Encontrando a Nemo
Poco más de un mes atrás encontré en la bandeja de entrada de mi correo un mail que promocionaba la segunda visita de Robert McKee a Chile y su curso de cuatro días, sobre guiones y género. Nunca he sabido cómo me llegó, pero ahí estaba una mañana y quizás si no me hubiera pillado sumergida en el universo Auster de las casualidades y coincidencias, lo habría dejado pasar, como hago con los que ofrecen cremas, aceitunas, viagra y seminarios de liderazgo. Me di unos días para pensarlo, sabiendo que iría, como fuera. Es esa vieja costumbre de no aparecer actuando por impulsos. Pero quien haya leído un poco sabe bien que no es igual gente impulsiva que gente capaz de tomar decisiones rápido, confiando en el inconsciente y sus particulares y misteriosas bases de datos. La intuición, las corazonadas, esa línea I just know de los personajes de película, están demasiado lejos de la magia negra o del azar.
En Abril de 1996 me subí a un avión rumbo a Amsterdam. Algunos se enojaron conmigo, otros se asustaron, hubo quienes se rieron y hasta quienes se burlaron. Unos poquitos me alentaron. Llevé conmigo un poco de ropa, un par de libros, algunas fotos, un cuaderno, mi walkman y tres casettes de 90 minutos, con ELO, Marillion y Gin Blossoms, más todos los sueños acumulados desde que era muy chica y leía revistas para gente grande a escondidas. Me las arreglé para recorrer ocho países durante poco más de un mes, flotando por encima de mi vida. Vi lo que quería ver, encontré lo que quería encontrar, y más también. Me sorprendí, me emocioné, conocí gente inolvidable, lloré de miedo y también de soledad, más de una vez. Pero aprendí que un tiempo bien tomado siempre te regala perspectiva. Aunque te demores un poco en enfocar bien desde tu nueva esquina o te cueste encontrar el encuadre que más te gusta. Los cuatro días que pasé en el Teatro Nescafé de las Artes este Mayo fueron algo parecido. Fuera de mí, con gente tan viva, tan diferente a la que veo habitualmente, con culpa y con pena de dejar a mi manada, pero con una sensación de estar llenando un vacío muy antiguo, observando, aprendiendo, riéndome y emocionándome a cada instante. Flotando, otra vez, por encima de todo.
El sábado, mi amiga Carola y yo nos escapamos a ver La Vida de los Peces. Pocas veces la cartelera de nuestro cine amigo, a media cuadra de casa, nos trata con cariño. Fue ella quien me habló de la peli, me llamó una tarde para que corriera a su casa a ver el trailer, porque había visto una parte en la presentación que hizo Bize en la UAI, donde ella trabaja. Tal parece que algunas personas se especializan en ir por la vida dejando cabos sueltos y se quedan penando en la vida de otras. Son los Perros del Hortelano, como dice mi mamá, los que no comen ni dejan comer. Hubo una historia así una vez. Comenzó en una casa de playa, una noche al final del verano, llena de estrellas, llena de palabras. Llena de canciones. Llena de humo. Se trasladó luego a una casa hermosa, de rincones y pasadizos secretos, con olor a madera, plagada de objetos hermosos y plantada en un jardín interminable, que en primavera olía a Pitosporo. En invierno escuchaba discos, se calentaba las manos en la chimenea, caminaba por la playa vacía, pescaba en las rocas y peleaba con el chungungo que se burlaba nadando de espaldas, mordiendo un pescado. Durmió muchas veces en una casa en el campo, entre aromos, cerca de un río y de un bosque que en invierno se llenaba de copihues. Una casa que en verano regalaba todo lo necesario para hacer la más exquisita cazuela. McKee diría que el guión cumplía a la perfección con las convenciones de la belleza y el placer que deben estar presentes en toda historia de amor bien escrita. El Domingo, ordenando cajas, me encontré con una pequeña carta que me escribió la dueña de ese campo cuando me casé. Qué señora adorable y qué mujer sabia e inspiradora. Al terminar de leerla, la puse de vuelta en el sobre y pensé en el momento en que Bea le dice a Andrés "eres tan egoísta". A veces lo único que nos queda es hacernos los valientes, arremangarnos y amarrar nosotros los cabos sueltos. A la larga no es un costo. Es una inversión. Qué buen final que tiene la peli.
Pero no sólo personas dejamos pasar. Las oportunidades que desperdiciamos también pueden penar. Por muchos años no supe qué responder cuando me preguntaban por qué había estudiado derecho. De hecho, la cuestión de la justicia me ha ido agarrando de vieja y ahora sé que me gusta lo de ser abogado. Pero es como el sushi, un gusto adquirido con el tiempo. Y sé que no me basta. Todos mis tests apuntaban hacia las áreas de lenguaje y arte. Mis gustos también. Mirando nacer y volverse personas a cada uno de mis hijos he ido entendiendo tantas cosas. No podemos retroceder el tiempo. Lo que dejamos pasar simplemente se fue, y eso duele y a veces duele harto. Pero siempre podemos cocinarnos nuevas oportunidades y salir a cazarlas a tiempo.
