Born To Drive

Hace un par de días manejé a Los Lleuques escuchando Foo Fighters y Echo and The Bunnymen. Los Lleuques es el primer pueblo de bajada hacia Chillán, desde Las Trancas, cuatro casas locas, un par de almacenes, y un aire de somnolencia y lentitud envidiable. El camino es de curvas y lo rodean esos campos amarillos con árboles altísimos y de los verdes más fantásticos. Aspens bailarines, como les dice Pedro, que son los Alamos, esos con hojas verdeplateadas, que se balancean con el viento de la montaña; Sauces, Ñirres y mis favoritos, los Coigües. Casi no hay berma y en la orilla del camino crecen espigas que se mecen también con el viento y unas flores blancas muy lindas pero que huelen a cebolla. Mientras cantaba pensé en el placer sumo que me produce conducir un auto con buena música. Pensé en grandes momentos de carretera. El viaje a Mendoza con mis compañeros de universidad, nosotras tres con William yéndonos a la playa o con la Michelle recorriendo el Valle del Elqui con U2. Mi viaje de camping al sur, full Spinetta, el verano antes de conocer al Feli, las primeras vacaciones en Chillán con él y ese viaje absolutamente mágico que hicimos recién casados, de Los Angeles a San Francisco por la Pacific Coast Highway. Ese fue el viaje de Kiss Me, con Steinbeck y Twain en la cabeza, manejando por turnos California adentro; el viaje de Iris, camino a Mariposa Grove o el hogar de las Sequioas Gigantes. El de The Natural Piano, con melodías de Gershwin, camino a Carmel, cruzando bosques de Redwoods, acordándonos de Clint.
No sé si es antes el huevo o la gallina, pero adoro las road stories. Las road movies. Las canciones sobre viajes en auto. Una tarde salí a buscar pan amasado y justo sonó Metropolis, con esa frase que me encanta, "and it's only a day away, we could leave tonight, you could sleep along the way, dream in black and white". Otro día escuché Coming Up Close, mientras volvía por la carretera oscura, con los vidrios abiertos. "One night in Iowa, he and I in a borrowed car, went driving in the summer, promises in every star" Tenía que ser Aimee. Hay algo en el manejar que me pone en un estado mental particular. Latente, abierto, fértil. Es como el Efecto Ducha. Y las canciones se cuelan y actúan. Simplemente. Quizás por eso me emocioné tanto con algunas partes de Missing. Quizás por eso me gusta tanto como Fuguet usa el verbo "encontrar". En el camino uno encuentra. Encuentra lo que busca y encuentra lo que no busca, pero necesita. A veces sin saberlo.
Una vez leí en una columna que lo que toda mujer necesita es un auto. Decía la autora que una vez madres, las mujeres perdemos todo espacio físico propio y que nuestro último bastión pasa a ser el auto. El único lugar únicamente nuestro, donde somos libres para poner nuestra música, hablar libres por teléfono, reírnos y, fundamental, llorar. Lo malo, concluía, es que no todas pueden tener uno. Hoy en día mi auto es más mi espacio que mi propia pieza, así que tiene sentido lo que leí. Aguanto tacos y caminos largos si tengo radio. A veces todavía se me viene a la cabeza esa fantasía infantil de agarrar el auto y partir manejando sin rumbo definido. Es obvio que, menos que nunca, lo haríamos. Pero las fantasías son tan eternas como nuestra tontera congénita. A veces, como último recurso, subo a los niños al auto, pongo la radio y los llevo a dar vueltas sin ruta definida. Funciona. El día que subía la montaña cantando pensé que por suerte no existe el delito de conducir bajo la influencia de una canción. Varios estaríamos cumpliendo perpetua.