencido hace tres días. La mostaza sube y sube. Entonces llega el Feli y me dice que no me preocupe, que tiene planes de la A a la Z para que todo esté bien. Y yo casi no puedo escucharlo.

Wednesday, January 14, 2009

El Poder de la Lengua

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, Pobre Pibe me hizo leer el Capítulo I de Ontología del Lenguaje. Es un texto hermoso y emocionante. Rafael Echeverría relata lo que sucedió con el hombre a partir de la invención del alfabeto en la antigua Grecia, alrededor del año 700 A.C. De cómo el lenguaje nos hizo ser el tipo de seres que somos, de cómo el hombre se ha visto a sí mismo y al mundo a través del tiempo y de cómo a través de lenguaje creamos realidades. No era la primera vez que me topaba con la idea. Alguna vez Montes me había prestado "Sátiro o el Poder de las Palabras" de Huidobro, un libro angustiante en que el personaje termina transformándose en aquello que otros le dicen que es. Ontología habla de cómo es el lenguaje lo que nos distingue de otros seres en la Tierra y de cómo podemos usarlo para transformarnos y transformar el mundo en que habitamos. Los hombres vivimos en el lenguaje; la mente no es una facultad del alma, como nos enseñaba Donoso en Fundamentos Filosóficos del Derecho, sino una función del lenguaje y nuestra propia identidad es una construcción lingüística. Un relato.

"Te vas a quedar sin piso ...", me respondió Pibe cuando se lo pedí prestado, "... pero te va a gustar". El percibía que yo andaba a la patada y al combo con lo del Deber Ser y con muchas reglas y dogmas de variada naturaleza y que esta podía ser la puerta a la solución de muchas de mis contradicciones vitales, pero que podía no estar preparada para entrar en un mundo en que todas las certezas desaparecen y a ratos no hay de dónde agarrarse. Aún cuando en ese tiempo no logré leérmelo entero; con las primeras 100 páginas pude darme cuenta que nunca más iba a pensar igual sobre nada. Ontología no es, justamente porque no puede serlo, una verdad absoluta. Tampoco es una religión ni un manual de cortapalos. Es una mirada interesante, bien fundamentada y con mucho sentido sobre uno mismo y sobre el mundo de posibilidades que tenemos siempre ante nuestros ojos y sobre cómo aprender a verlas y tomarlas con libertad y responsabilidad. Sobre cómo ir por la vida eligiendo y no tomando lo primero que vemos o lo que otros nos dicen que debemos tomar. Sobre cuestionar y cuestionarnos, para poder elaborar y crear nuestro propio ser y nuestro particular futuro. A Design For Life.

Días atrás logré, con sumo esfuerzo, terminar de leer El Arbol del Conocimiento. Libro cabezón como pocos, pero absolutamente fascinante. Tendría que leerlo 100 veces para entenderlo completo, pero lo fundamental lo capté. De verdad que nadie debería andar por ahí afuera sin saber lo que dicen Maturana y Varela y sus secuaces. Uno, porque son chilenos y dos, porque han hecho una contribución absolutamente genial a la vida misma, al proponer una explicación basada en la biología de cómo el hombre conoce y concluir que no podemos saber cómo el mundo es. Sólo podemos saber cómo percibimos el mundo cada uno de nosotros. Que no es para nada lo mismo. Un ejemplo: ¿Podemos realmente convencer a un daltónico de que está equivocado al ver rojo donde nosotros vemos verde? Así las cosas, nadie tiene la verdad sobre nada ni puede imponer su mirada a otro. Caramba.
Así que con el Arbol en el cuerpo, tomé Ontología diez años después y me subí a un avión. Leyendo sobre los juicios y su explosivo poder para arruinarnos o cambiarnos la vida pensé en ese viaje memorable a Brasil con la Jime, la Willy y JFC. Tomando jugo de Abacaxi me acordé de nuestros amigos del O Pescador, de la Playa Joao Fernández y el bizarro Capeloni, el negro brasilero que hablaba como argentino. De la noche que cocinamos camarores y de cuando la Jime se fue con el hijo de Formalino, que era igualito a Jorge Matute Johns. De Pacú y las lagartijas gigantes transparentes. De Cidade Negra y de Lanterna Dos Afogados. Leyendo sobre la Declaración de No, pensé cómo actuaba yo en ese tiempo, o, mejor dicho, como en realidad no actuaba; de cómo las cosas "me sucedían". De cómo aceptaba todo lo que JFC hacía o no hacía, sin cuestionarlo un instante. De que sí me merecía el premio Gavilán, porque era una mamona y yo lo sabía y por eso me picaba. Y esperando el vuelo de vuelta recordé de pronto el nombre de una historia que una vez comencé a escribir, que había olvidado por completo y que quizás retome.

Volando de vuelta volví a enojarme con El Señor de la Querencia por lo infinitamente idiota e insoportable que puede llegar a ser. No se puede conversar con él. No escucha, ni pregunta. Sólo habla y habla y habla. Y nunca se despoja del personaje. Llegué a extrañar a Pelao, que jodido y todo era mucho mejor compañero de viaje que el Mejor Abogado del Mundo. Porque con Pelao nos conectábamos. Y sí, una vez de vuelta en su oficina todo era lo que nunca fue, pero en el fondo, sabíamos que algo quedaba. Porque definitivamente el lenguaje crea lazos y crea mundos. Los humanos somos seres profundamente sociales y con vocación de conectar con otros. Pero son tantos los que no entienden nada. No es que yo crea saberlo todo; al contrario. Quizás ese sea el punto: los humanos generalmente no saben que no saben. Soporto al Mejor Abogado del Mundo, con toda su brillantez intelectual, que sí que la tiene, porque no sospecha lo torpe que es, lingüísticamente hablando.

Otro concepto fascinante que aparece tanto en el Arbol como en Ontología es eso de que "todo lo que se dice es dicho por alguien". Que nuestros dichos revelan quienes somos, aunque en rigor se revela lo que nosotros creemos que somos. "El conocimiento revela tanto sobre lo observado como sobre quien lo observa. Dime lo que observas y te diré quién eres". Por eso en ocasiones podemos conocer a alguien a través de sus dichos o sus escritos aunque no hayamos cruzado jamás una palabra. Pero quizás lo que más me ha llegado sea lo de la necesidad del ser humano de darle sentido a su vida. De por qué hacemos cosas, interviniendo el curso de los acontecimientos. "La existencia humana resulta para los seres humanos un asunto del que requieren hacerse cargo, y, por lo tanto, al que requieren atender. Los seres humanos no podemos descansar, como sucede con otros seres vivos, en la total inocencia de la existencia, en un simple dejarla fluir." Dice Echeverría que la tradición judeo-cristiana simboliza la búsqueda del sentido de la vida con el Pecado Original, el castigo por haber querido participar del proceso de la creación es el haber perdido la inocencia de nuestra existencia. Y ese hacer para poder dar sentido a nuestras vidas, se manifiesta en el lenguaje a través de la invención y la adopción de historias sobre nosotros y el mundo. Sobre la dirección de nuestras vidas en el futuro y sobre nuestro lugar en una comunidad y en el mundo. El otro día un amigo me preguntó si sabía para dónde iba la micro y le dije que no, aunque sí creía saber para dónde no va. Esa es la cuestión. Podemos ir a cualquier lugar. Y todo puede ser, porque lo podemos decir -o pensar, que es decírnoslo a nosotros mismos- y luego hacer que ocurra. Vaya responsabilidad ¿no?