La Habitación Roja
Son cerca de las once de la mañana. Bajo a tomar desayuno en un pequeño bar comedor, revestido en madera, que da a un patio interior con baldosas blancas y negras. Huele maravilloso. Elijo unas tostadas francesas con jarabe, manzana caramelizada y frutillas. Y una taza de café. Todavía no me despierto realmente. Me siento flotando un poco con la música, Sweetness Follows. El Feli se ha ido a La Rural muy temprano y yo tengo tiempo.
La noche anterior salimos a caminar por calles al azar. Llegamos a una plaza llena de bares, uno al lado del otro, con muchas luces, música y gente ruidosa, sentada al aire libre a pesar del frío. "La gente sale, Pérez", nos decimos con el Feli, acordándonos de mi amiga Araña. "Te va a hacer bien esto, Pérez", me dice luego, mientras tomamos cerveza en la única mesa libre que encontramos, en la terraza de un bar. Celebramos nuestro primer viaje solos en doce años.
Han sido meses particularmente duros. Los niños crecen y hay que ayudarlos a enfrentar sus propias dificultades. Todo mientras lidiamos con nuestros demonios residentes. En la pega los días se vuelven interminables, las horas no alcanzan, y siento que solo existo para trabajar. Miro las yemas de mis dedos y los callos en mi mano izquierda han desaparecido: no he tocado guitarra en semanas. Me pregunto cómo he resistido. Me respondo: mi Manada, las flores, el reiki y Stype agrega el último y esencial elemento. Are you having fun? Y yo no puedo evitar reírme, pensando que el secreto está precisamente ahí. En soltar una carcajada aún en medio de lo serio, de lo horrible, lo pesado, lo difícil y lo que parece imposible de resistir, gracias a la gente que nos hace bien.
Vuelvo a meterme a la cama y veo que afuera hay sol. Me levanto, abro la ventana y salgo a un balconcito en que hay un mandarino en un macetero, con sus pequeños frutos naranja colgando. Con los ojos cerrados dejo que me dé el sol en la cara. Pure Energy. Había optado por no darle muchas vueltas al asunto. Para no caer en oscuridades. Para no caer en el "odio odiar", como dice Cancino que dice Damiani. Pero ahora, aquí, entre estas cuatro paredes de color rojo, en un hotel llamado Miravida, there's no such thing as coincidence, no estoy aquí para no ver ni para hacerme la sorda. Estoy a un millón de años luz de casa, en medio de este rojo, para poner los pies en la tierra. Entonces me siento en la cama y me pongo a llorar. Lloro por tantas cosas. A chorros. Es el momento y el lugar para hacerlo. Es mi instante para sacar afuera, para soltar y dejar ir. Como decía esa canción que nunca logré atrapar: time is telling me it's time for letting go.
En los días siguientes duermo mucho. Leo. Termino un libro maravilloso sobre amistades, encuentros, conexiones y coincidencias. Sobre gente que se ilumina mutuamente. Sobre almas que unen sus energías trabajando para otros. Camino sin iPod, mirando un cielo azul y despejado, bajo un sol tibio y amarillo. Paseamos con el Feli por calles hermosas y verdes que jamás habíamos visto, sin apuros. Andamos sin rumbo fijo, conversamos, nos reimos e inventamos tonteras. Sé que voy a volver al mismo ritmo de trabajo, que voy a volver a casa de noche mucho más de lo que quisiera. Que me estarán esperando las mismas preocupaciones y angustias de cada día y todas las nuevas y desconocidas que tienen que venir. Pero la pausa me ha hecho bien. Ha sido corta, y sin embargo larga para mí. Ya lo sabemos, el tiempo es un invento. Puede ser tan elástico como queramos. Y la vida es, definitivamente, de colores.
La noche anterior salimos a caminar por calles al azar. Llegamos a una plaza llena de bares, uno al lado del otro, con muchas luces, música y gente ruidosa, sentada al aire libre a pesar del frío. "La gente sale, Pérez", nos decimos con el Feli, acordándonos de mi amiga Araña. "Te va a hacer bien esto, Pérez", me dice luego, mientras tomamos cerveza en la única mesa libre que encontramos, en la terraza de un bar. Celebramos nuestro primer viaje solos en doce años.
Han sido meses particularmente duros. Los niños crecen y hay que ayudarlos a enfrentar sus propias dificultades. Todo mientras lidiamos con nuestros demonios residentes. En la pega los días se vuelven interminables, las horas no alcanzan, y siento que solo existo para trabajar. Miro las yemas de mis dedos y los callos en mi mano izquierda han desaparecido: no he tocado guitarra en semanas. Me pregunto cómo he resistido. Me respondo: mi Manada, las flores, el reiki y Stype agrega el último y esencial elemento. Are you having fun? Y yo no puedo evitar reírme, pensando que el secreto está precisamente ahí. En soltar una carcajada aún en medio de lo serio, de lo horrible, lo pesado, lo difícil y lo que parece imposible de resistir, gracias a la gente que nos hace bien.
Vuelvo a meterme a la cama y veo que afuera hay sol. Me levanto, abro la ventana y salgo a un balconcito en que hay un mandarino en un macetero, con sus pequeños frutos naranja colgando. Con los ojos cerrados dejo que me dé el sol en la cara. Pure Energy. Había optado por no darle muchas vueltas al asunto. Para no caer en oscuridades. Para no caer en el "odio odiar", como dice Cancino que dice Damiani. Pero ahora, aquí, entre estas cuatro paredes de color rojo, en un hotel llamado Miravida, there's no such thing as coincidence, no estoy aquí para no ver ni para hacerme la sorda. Estoy a un millón de años luz de casa, en medio de este rojo, para poner los pies en la tierra. Entonces me siento en la cama y me pongo a llorar. Lloro por tantas cosas. A chorros. Es el momento y el lugar para hacerlo. Es mi instante para sacar afuera, para soltar y dejar ir. Como decía esa canción que nunca logré atrapar: time is telling me it's time for letting go.
En los días siguientes duermo mucho. Leo. Termino un libro maravilloso sobre amistades, encuentros, conexiones y coincidencias. Sobre gente que se ilumina mutuamente. Sobre almas que unen sus energías trabajando para otros. Camino sin iPod, mirando un cielo azul y despejado, bajo un sol tibio y amarillo. Paseamos con el Feli por calles hermosas y verdes que jamás habíamos visto, sin apuros. Andamos sin rumbo fijo, conversamos, nos reimos e inventamos tonteras. Sé que voy a volver al mismo ritmo de trabajo, que voy a volver a casa de noche mucho más de lo que quisiera. Que me estarán esperando las mismas preocupaciones y angustias de cada día y todas las nuevas y desconocidas que tienen que venir. Pero la pausa me ha hecho bien. Ha sido corta, y sin embargo larga para mí. Ya lo sabemos, el tiempo es un invento. Puede ser tan elástico como queramos. Y la vida es, definitivamente, de colores.