Lo que sucedió en la oficina en los últimos días me dejó por el suelo. Haga lo que haga, no vamos a encontrar nunca una tierra común. Lo que ellos llaman percepciones son, para mí, prejuicios. Rigideces de status social, de machismo sujetado con perros para colgar ropa, comportamientos bipolares o quizás, o a lo mejor también, hipócritas. Supongo que me encuentran chascona, hippie, frontal, molesta. Quién sabe. Jamás me lo van a decir tampoco. Eso es, lejos, lo que más me enfurece. Pero ayer en el auto, mientras escuchaba Twice If Your Lucky, del nuevo y deliciocísimo disco de Crowded House, mi cabeza me sopló que esto es sólo pega. A great weightlifting. No estoy atrapada ni presa en ninguna parte. Es sólo que me confundo, viviendo entre gente que fusiona trabajo con vida y que asimila éxito profesional con éxito en la vida. Le escuché a Nano Stern el otro día decir que la palabra éxito en castellano se escribe parecido a exit, salida en inglés y que él las ha estado relacionando, mirando la carrera demente en que está metido todo el mundo por aquí. Lo que es yo, hace rato que hice una elección. Y sé bien que en algún momento todo se volverá incompatible. Pero tengo que navegar el por mientras. "Navegar, Pérez, navegar", como me decía Pelao. Extraño a Pelao en estas situaciones, pero tengo los hombros, las orejas y las palabras de mis seres favoritos. Como dice uno de los amigos en la peli, "el vínculo, hueón, el vínculo es lo que más importa". No sé si lo dice exactamente así, pero es la idea. Es notable que Bize haya situado esa conversación en un baño.
Sé que en algún momento voy a ir hacia otra parte. Es loco, pero no sólo yo lo veo. Y quiero que eso suceda, y en algún momento habrá que dar el salto Into The Great Wide Open. Lo lindo de todo esto, lo que un día vamos a recordar y a celebrar, cuando seamos unos viejos felices y libres, parecidos a los rockeros de pelo blanco, es el cómo fuimos soñando, dibujando, recolectando y reuniendo pequeñas y grandes casualidades, cortando y pegando, para armar y construir una cosa diferente de todo lo que ahora existe. Me acuerdo que ha pasado como un año desde esa conversación que tuve con Tulio y que todavía falta harto para que las cosas se muestren, como él dijo. Pero, como dice mi querida canción, no me impaciento porque sé que esto va ser muy lento. There is a long way between chaos and creation. Pero hay indicios, hay un principio. Y hay una extraña belleza en el no saber cómo vamos a llegar donde queremos estar. Yo antes no pensaba así. Pero en el camino todo ha ido cambiando.
En Abril de 1996 me subí a un avión rumbo a Amsterdam. Algunos se enojaron conmigo, otros se asustaron, hubo quienes se rieron y hasta quienes se burlaron. Unos poquitos me alentaron. Llevé conmigo un poco de ropa, un par de libros, algunas fotos, un cuaderno, mi walkman y tres casettes de 90 minutos, con ELO, Marillion y Gin Blossoms, más todos los sueños acumulados desde que era muy chica y leía revistas para gente grande a escondidas. Me las arreglé para recorrer ocho países durante poco más de un mes, flotando por encima de mi vida. Vi lo que quería ver, encontré lo que quería encontrar, y más también. Me sorprendí, me emocioné, conocí gente inolvidable, lloré de miedo y también de soledad, más de una vez. Pero aprendí que un tiempo bien tomado siempre te regala perspectiva. Aunque te demores un poco en enfocar bien desde tu nueva esquina o te cueste encontrar el encuadre que más te gusta. Los cuatro días que pasé en el Teatro Nescafé de las Artes este Mayo fueron algo parecido. Fuera de mí, con gente tan viva, tan diferente a la que veo habitualmente, con culpa y con pena de dejar a mi manada, pero con una sensación de estar llenando un vacío muy antiguo, observando, aprendiendo, riéndome y emocionándome a cada instante. Flotando, otra vez, por encima de todo.
El sábado, mi amiga Carola y yo nos escapamos a ver La Vida de los Peces. Pocas veces la cartelera de nuestro cine amigo, a media cuadra de casa, nos trata con cariño. Fue ella quien me habló de la peli, me llamó una tarde para que corriera a su casa a ver el trailer, porque había visto una parte en la presentación que hizo Bize en la UAI, donde ella trabaja. Tal parece que algunas personas se especializan en ir por la vida dejando cabos sueltos y se quedan penando en la vida de otras. Son los Perros del Hortelano, como dice mi mamá, los que no comen ni dejan comer. Hubo una historia así una vez. Comenzó en una casa de playa, una noche al final del verano, llena de estrellas, llena de palabras. Llena de canciones. Llena de humo. Se trasladó luego a una casa hermosa, de rincones y pasadizos secretos, con olor a madera, plagada de objetos hermosos y plantada en un jardín interminable, que en primavera olía a Pitosporo. En invierno escuchaba discos, se calentaba las manos en la chimenea, caminaba por la playa vacía, pescaba en las rocas y peleaba con el chungungo que se burlaba nadando de espaldas, mordiendo un pescado. Durmió muchas veces en una casa en el campo, entre aromos, cerca de un río y de un bosque que en invierno se llenaba de copihues. Una casa que en verano regalaba todo lo necesario para hacer la más exquisita cazuela. McKee diría que el guión cumplía a la perfección con las convenciones de la belleza y el placer que deben estar presentes en toda historia de amor bien escrita. El Domingo, ordenando cajas, me encontré con una pequeña carta que me escribió la dueña de ese campo cuando me casé. Qué señora adorable y qué mujer sabia e inspiradora. Al terminar de leerla, la puse de vuelta en el sobre y pensé en el momento en que Bea le dice a Andrés "eres tan egoísta". A veces lo único que nos queda es hacernos los valientes, arremangarnos y amarrar nosotros los cabos sueltos. A la larga no es un costo. Es una inversión. Qué buen final que tiene la peli.
Pero no sólo personas dejamos pasar. Las oportunidades que desperdiciamos también pueden penar. Por muchos años no supe qué responder cuando me preguntaban por qué había estudiado derecho. De hecho, la cuestión de la justicia me ha ido agarrando de vieja y ahora sé que me gusta lo de ser abogado. Pero es como el sushi, un gusto adquirido con el tiempo. Y sé que no me basta. Todos mis tests apuntaban hacia las áreas de lenguaje y arte. Mis gustos también. Mirando nacer y volverse personas a cada uno de mis hijos he ido entendiendo tantas cosas. No podemos retroceder el tiempo. Lo que dejamos pasar simplemente se fue, y eso duele y a veces duele harto. Pero siempre podemos cocinarnos nuevas oportunidades y salir a cazarlas a tiempo.
Lo que sucedió en la oficina en los últimos días me dejó por el suelo. Haga lo que haga, no vamos a encontrar nunca una tierra común. Lo que ellos llaman percepciones son, para mí, prejuicios. Rigideces de status social, de machismo sujetado con perros para colgar ropa, comportamientos bipolares o quizás, o a lo mejor también, hipócritas. Supongo que me encuentran chascona, hippie, frontal, molesta. Quién sabe. Jamás me lo van a decir tampoco. Eso es, lejos, lo que más me enfurece. Pero ayer en el auto, mientras escuchaba Twice If Your Lucky, del nuevo y deliciocísimo disco de Crowded House, mi cabeza me sopló que esto es sólo pega. A great weightlifting. No estoy atrapada ni presa en ninguna parte. Es sólo que me confundo, viviendo entre gente que fusiona trabajo con vida y que asimila éxito profesional con éxito en la vida. Le escuché a Nano Stern el otro día decir que la palabra éxito en castellano se escribe parecido a exit, salida en inglés y que él las ha estado relacionando, mirando la carrera demente en que está metido todo el mundo por aquí. Lo que es yo, hace rato que hice una elección. Y sé bien que en algún momento todo se volverá incompatible. Pero tengo que navegar el por mientras. "Navegar, Pérez, navegar", como me decía Pelao. Extraño a Pelao en estas situaciones, pero tengo los hombros, las orejas y las palabras de mis seres favoritos. Como dice uno de los amigos en la peli, "el vínculo, hueón, el vínculo es lo que más importa". No sé si lo dice exactamente así, pero es la idea. Es notable que Bize haya situado esa conversación en un baño.
Sé que en algún momento voy a ir hacia otra parte. Es loco, pero no sólo yo lo veo. Y quiero que eso suceda, y en algún momento habrá que dar el salto Into The Great Wide Open. Lo lindo de todo esto, lo que un día vamos a recordar y a celebrar, cuando seamos unos viejos felices y libres, parecidos a los rockeros de pelo blanco, es el cómo fuimos soñando, dibujando, recolectando y reuniendo pequeñas y grandes casualidades, cortando y pegando, para armar y construir una cosa diferente de todo lo que ahora existe. Me acuerdo que ha pasado como un año desde esa conversación que tuve con Tulio y que todavía falta harto para que las cosas se muestren, como él dijo. Pero, como dice mi querida canción, no me impaciento porque sé que esto va ser muy lento. There is a long way between chaos and creation. Pero hay indicios, hay un principio. Y hay una extraña belleza en el no saber cómo vamos a llegar donde queremos estar. Yo antes no pensaba así. Pero en el camino todo ha ido cambiando.